La Ciudad de México y sus leyendas
Conoce al primer asesino serial de la Ciudad de México o, el sitio en donde se empezó a usar la cuetlaxóchitl o flor de Nochebuena.
Parecen recién salidos de la tumba. Van ataviados a la usanza del siglo XVI y deambulan por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México acompañados de música barroca o villancicos, según la temporada. Con su voz se convierten en artífices de sueños y pesadillas.
Mediante sus gestos, su imaginación desbordada y sus palabras trasladan al público a tiempos remotos en los que una mulata acusada de brujería escapó de los calabozos de la Santa Inquisición dibujando, con un gis, un barco en las paredes de su celda o cuando un acaudalado hombre, enloquecido por los celos, se convirtió en el primer asesino serial de la Ciudad de México o, bien, al sitio en donde se empezó a usar la cuetlaxóchitl o flor de Nochebuena, el símbolo aportado por México a la Navidad.
El Centro Histórico es la parte más antigua de la Ciudad de México. Aunque abarca un área de 10 kilómetros cuadrados, es el de mayor extensión de América Latina y uno de los puntos turísticos más concurridos del mundo: una ciudad dentro de otra ciudad.
Actualmente cuenta con 9,000 inmuebles, de los cuales 3,000 están protegidos por organismos públicos debido a su valor histórico. Esa es una de las razones por las que la zona forma parte de la lista de Patrimonios Culturales de la Humanidad de la Unesco.
En el siglo XVI, el Zócalo fue un importante punto comercial y ostentaba un prominente mercado: el Parián. Ahí era posible adquirir desde borceguíes napolitanos, ropa genovesa y especias de África hasta productos agrícolas sudamericanos.
La grandeza de las culturas prehispánicas, la fastuosidad de la época novohispana, las transformaciones del México moderno y la diversidad de nuestros tiempos han marcado esta zona. Cada casona señorial, cada calle, cada convento, albergan una historia, un fantasma.
Y una excelente manera de conocer algunas de estas anécdotas —porque son cientos— es recorriendo las calles en compañía de un cuentacuentos, de un cronista: personajes entrañables que desde hace décadas forman parte del paisaje, y quienes se aproximan a la historia a través del enfoque disciplinario favorito del mexicano: el chisme.
Según Abraham Villedas Martínez, historiador y narrador oral, quien presume de dedicarse al oficio más antiguo del orbe, “las leyendas quieren dejar su impronta en la gente”.
Hasta hace un par de décadas, el Centro Histórico había sido relegado por los habitantes a raíz de su inaccesibilidad e inseguridad, pero, tras su rescate, los mexicanos han vuelto a reconocerse en ese espacio. Por eso es un buen momento para acercarse a cualquiera de las ofertas de turismo cultural que, usando la palabra como medio de transporte, te contarán algunas de las leyendas preservadas con tanto ahínco por el historiador Artemio del Valle Arizpe.
Cálzate unos zapatos cómodos, vístete según el clima de la temporada y procura no chocar con las almas que deambulan por ahí. “Caminaremos por tierra santa, así que les recomiendo dejar algo que se conoce como ‘servidumbre’ para que las almas que andan por ahí no se peleen con nosotros, pues a veces nos quieren atravesar; así que démosles espacio de transitar y disfrutemos del tour”, recomienda Rodrigo Maya, narrador oral de Los Tours del Centro Histórico, representantes del turismo de proximidad, el cual apuesta a la revalorización del patrimonio e impulsa procesos de desarrollo local con los recursos propios del territorio.
Si bien existen rutas específicas, la realidad es que hacia donde quiera que camines hallarás historias. Un ejemplo es La Conchita, el segundo templo más pequeño de la ciudad y su primera morgue, cuya capacidad era de 20 cuerpos. O la capilla de Manzanares, considerada la más pequeña de América Latina y a la que, se asegura, acuden, entre otras personas, delincuentes de los alrededores y de otras colonias de la capital.
Si te diriges a la tercera calle de La Soledad (ubicada justo atrás de Palacio Nacional), estarás parado donde ocurrió un curioso evento a principios del siglo XVIII. La protagonista fue la hermosa, orgullosa y altiva doña Paz de Quiroga, española que llegó a la Nueva España para heredar los cuantiosos bienes de su recién fallecido tío Jacinto de Quiroga y Juárez. Jamás se imaginó que debería cumplir con una cláusula descabellada: convocar a todos los ciudadanos a la Plaza Mayor, en donde habría un templete y allí, delante de ellos, ejecutar una machincuepa. Desde ese día, y por largo tiempo, esa vía fue bautizada como la calle de la Machincuepa.
Si el recorrido te acerca a la explanada que domina “El caballito” (así se conoce coloquialmente a la Estatua ecuestre de Carlos IV), donde antes pasaba la calle de San Andrés, te enterarás de que allí estuvo el hospital homónimo. En aquel sitio fue embalsamado, por segunda vez, el cuerpo de Maximiliano de Habsburgo, en 1867. Un año después, y enojado por el sermón que pronunció el padre jesuita Mario Cavalieri durante una misa celebrada en honor al difunto en un tono muy agresivo contra el gobierno, Benito Juárez, presidente en turno, sugirió tirar la capilla. Ardió esa misma noche.
En la primera calle con alumbrado público de la Ciudad de México, vivió el primer asesino serial de la urbe. Don Juan Manuel de Solórzano, casado con doña Mariana de Laguna, fue un acaudalado habitante de esta zona de la ciudad en el siglo XVII que hizo un pacto con el diablo a fin de saber quién era el hombre con el que su cónyuge lo engañaba. El diablo le dijo que encontraría al individuo en la calle República de Uruguay a las 23:00 horas, así que don Juan salía cada noche y al primer hombre que encontraba le preguntaba la hora. Si el desafortunado le respondía que eran las 23:00, don Juan le decía: “Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte”, y lo apuñalaba. Lo hizo más de 32 veces.
