La bondad de los extraños

Les pedimos a nuestros lectores que nos contaran historias de generosidad o compasión que hubieran vivido. He aquí sus conmovedores relatos. 

Un regalo inesperado

Cuando el cajero del supermercado terminó de marcar y empacar mis compras, resultó que me faltaban 12 dólares para pagar la cuenta. Mientras sacaba yo algunos artículos de las bolsas, otro cliente me dio un billete de 20 dólares. 

—No se moleste, por favor —le dije—. Gracias.

—Déjeme contarle una historia —contestó—. Mi madre está en el hospital, enferma de cáncer. Yo la visito todos los días y le llevo flores. Esta mañana fui a verla, y ella se enojó conmigo por gastar mi dinero en flores. Me exigió que hiciera algo más con el dinero, así que, por favor, acepte lo que le doy: son las flores de mi madre. 

Leslie Wagner 

 

Retiro voluntario 

Mi vecino Jim tenía dificultades para decidir si ya debía jubilarse o no del campo de la construcción, hasta que se topó en la calle con un hombre más joven con el que había trabajado. Ese hombre tenía esposa y tres hijos, y no podía cubrir sus gastos porque llevaba algunos meses sin empleo. A la mañana siguiente Jim fue a la oficina del sindicato y presentó su solicitud de jubilación. Para suplirlo en el puesto, recomendó a ese hombre. Esto ocurrió hace seis años, y aquel esposo y padre ha conservado su empleo desde entonces.                     

Miranda MacLean

 

El ángel de la familia

Tras afrontar el divorcio, a mi madre la abrumaron las preocupaciones: falta de ingresos, cuentas por pagar y la necesidad de comprar víveres. Fue entonces cuando empezó a encontrar cajas con comida junto a nuestra puerta cada mañana. Esto duró varios meses, hasta que por fin consiguió un empleo. Jamás supimos quién dejaba esas cajas para nosotros, pero su generosidad nos salvó la vida.

Jamie Boleyn

 

Grata Sorpresa 

Iba yo a hacer un vuelo y olvidé las normas sobre líquidos en el equipaje de mano, así que cuando pasé por la revisión de seguridad en el aeropuerto, tuve que despedirme de mis cosméticos líquidos. Cuando volví del viaje, una semana después, un empleado de revisión me recibió en la zona de reclamo de equipaje. No sólo había guardado mis cosméticos, sino que se había fijado en la fecha y hora de mi regreso para devolvérmelos.

Marilyn Kinsella

 

Una pequeña ayuda 

Una noche salí de un restaurante y vi acercarse a una mujer que caminaba con su madre, una anciana. Antes de que cruzara la calle, me detuve para ver si mi artritis de rodillas me permitía bajar de la acera. A mi derecha apareció un brazo para ayudarme. Era la mujer mayor. Su gesto me conmovió mucho.

Donna Moerie

 

Generoso servicio

Con un empleo de tiempo completo y un hijo pequeño, batallaba todo el día mientras mi esposo, miembro de la Armada, cumplía un largo servicio en el extranjero. Una noche sonó el timbre de mi puerta. Era mi vecino, un suboficial de marina jubilado, que sostenía una cacerola con un estofado de pollo y verduras recién hecho.

—He notado que está usted un poco más delgada —me dijo.

Fue la mejor comida que había tenido yo en meses.      

Patricia Fordney

 

Retribución

En una tienda de segunda mano vi un vestido que sabía que a mi nieta le encantaría. Pero el dinero escaseaba, así que le pedí al dueño de la tienda si podía apartármelo. 

—¿Me permite regalarle el vestido? —me preguntó otra clienta. 

—Gracias, pero no podría aceptar un obsequio tan gentil —respondí. 

Entonces la mujer me explicó por qué era tan importante para ella ayudarme. Había pasado tres años viviendo en la calle como indigente, dijo, y si no hubiera sido por la bondad de los desconocidos, no habría podido sobrevivir. 

—Ya tengo un techo donde vivir y mi situación ha mejorado —añadió—. Me prometí a mí misma que algún día retribuiría la generosidad que tanta gente me demostró. 

La mujer cubrió el importe del vestido, y el único pago que estuvo dispuesta a aceptar de mi parte fue un abrazo sincero. 

