Inactividad: un grave riesgo
Los estudios indican que no mover el cuerpo nos hace propensos a contraer enfermedades y nos acorta la vida. Michael Jensen conversa conmigo por teléfono, pero algo que suena como una aspiradora apaga su...
Los estudios indican que no mover el cuerpo nos hace propensos a contraer enfermedades y nos acorta la vida.
Michael Jensen conversa conmigo por teléfono, pero algo que suena como una aspiradora apaga su voz. Estoy acostumbrado a las fallas de la línea, pero Jensen no está usando Bluetooth en una autopista congestionada. Se encuentra en su oficina, en uno de los mejores centros de investigación médica de Estados Unidos.
—Lo siento —dice cuando le pregunto por el ruido—. Estoy subido en una caminadora.
Ya había tenido yo una experiencia similar con David Dunstan, un investigador australiano que charlaba por el altavoz conmigo mientras se paseaba por su despacho en el Instituto Baker IDI de Investigación de la Diabetes y el Corazón, en Melbourne. Ambos hombres investigan el ejercicio y el vínculo entre estar mucho tiempo sentado y la muerte prematura, y lo que han hallado es lo bastante alarmante como para que procuren pasar la mayor parte del día de pie.
En un estudio sobre el control del peso, Jensen y sus colegas de la Clínica Mayo en Minnesota observaron que algunos de los participantes “se movían espontáneamente y no subían de peso” luego de haber comido en exceso. Esas personas no corrían a un gimnasio; tan sólo caminaban más, salían a hacer mandados o buscaban otras excusas para estar de pie. “Esto nos hizo pensar en la necesidad de movimiento y lo importante que puede ser para mantener la buena salud”, cuenta el investigador.
Eso los llevó a un campo conocido como “investigación de la inactividad”, que revela que ésta, sobre todo el estar sentado, es muy dañina para la salud, aun si uno hace ejercicio.
En 2010, un equipo dirigido por Alpa Patel, de la Sociedad Estadounidense del Cáncer, en Atlanta, Georgia, analizó los datos de un estudio realizado durante 14 años con 123,000 adultos de edad madura. Cuando compararon las tasas de mortalidad entre los que pasaban sentados seis horas al día o más y los que lo hacían tres horas o menos —teniendo en cuenta otros factores como la dieta—, se llevaron una sorpresa: el mayor tiempo de inactividad se asoció con una tasa de mortalidad 40 por ciento más alta en las mujeres y 20 por ciento en los hombres. No está claro por qué hay una diferencia tan grande entre ambos sexos.
En otro estudio, un equipo de la Universidad de Queensland, Australia, analizó datos sobre los hábitos televisivos de 8,800 australianos. Los investigadores calcularon que, en promedio, cada hora de televisión resta 22 minutos a la esperanza de vida de un adulto de más de 25 años. Esto implica que la gente que ve la tele seis horas al día puede llegar a morir, en promedio, unos cinco años más joven que la que no la ve nunca.
El mensaje es claro: permanecer sentado varias horas seguidas es un riesgo para la salud, sin importar lo que uno haga el resto del día; una sesión de ejercicio intenso no anula el efecto de ver televisión durante horas. El estudio de Patel mostró que los sujetos que pasaban horas sentados tenían una tasa de mortalidad más alta aunque se ejercitaran de 45 a 60 minutos al día. Los investigadores llaman a esas personas “teleadictos activos”. Pero no es sólo el sofá lo que les preocupa. Si el daño es resultado principalmente de la falta de actividad —sin contar las horas de sueño—, es posible que otros tipos de inactividad sean tan nocivos como ver televisión, como sentarse a leer una novela o a trabajar en la oficina.
Para averiguar cómo es la gente sedentaria, Dunstan equipó a cientos de sujetos de estudio con acelerómetros e inclinómetros para monitorear sus actividades diarias. El primer aparato medía la fuerza y velocidad de sus movimientos, y el segundo, cuánto tiempo pasaban sentados.
