Historias de Vida

Un vecino puede llegar a ser un amigo solícito e incondicional

Algunas de nuestras lectoras nos cuentan los actos de bondad de sus vecinos y los momentos más gratos que han compartido con ellos a lo largo de los años.

Un ángel servicial

Nuestro vecino de la casa de al lado, John, ¡es increíble! Vivimos en Canadá, y siempre que cae una nevada cuando mi esposo está ausente por un viaje de trabajo, John viene con una pala y me ayuda a despejar la entrada.

Me gusta recompensarlo con su golosina favorita: galletas con chispas de chocolate hechas en casa. Él siempre me dice que no tengo que cocinarlas, pero lo hago. Es como le demuestro mi aprecio.

Dawn Welton

El cambio es bueno

Cuando era yo pequeña y asistía al kínder, en una ciudad de Canadá, mi mejor amiga se fue a vivir con su familia a Hungría, por lo que la casa de al lado quedó vacía. En mi tierno corazón quedó también un hueco, de manera que cuando los nuevos vecinos se instalaron, fui a su casa, toqué el timbre y pregunté si había niños allí.

Mientras miraba con ansia al hombre joven que había abierto la puerta, me dijo que él era el único hijo de sus padres. A la niña que era yo no le importó eso: había logrado mi objetivo, y me hice amiga de un estudiante de bachillerato. Veinte años después, me doy plena cuenta de que mi amistad con Peter me ayudó a adaptarme al cambio.

Giuliana Fragomeni

Palabras sabias

Cuando era yo niña y vivía en el campo solía visitar a uno de mis vecinos, el abuelo B. En realidad no era mi abuelo ni de nadie, pero todo el mundo lo llamaba así porque tenía más de 80 años y seguía siendo un hombre fuerte.

Al menos una vez a la semana me gustaba ir a su casa a jugar a las damas y conversar con él. No he olvidado dos sabios consejos suyos: “Nunca desees que tu vida pase rápidamente, ¡o se acabará muy pronto!” (cuando le dije que ya quería ser grande) y “No hay nada malo en ellas. Tocan el piso, ¿o no?” (cuando me quejé de que mis piernas eran muy cortas).

El abuelo B me enseñó a vivir el aquí y el ahora, y a aceptar lo que no es posible cambiar.

Debbie Browne

El señor Reparaciones

Mis vecinos Art y Margaret son de esa clase de personas con las que puedes contar cuando más las necesitas.

Hace algunos años, durante un periodo en que afronté serios problemas económicos, un día descubrí que mi auto necesitaba reparaciones urgentes. Art revisó el coche, me dijo qué piezas necesitaba cambiar y en qué lugar podía comprarlas más baratas; después pasó un sábado entero arreglando mi vehículo.

¿Cuánto pagué por ese trabajo de reparación que sin duda no habría podido mandar a hacer en un taller mecánico dados mis apremios de dinero? Nada. Art sólo me pidió que mantuviera a los niños fuera del garaje mientras arreglaba el auto, ¡y se contentó con un gracias! Ahora echo la mano a mis vecinos siempre que puedo, porque nunca se sabe lo valiosa que puede ser la ayuda para un amigo que está pasando apuros.

Joanne Ellis

Incondicionales

Tengo a los mejores vecinos del mundo, Enzo y Judy. Cuando me mudé al barrio donde vivo, no conocía a nadie allí. Mi trato con Enzo y Judy no pasó nunca de un saludo de mano, hasta que un día me operaron en un hospital.

Luego de pasar unos días convaleciendo en casa, salí al jardín y empecé a charlar con mis vecinos. Al enterarse de mi estado de salud, Judy me dijo que les telefoneara si necesitaba algo. Nunca tuve que pedirles ayuda, pero me sentí mejor al saber que estaban cerca y que podía contar con ellos.

Desde ese día Enzo me ha ayudado con arreglos de plomería y otras reparaciones. Él y Judy me han prestado su aspiradora, podadora y bomba de presión, así como varias herramientas. Han cortado el césped de mi jardín y lo han regado, despejado de nieve la entrada de mi casa, cuidado a mi gato y paseado a mi perro.

Una noche Judy condujo 70 kilómetros bajo un aguacero para que yo pudiera estar con mi mamá, que había caído enferma. Y cuando mis padres murieron, Enzo y Judy me consolaron. Y no sólo me apoyan a mí. Mis maravillosos vecinos tienen llaves de muchas casas de nuestra calle.

