La adrenalina de la velocidad

Hace 107 años, el estadounidense Albert Berry fue el primer humano que se atrevió a saltar de un avión. Hoy en día, el paracaidismo incluso es un deporte recreativo.

De todos modos, se necesitan muchas agallas para saltar de una aeronave  —en perfectas condiciones— que vuela a una altura vertiginosa y caer en picada a casi 300 kilómetros por hora.

 

Los llamados funny cars [autos graciosos] tienen miles de caballos de fuerza listos para disputar una carrera de aceleración. Algunos conductores cruzan la meta a más de 500 kilómetros por hora.

Ante semejante celeridad, solo un paracaídas de frenado garantiza un final seguro para esta emocionante competencia.

Usain Bolt podría recibir una multa por exceso de velocidad si corriera en zonas habitacionales. El jamaiquino rompió la marca mundial en el Mundial de Atletismo de 2009 al correr 100 metros en 9.58 segundos.

Durante la hazaña, llegó a superar los 44 kilómetros por hora.

Los colibríes no son las aves más presurosas; sin embargo, estos diminutos acróbatas aéreos pueden batir las alas hasta 200 veces por segundo, más rápido que cualquier plumífero.

Aunada al resto de su anatomía, esta habilidad les permite desplazarse en el aire como los helicópteros e, incluso, volar hacia atrás.

Un jet surca el cielo a toda velocidad. A continuación, se oye un fuerte estallido: el avión rompió la barrera del sonido. Al desplazarse a más de 1,200 kilómetros por hora, las ondas sonoras que hay frente a la aeronave se comprimen y se expanden, yendo hacia atrás del vehículo en forma cónica.

Cualquiera que vea el cono que se forma, oirá la explosión sónica resultante.

En un recorrido de prueba, el tren japonés Maglev se convirtió en el más rápido del mundo al alcanzar la sorprendente velocidad de 603 kilómetros por hora.

Se planea que el Maglev conecte la ciudad de Tokio con Nagoya en 2027. El viaje, que cubre 350 kilómetros, durará unos 40 minutos (¡20 minutos menos que un avión!).

Las barracudas, los tiburones azules y los atunes del Atlántico no dan crédito al ver que este torpedo les arrebata sus presas en sus narices.

El pez vela puede nadar a 110 kilómetros por hora, lo que lo hace dos veces más rápido que sus competidores.

El astrónomo danés Ole Rømer descubrió en 1676 que la luz tiene una velocidad cuantificable. Con la ayuda de las lunas de Júpiter, la calculó en unos 220,000 kilómetros por segundo. Si bien su estimación no fue exacta, el suyo fue un hallazgo asombroso, considerando la escasa tecnología de la que disponía.

En realidad, la luz viaja, aproximadamente, a 300,000 kilómetros por segundo. No hay nada más rápido en todo el universo.

Juan Carlos Ramirez

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