“La triste realidad es que durante un lapso de vigilia de 14 o 15 horas, pasamos entre 55 y 75 por ciento del tiempo sin movernos”, dice Dunstan. “La actividad de moderada a vigorosa —lo que a la gente le gusta llamar ‘ejercicio’—, ocupa sólo el 5 por ciento de su día o menos”.
Intrigado por la charla que tuve con él, empecé a cuestionarme sobre mi propio estilo de vida. Siempre me he considerado activo, a pesar de que la artritis ha puesto fin a mis días de maratonista, pero tal vez he estado engañándome. Para conocer la verdad, me compré un brazalete provisto de acelerómetros, sensores de conductividad de la piel y detectores de flujo de calor para determinar mi nivel de esfuerzo cada minuto. Lo que descubrí fue inquietante: en el lapso de vigilia de un día normal, estoy inactivo ocho horas en total. Aunque corro hasta 25 kilómetros a la semana y doy largos paseos a pie, hay periodos en los que me siento a escribir más de dos horas sin levantarme.
También le di un brazalete a una amiga mía, Bhavana Reddy, que es fisioterapeuta. En un día normal se levanta, conduce al trabajo, entra a su consultorio, pasa unos minutos frente a la computadora y luego empieza a moverse sin parar mientras atiende a sus pacientes y les enseña los ejercicios. Pasa la mayor parte del día de pie. Después del trabajo va a correr o monta a caballo. Tiene ratos de descanso, que suman cinco horas y media. Se sienta a menudo, pero rara vez en lapsos de varios minutos seguidos. Aparte del ejercicio, sus actividades nunca son muy intensas, pero no se comparan en absoluto con mis largas sesiones de escritura.
Dunstan dice que muchos oficios, como el de los peluqueros y el de los meseros, quizá equivalgan al de mi amiga, pero si alguna vez los oficinistas llevaban carpetas a los sitios donde se requerían, ya no lo hacen más. “El empleado de oficina actual se pasa el día sentado frente a una computadora”, señala Bhavana.
El cuerpo humano no está hecho para ese estilo de vida. “Desde el punto de vista evolutivo, estamos hechos para la actividad”, dice Audrey Bergouignan, fisióloga humana de la Universidad de Colorado, en Denver, quien se dedica sobre todo a investigar el reposo en cama. En un estudio típico, hace que voluntarios sanos previamente activos pasen de un día a tres meses acostados. “Terminan por presentar funciones metabólicas muy parecidas a las que observamos en personas obesas con diabetes tipo 2”, afirma.
Los estudios indican que la inactividad ocasiona una compleja serie de cambios metabólicos. Los músculos que se usan poco se atrofian, y sus fibras cambian del tipo que quema grasa al que se contrae rápidamente y depende sobre todo de la glucosa. Los músculos inactivos también pierden mitocondrias, las reservas de energía de las células, las cuales además queman grasa. Como los músculos dependen más de los carbohidratos para realizar el poco trabajo que hacen, los lípidos sin quemar se acumulan.
“La sangre se vuelve muy grasosa”, señala la fisióloga, razón por la cual el sedentarismo se relaciona con la aparición de enfermedades cardiacas. La grasa también se acumula en los músculos, el hígado y el colon, donde no es normal que se almacene. Otro cambio que ocurre es la resistencia a la insulina, condición similar a la diabetes en la que la glucosa se acumula en el torrente sanguíneo aunque el cuerpo produce insulina para regularla. Todo esto sucede muy rápidamente. “En tres días se desencadena la resistencia a la insulina”, añade Bergouignan.
¿Qué podemos hacer entonces para evitar esto, que no sea dejar el trabajo de escritorio y volvernos enfermeros, peluqueros o meseros? Ante todo, es importante recordar que el ejercicio es y seguirá siendo siempre bueno para la salud. “Si haces ejercicio entre 40 y 60 minutos al día, tu organismo se beneficiará”, dice Iñigo San Millán, director del Laboratorio de Rendimiento Humano de la Clínica de Medicina Deportiva del Hospital de la Universidad de Colorado, en Denver.