Stacy Lee

 

Fragantes recuerdos 

Al percibir el aroma celestial y familiar que despedía una mujer en nuestra venta de garaje, le pregunté qué perfume usaba.

—White Shoulders —dijo, y al instante me inundó un torrente de recuerdos.

Ese perfume era el regalo que solía darme en Navidad mi difunta madre. La mujer y yo charlamos un poco al respecto; luego ella compró algunas cosas y se fue. Unas horas después, regresó con un frasco nuevo de White Shoulders para mí. No recuerdo cuál de las dos se echó a llorar primero.               

Media Stooksbury 

 

Una guía personal

Después de haber asistido a una fiesta, subí a mi auto para regresar a casa, pero tomé un carril equivocado en la autopista y me perdí inmediatamente. Me detuve a la orilla del camino y llamé por teléfono a mi servicio de asistencia en carretera. La empleada que me atendió trató de ponerme en contacto con la Patrulla de Caminos de California, pero no hubo respuesta de ningún agente. Al percibir pánico en mi voz, a la empleada se le ocurrió algo.

—Usted se encuentra cerca de la oficina donde yo trabajo —dijo—. Estoy a punto de terminar mi turno. Quédese allí e iré a buscarla.

Diez minutos después, la mujer apareció en su auto. No sólo me guió hasta el camino correcto, sino que condujo varios kilómetros más para indicarme la salida que debía yo tomar. Luego, tras decir adiós con la mano, condujo de vuelta a la ciudad.        

Michelle Arnold

 

Compartir el pan 

En diciembre del año pasado, antes de llegar a mi trabajo me detuve en una cafetería y pedí un bagel multigrano con queso crema. Me lo dieron con pan recién horneado y crujiente, y estaba ansiosa por comérmelo. Pero cuando salí del establecimiento vi a un adulto mayor sentado en la parada del autobús; saltaba a la vista que era un indigente. Al pensar que el hombre quizá no comería nada caliente en todo el día, le di el bagel. 

Sin embargo, no me quedé sin recibir algo a cambio. Otra clienta de la cafetería me ofreció la mitad de su bagel. Lo acepté con mucha alegría porque me di cuenta de que, de una manera u otra, la vida cuida de todos nosotros.                       

Liliana Figueroa

 

“Aún puedo ayudar”

Mientras caminaba por el estacionamiento del hospital donde trabajo, no podía dejar de pensar en el terrible diagnóstico que acababa de darle a un paciente, Jimmy: cáncer de páncreas. Justo en ese momento vi a un adulto mayor que le pasaba herramientas a alguien que estaba tendido debajo de su auto averiado. Esa persona era nada menos que Jimmy.

—Jimmy, ¿qué está usted haciendo aquí? —le pregunté, azorado. 

Él se incorporó, se sacudió el polvo de los pantalones y dijo:

—El cáncer no me impide ayudar a los demás, doctor.

Entonces le hizo una seña al dueño del auto para que lo encendiera. El motor volvió a la vida con un estruendo. El anciano le dio las gracias a Jimmy y se marchó. Jimmy subió a su coche y también se fue. 

La lección que aprendí fue ésta: que la bondad humana no tiene límites. 

Mohamed Basha

 

Notas de aliento 

Tras la inesperada muerte de mi esposo, una compañera del trabajo decidió ofrecerme ayuda para soportar mi dolor. Semana tras semana, durante un año entero, me envió una tarjeta que decía “Estás en mis pensamientos” o “Sé fuerte”. Ella me salvó la vida.                        

Jerilynn Collette

 

Hombre previsor

Mientras conducía yo a casa en medio de una fuerte nevada, me di cuenta de que un vehículo me seguía de cerca. De pronto, ¡uno de mis neumáticos se reventó! Me detuve a la orilla del camino, y lo mismo hizo el otro auto. Un hombre bajó de él y, sin dudarlo, cambió el neumático.

—Iba a tomar una salida de la carretera unos tres kilómetros atrás —me dijo—, pero al ver su neumático supuse que no tardaría en reventarse.

