Familia

Olav sabía que el humo podía ser mortal para los turistas atrapados

Era el 11 de agosto de 2015, temporada alta para el negocio familiar, un hotel restaurante de estilo vikingo a la orilla de un fiordo en Gudvangen, en el oeste de Noruega.

Olav esperaba que hasta 500 huéspedes, en su mayoría turistas asiáticos, almorzaran allí antes de tomar un transbordador. Estaba a punto de cancelar la cita cuando recordó la camioneta Mercedes Sprinter que acababan de comprar. Nadie iba a usarla, y Olav subió a ella de un salto.

Al salir del hotel tomó el camino principal hacia el túnel Gudvanga, que empezaba unos 300 metros adelante. Ese túnel, de 11.4 kilómetros de largo, es uno de los muchos que atraviesan las montañas de Noruega.

Hacía dos años se había incendiado allí un camión, y hubo que evacuar a 67 personas, muchas de ellas con graves lesiones por inhalación de humo.

El cierre del túnel por las obras de reparación fue desastrosa para el negocio de Olav; la afluencia de turistas se detuvo. Aunque fue difícil, él y su familia se las arreglaron para conservar a sus empleados.

El Hotel Gudvangen Fjordtell era el sustento de Olav. Su familia lo dirigía desde antes que él, y su esposa, Torill, había diseñado el nuevo edificio Old Norse (“nórdico antiguo”).

La falta de huéspedes aquella vez les causó la peor crisis que recordaban, pero salieron adelante. Cuando el negocio se recuperó, Olav dejó de pensar en el incendio que casi lo había llevado a la ruina.

Ese día todo parecía normal en el túnel. Cuando estaba por salir de él, Olav vio una luz extraña unos 50 metros adelante, y después, fuego. Alarmado, se detuvo en seco.

Un autobús turístico estaba ardiendo por la parte trasera, donde iba el motor. Decenas de turistas de rasgos asiáticos huían del vehículo hacia donde estaba Olav. Van en la dirección contraria, pensó él, sabiendo que la salida del túnel estaba 500 metros más adelante, a la vuelta de un recodo. Entonces notó que las llamas se hacían más intensas.

Olav había sido bombero voluntario y sabía que lo primero era dar la alarma. Con manos temblorosas tomó el celular y marcó el número.

—¡Hay un autobús en llamas! ¡Cierren los accesos! —dijo.

Sabía que en el túnel podía haber ya muchos otros vehículos, y que la ventilación automática empujaría el humo hacia Gudvangen, detrás de él, para facilitar el acceso a la brigada de bomberos apostada adelante, un poco más allá de la salida.

El túnel se llenó de un humo espeso. Los turistas no podrían esquivar la asfixiante barrera; Olav pensó que debía hacer algo cuanto antes.

Sin perder tiempo, empezó a dar media vuelta a la camioneta. Por todos lados se topaba con turistas despavoridos que andaban a tientas y le entorpecían la maniobra. Cuando por fin volteó el vehículo, Olav bajó de un salto y abrió las puertas del compartimiento de carga, que era espacioso y estaba vacío.

—¡Suban aquí! —les gritó a los turistas, señalándoles la parte trasera  de la camioneta.

Eran turistas chinos, y Olav dedujo que al menos algunos de ellos debían hablar un poco de inglés. Por fin los aterrados visitantes empezaron a subir. Olav rodeó la camioneta a toda prisa para cerciorarse de no dejar atrás a nadie. Subió a los dos últimos turistas en el asiento delantero.

El conductor del autobús seguía luchando contra el fuego con un extinguidor, pero era en vano.

—¡Déjelo! —le gritó Olav, pero el hombre le hizo señas de que se alejara y siguió en lo suyo.

No había tiempo para discutir. El humo podía impedir la visibilidad en cualquier momento. Al encender el motor de la camioneta Olav notó que el turista que iba junto a él llevaba una linterna.

Lo hizo alumbrar el techo del túnel para vigilar el humo. El humo caliente sube, pero al enfriarse baja, y entonces puede asfixiar a cualquiera y cegar a un conductor. Cuando se pusieron en marcha, el humo empezó a bajar y a envolver rápidamente el vehículo.

Al acelerar para adelantarse al humo, Olav se encontró con más dificultades: conductores desprevenidos que venían en sentido contrario; les hizo señales con las luces y por la ventanilla gritó: “¡Hay un incendio adelante, den media vuelta!”

Casi todos los vehículos (una decena aproximadamente), entre ellos un autobús con 50 pasajeros de un crucero, dieron media vuelta y regresaron, pero otros no hicieron caso y siguieron de largo.

Apiñados como sardinas, durante 20 minutos los turistas aguantaron un accidentado trayecto de constantes arranques y paradas, hasta que salieron del túnel. Olav se detuvo en una gasolinera.

En la parte trasera, los asustados pasajeros guardaban silencio; cuando Olav les abrió las puertas al majestuoso paisaje de Gudvangen, ellos fueron saliendo, primero aturdidos, pero luego empezaron a sonreír.

Olav encontró a su guía y le pidió que los contara; no faltaba nadie. Entonces Olav los invitó a caminar hasta su hotel y esperar en el salón porque habían perdido el transbordador a su siguiente destino, la aldea de Flåm.

Después de notificar al personal de emergencias, en su calidad de capitán de puerto Olav dispuso que un transbordador de alquiler los llevara a Flåm. Los socorristas revisarían allí a los visitantes.

Ya está, pensó Olav, dando un suspiro de alivio al volver al hotel. Pero aún no terminaba. Pocas horas después se pidió su presencia en Flåm.

Como el túnel estaba cerrado, lo llevaron en un helicóptero fletado por un canal de televisión. Rodeado por los 32 turistas chinos, el noruego fue abrazado por cada uno de ellos y aclamado como héroe.

Todo el equipaje se había perdido en el autobús incendiado, incluidos algunos pasaportes, pero estaban sanos y salvos. Como declaró el guía de turistas James He a la prensa local: “Gracias a él volvimos a nacer”.

“Sólo hice lo que cualquiera habría hecho”, expresa Olav. Torill cree que ese drama muestra a su esposo de cuerpo entero: siempre dispuesto a ayudar a los demás. “Los vecinos dicen que fue una suerte que se llevara la camioneta ese día, porque si hubiera sido el coche, ¡habría metido en él a los 32!”, señala Torill.

En el túnel Gudvanga se rescató a otras cinco personas. Cuatro, incluido el conductor del autobús, sufrieron lesiones graves por inhalación de humo. Olav Hylland recibió el Diploma Carnegie al heroísmo. Por fortuna ese incendio no afectó a su negocio tanto como el anterior. De hecho, el rescate lo volvió una popular atracción entre los turistas chinos.

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