“La gente ya no quería caminar de noche por las calles 20 de Noviembre y República de Uruguay”, asevera Francisco José Ibarlucea Bozal, cronista de la Ciudad de México y parte del colectivo cultural Custodios del Patrimonio, que ofrece recorridos guiados.
La leyenda de “Los cabellos del diablo” también pone los pelos de punta: se trata de un caso de posesión demoniaca que ameritó la intervención del Tribunal del Santo Oficio, razón por la cual está documentado.
Sucedió en el siglo XVII en el convento de Jesús María. “Se trataba de una joven que recurrió a la brujería para dañar a su hermana: dueña de una gran belleza y una cabellera espectacular, quien moriría de tristeza por las calamidades sufridas a raíz de los embrujos. Más tarde, la hermana malévola fue asesinada por el mismo diablo, quien usó el cabello que la joven tanto envidió como arma para estrangularla”, relata Ibarlucea Bozal.
La plaza de Santo Domingo ha sido testigo de miles de acontecimientos y es considerada la segunda más importante del cuadrante; además, es un Sitio de Memoria de la Esclavitud. Sobre el terreno en el que está ubicada la primaria Licenciado Miguel Serrano, alguna vez se levantó la casa de la Malinche y su esposo, el capitán Juan Jaramillo.
Muy cerca se ubica el que fuera hogar de Diego Pedraza, el primer cirujano graduado de la Escuela de Medicina; y, más adelante, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, con sus viejos y húmedos calabozos de la cárcel conocida como La Perpetua, donde se pagaban las ofensas contra la fe católica. “Quien entraba ahí no volvía a salir”, cuenta Maya.
En 1854, el Tribunal se convirtió en la Escuela de Medicina, la cual resguardó, entre otras maravillas científicas, el cuerpo diseccionado de una indígena que fue encontrada en la calle del Factor, muy cerca de ahí. Hoy en día, el edificio es sede del Museo de Medicina Mexicana y del Museo de la Inquisición.
Pero como no solo de fantasmas, asesinatos y suicidios vive el ser humano, el repertorio de mitos del Centro Histórico también incluye historias navideñas. Por ejemplo, “El vendedor de juguetes”, un cuento ilustrado por José Guadalupe Posada —el célebre grabador mexicano— que recoge la tradición oral del siglo XIX en México, y que era narrado a los niños con el propósito de contribuir a su formación.
Y es que las narraciones no nada más sirven para conocer hechos históricos, también son útiles métodos de enseñanza. “Las leyendas novohispanas eran usadas para espantar a los chicos, para decirles que si se portaban mal se los iba a llevar ‘el coco’; tenían el objetivo de generar un control social, así como identidad y arraigo”, explica el historiador Abraham Villedas.
Las primeras Navidades de la Nueva España se celebraron en el convento de San Francisco, que fue el más grande de América. Ahí se empezó a utilizar la cuetlaxóchitl o flor de Nochebuena, el elemento que México aportó a la Navidad. Este organismo proveniente de Taxco, Guerrero, es conocido en el resto del mundo bajo el nombre de poinsettia, pues Joel Roberts Poinsett, quien fuera embajador de Estados Unidos en México, introdujo su cultivo en aquel país.
Aunque son originarias de Acolman, Estado de México, el Centro Histórico también vivió el revuelo de las piñatas, así como la moda europea que intentó popularizar José de la Borda, magnate minero del siglo XVIII, de colocar abetos en Navidad, tendencia que si bien no tomó fuerza en ese momento —porque los nacimientos ganaban en prominencia—, sería un suceso tras la llegada de las esferas.
De la Borda fue otro singular personaje que habitó la zona. Gracias a él se erigió la casa más grande del Centro Histórico. La construcción, a la que hoy en día se denomina Casa Borda, está ubicada en las calles de Madero y Bolívar. El inmueble en cuestión—que albergó el Salón Rouge, una de las primeras salas de cine de la ciudad— cuenta con los que llegaron a ser los balcones más largos del planeta: ¡miden 178 metros!
El templo de San Miguel —ubicado muy cerca de Pino Suárez— está dedicado a San Nicolás de Bari, ese hombre turco del siglo IV tan querido por proteger a los pequeños y los débiles de aquellas tierras. “En esos tiempos tenían a los niños esclavizados en las posadas y los metían en cacerolas para luego comérselos; él ofrecía tres monedas de oro a cambio de la libertad de los menores”, cuenta Francisco José Ibarlucea Bozal, experto en nocturnidad como le gusta llamarse.
El 11 de diciembre es un día de fiesta para el Centro Histórico, pues cumple 31 años de haber sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Para celebrar la distinción no hay nada mejor que recorrerlo y disfrutarlo. “Somos afortunados de vivir aquí”, asevera Ibarlucea Bozal. ¡Y cómo no sentirse felices de poseer el lugar de América con más sitios patrimoniales o con una de las calles peatonales más transitadas del mundo, que es Francisco I. Madero!
Ibarlucea parafrasea al historiador y politólogo José Iturriaga cuando refiere que mientras en lo que ahora es Nueva York pastaban búfalos, la Ciudad de México tenía la casa de moneda más importante del mundo, así como la primera imprenta y universidad del continente.
Si bien eso fue hace cientos de años, el Centro Histórico, el corazón del país, está más vivo que nunca.