Marilyn Attebery 

 

Palabras de apoyo de un comandante

Era una de mis primeras misiones en un avión de combate durante la Guerra de Vietnam, y me mantenía atento para detectar fuego del enemigo cuando de pronto vi un objeto brillante que parecía volar directamente hacia nosotros.

—¡Misil, misil! —di la voz de alarma por el intercomunicador.

El piloto inclinó el avión lo más que pudo para evitar el impacto, y la sacudida nos remeció a todos dentro de la nave. Pero resultó que el “misil” era una bengala que acabábamos de lanzar. Sobra decir que mis compañeros no estaban nada contentos. 

De vuelta en la base, el comandante se acercó a mí y me dijo:

—Sargento Hunter, siga avisando cada vez que vea misiles. Más vale prevenir que lamentar.

Ese acto de apoyo me infundió confianza para llegar a ser uno de los mejores artilleros de mi escuadrón.

Douglas Hunter

 

Las 21 manzanas de Max

Cuando mi nieto Max cumplió 21 años, le dijo a su madre, Andrea, que donara el dinero que pensara darle como regalo, y a ella se le ocurrió una idea. Sin que Max lo supiera, le dio una videocámara a Charlie, su otro hijo, fue 

con él al banco a sacar 21 billetes de 10 dólares y compró 21 manzanas en el supermercado. Cuando vieron a un indigente, Andrea le dijo:

—Mi hijo Max cumple 21 años hoy, y me pidió que le diera un obsequio a alguien para celebrarlo.

Entonces le entregó un billete de 10 dólares y una manzana. Sonriendo ante la cámara, el hombre dijo “¡Feliz cumpleaños, Max!” 

Luego Charlie y Andrea repartieron billetes y manzanas a varios hombres y mujeres que hacían fila en un comedor comunitario. En coro, ellos le desearon a Max un feliz cumpleaños. En una pizzería, Andrea dejó 50 dólares y les pidió a los dueños que les dieran pizzas gratis a los indigentes. “¡Feliz cumpleaños, Max!”, gritaron éstos frente a la cámara. 

Con el último regalo de billete y manzana, fueron a la oficina de la hermana de Andrea, quien, llorando de risa y emoción, miró hacia la cámara y dijo: “¡Feliz cumpleaños, Max!”

Dr. Donald Stoltz

 

¿Cómo lo supo?

Decidí atravesar el país en mi auto para tomar un nuevo empleo. Lo que comenzó como una aventura divertida se convirtió en una pesadilla cuando me di cuenta de que ya casi no tenía dinero y me faltaba mucho camino por recorrer. Me orillé y me puse a llorar. Fue entonces cuando me fijé en un sobre cerrado que me había dado mi vecina al partir. En él había una tarjeta de buenos deseos y un billete de 100 dólares, suficientes para el resto del viaje. Tiempo después le pregunté a mi vecina por qué había incluido el dinero, y ella me dijo:

—Presentí que lo ibas a necesitar.

Nadine Chandler

 

La manta devuelta

Cuando era una niña de siete años fui con mi familia al Gran Cañón de Colorado. En algún punto del camino, mi manta favorita salió volando por la ventanilla del auto y desapareció. Yo estaba inconsolable. Poco después hicimos una parada en una gasolinera. Abatida, me senté en un banco, y estaba a punto de comer un sándwich cuando un grupo de motociclistas se detuvo frente a nosotros. 

—¿Ese Ford azul es suyo? —preguntó un hombre fornido con barba gris y gesto intimidante.

Mi madre asintió con cautela. Entonces el extraño sacó mi manta del bolsillo de su chaqueta y se la dio a mamá; luego, subió de nuevo a su moto. Yo quise agradecerle de la única manera que sabía: corrí hasta él y le di mi sándwich.        

Zena Hamilton

 

Pasaban por allí

Cierta vez, cuando una amiga mía y yo tuvimos un accidente automovilístico y resultamos heridas, una familia que viajaba desde otro estado se detuvo a ayudarnos en la carretera. Nos llevaron en su auto a un hospital y se quedaron con nosotras hasta que nos dieron de alta. Luego nos llevaron a casa, nos compraron comida y, antes de irse, se aseguraron de que estuviéramos bien. Sorprendentemente, habían interrumpido sus vacaciones para ayudarnos.                   