Aunque he podido corresponder a su bondad unas cuantas veces, ellos nunca me han pedido nada a cambio.                         

Teresa Lico

Mi añorada amiga

Tras separarme de mi esposo, hace más de 10 años, me mudé a un edificio de apartamentos. Me sentía devastada y sin rumbo. Felizmente, una amable mujer que vivía en el piso de abajo me brindó ayuda y se convirtió en la hermana que nunca tuve.

Dawn murió en 2014. Yo sigo esperando que llame a mi puerta y entre a mi casa. Por primera vez en 11 años, siento como si viviera sola.

Debbie Fox 

Ahora la conozco bien

No hace mucho tiempo, cuando oí sonar el timbre de la casa de mis padres, fui a abrir la puerta y me encontré de frente con una extraña. Yo había volado desde Portugal, donde resido, hasta LaSalle, Canadá, para asistir al sepelio de mi madre.

La mujer, Isabelle, era una desconocida para mí, pero no para mis padres, de los que había sido vecina y muy buena amiga durante 18 años. La invité a pasar.

Isabelle habló sobre el carácter firme de mi madre y de cómo mantenía el vecindario a salvo; estaba al tanto de las actividades de todos desde su silla en el porche de la casa. Papá y yo reímos y nos sentimos bien.

Isabelle nos contó de la pérdida de su madre biológica y, posteriormente, de la adoptiva. Comentó que le dolía mucho la muerte de mi madre; luego se volvió hacia mi padre y le dijo:

—Joe, ahora tendrás que cuidar la calle para el resto de nosotros.

Papá me dijo que Isabelle había sido un gran consuelo para mamá. Un día que hubo un incendio en la casa de mis padres, Isabelle sacó una silla para que mi madre se sentara y la envolvió con una manta para resguardarla del frío. ¡Incluso hablaba portugués!

Durante el sepelio, al decir mi discurso, agradecí por su bondad a Isabelle, que ya no era una desconocida.

Leonia Nunes

Llena de recuerdos

Cuando era yo pequeña, en la casa de al lado vivía una mujer mayor a la que todos llamaban señora Redding. Ella tenía un sofá en su patio trasero, y mis papás muchas veces me encontraron tendida sobre él, haciendo la siesta. La señora Redding y yo solíamos sentarnos juntas a tomar leche y comer galletas, y ella, con mucha paciencia, me enseñó a tejer.

Me trataba con todo el amor y la consideración que sin duda habría prodigado a sus nietos, de haber tenido alguno. Muchas décadas han pasado desde aquellos días, pero aún pienso en ella con cariño.

Cuando me casé, la señora Redding nos regaló a mi esposo y a mí un bello juego de tazones de cerámica para el azúcar y la crema. Lo atesoro más de lo que nadie se puede imaginar.

Terri Armstrong

Pies calientes gracias a un corazón benevolente

Cuando tenía yo ocho años, mis padres alquilaron una casa al lado de la de una pareja sin hijos. La señora era alta y bonita, y tenía un nombre muy singular: Agatha Fiebelkorn. Pero lo más sorprendente de ella fue un regalo que nos dio una Navidad.

La señora Fiebelkorn sabía coser, algo que mi madre no hacía a menos que alguna prenda nuestra necesitara ser remendada con urgencia. Ese año en particular, nuestra vecina nos hizo a mis cinco hermanos y hermanas y a mí unos pares de medias de fieltro rojo, todos iguales, con adornos de hilo blanco y un arbolito hecho con lentejuelas. Los seis niños nos pusimos las medias esa Navidad y también en muchas otras.

Nos mudamos al poco tiempo y no volvimos a ver nunca a nuestra vecina. Me habría encantado decirle lo mucho que apreciamos su regalo.

Lauren Bilbey

Beneficios de grupo

Mi esposo y yo llevamos 42 años viviendo en la misma casa, y no hay un solo vecino al que consideremos extraordinario; ¡todos lo son! Nos apoyamos unos a otros durante las crisis familiares, y compartimos los acontecimientos felices.

Nos turnamos para organizar las fiestas y las ventas de garaje en nuestra calle. Cuando uno de nuestros vecinos más jóvenes enfermó, todo el mundo aportó dinero para los gastos médicos. Siempre estamos listos para brindar apoyo a los demás.

Karen Gunby

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