Cindy Earls

 

Mariposas de apoyo

Tenía cuatro meses de embarazo de mi primer hijo cuando el corazón del bebé dejó de latir; quedé devastada. Pasaron los días y tenía que volver al trabajo. Soy maestra de secundaria, y temía enfrentarme a mis alumnos. 

En mayo pasado, después de cuatro semanas de recuperación, entré en el salón vacío y encendí las luces. Pegadas en la pared había unas 100 mariposas de papel de colores, cada una con un mensaje escrito a mano por mis alumnos y ex alumnos. Eran mensajes alentadores: “Siga adelante”, “Confíe en Dios”, “La queremos”, etc. Era justo lo que yo necesitaba.

Jennifer Garcia-Esquivel

 

Por partida doble 

Dos bomberos hacían cola en un restaurante de comida rápida cuando empezó a sonar la sirena de su camión, estacionado afuera del local. Mientras se dirigían a la puerta, una pareja que acababa de recibir su orden cedió su comida a los bomberos y se formó nuevamente en la fila. Emulando su acción desinteresada, el gerente del restaurante se negó a cobrarles el nuevo pedido.

Joann Sanderson

 

Conductor designado

Cierta vez me detuve a la orilla de una carretera en Nuevo México porque estaba sufriendo un ataque de pánico. Momentos después, junto a mi auto se detuvo una camioneta llena de niños. Una mujer bajó de ella y me preguntó si me sentía bien.

—No —le respondí.

Entonces le conté lo que ocurría: iba yo a hacer una entrega de libros a una empresa editorial. Mi siguiente parada era en lo más alto de aquel largo, sinuoso y, en mi opinión, traicionero camino, así que me daba mucha ansiedad seguir adelante. 

—Yo entregaré los libros por usted —me dijo la mujer, quien residía en ese estado y conocía perfectamente todos los caminos. 

Acepté su ofrecimiento, y jamás olvidé el sencillo acto de amabilidad de aquella desconocida.       

Doreen Frick

 

Una pequeña historia de navidad 

En enero de 2006 un incendio destruyó la casa de una familia. Dentro de ese hogar se encontraban todas las pertenencias de un niño de seis años de edad, entre ellas los regalos que había recibido en la Navidad. Una compañera suya de la escuela, cuyo cumpleaños se acercaba, les preguntó a sus padres si podía darle todos sus regalos al niño. Ese acto de bondad estará siempre en mi corazón, pues resulta que ese niño es mi nieto.

Donna Kachnowski

 

Una pausa en el juego 

Mi nieta de cinco años estaba jugando con otros niños en la zona de recreo de una tienda de muebles cuando de pronto hizo que un pequeño se detuviera; se arrodilló frente a él y empezó a anudarle los cordones de los zapatos, que se habían desatado. La niña acababa de aprender a atarse los suyos. Los chicos no se dijeron ni media palabra. Cuando mi nieta terminó, se sonrieron tímidamente y luego echaron a correr en direcciones opuestas.                                 

Sheela Mayes 

 

Un largo recorrido de ida y vuelta

Tras salir de una tienda me dirigí a mi auto para volver a casa, pero entonces descubrí que había dejado dentro las llaves del coche y mi teléfono celular. Un adolescente que pasaba por allí en bicicleta me vio patear un neumático del auto y soltar algunas palabrotas. El muchacho se detuvo y me dijo:

—¿Le pasa algo, señor? 

Le expliqué mi situación, y añadí: 

—Pero aunque pudiera telefonear a mi esposa, ella no podría traerme la llave de repuesto porque este auto es el único que tenemos. 

El chico me dio su celular y dijo:

—Llame a su esposa y dígale que yo iré a su casa a recoger la llave. 

—¡Pero es un viaje de más de 11 kilómetros de ida y vuelta! —exclamé.

—Usted no se preocupe —repuso.

Una hora después, el joven regresó con la llave del auto. Le ofrecí un poco de dinero, pero él no lo aceptó. 

—Digamos que necesitaba yo hacer un poco de ejercicio —dijo, y entonces, como un vaquero de película, se alejó pedaleando bajo la luz del atardecer. 

Clarence W. Stephens

 

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