Nota actualizada 26 de noviembre 2024
En una pequeña isla japonesa, un grupo de primates nos enseñó una lección invaluable sobre la capacidad de aprendizaje y la importancia de la interacción social. Los macacos de Koshima, con su ingenio y curiosidad, revolucionaron la forma en que entendemos la inteligencia animal.
A mediados del siglo XX, un experimento científico dio un giro inesperado cuando una joven macaco llamada Imo decidió lavar una papa antes de comérsela. Este simple acto desencadenó una cadena de eventos que transformaría los hábitos alimenticios de toda la manada. La innovación de Imo no se quedó ahí, y pronto descubrió una nueva técnica para recolectar arroz.
¿Cómo fue posible que un solo individuo cambiara las costumbres de un grupo entero? ¿Qué mecanismos cognitivos permitieron a estos primates aprender unos de otros tan rápidamente? En este artículo, exploraremos el fascinante caso de los macacos de Koshima y descubriremos los secretos detrás de su capacidad para enseñar y aprender.
¿La enseñanza mutua de los macacos?
Los biólogos que trabajaron en la isla japonesa de Koshima, en el Pacífico, en 1956 comenzaron su investigación dejando papas en una playa para sacar a campo abierto a una manada de macacos japoneses. Cierto día, un año después, un miembro de la manada (una hembra joven llamada Imo por los biólogos) decidió lavar una papa antes de comérsela. Hasta entonces los monos se habían comido las papas con la arena que tenían adherida. Imo tomó una, la sumergió en el agua y la lavó con la mano libre.
Después de descubrir, aparentemente, que el sabor de la papa mejoraba, Imo siguió lavándolas antes de comérselas. Un mes después, uno de sus compañeros comenzó a imitarla. Al cabo de cuatro meses, su madre también la imitó. Y, al final del experimento, toda la manada había aprendido a lavar las papas.
La innovación de Imo no acabó ahí. Junto a las papas, los biólogos pusieron granos de arroz, que los monos recogieron de la arena uno por uno. La recolección de este nutritivo alimento era un proceso lento hasta que Imo halló la forma de hacerlo más rápido. Ella recogió los puñados de arroz mezclado con arena, y los echó en estanques de agua limpia. Poco después la arena se asentó, y la mona recogió los granos de arroz que quedaron flotando en la superficie.
Los macacos japoneses son inquisitivos, inteligentes, juguetones y, además, aprenden con suma rapidez. Antes de cumplir un año de edad, los jóvenes ya han descubierto las cosas comestibles que hay a su alrededor. Ellos toman y prueban los bocados que se le caen a la madre, y hasta le arrebatan algún pedazo de comida de la boca. Pero los infantes también aprenden de sus compañeros de juego y, por lo general, son los jóvenes los que descubren nuevas fuentes de alimento. Los dulces no forman parte de la dieta natural de los macacos, pero como entran en contacto con la gente, han aprendido a comerlos. Los biólogos observaron a estos animales cuando aprendían a hacerlo.
Beneficios para todos
Al principio, ningún integrante de la manada veía los dulces como posible alimento, pero uno de ellos, de dos años de edad, se comió uno. No pasó mucho tiempo antes de que las madres y otros compañeros también los probaran. Para los macacos es muy ventajoso aprender unos de otros. Compartir el conocimiento les ayuda a responder con rapidez a los cambios que ocurren en su medio natural, y permite a toda la manada beneficiarse del descubrimiento fortuito hecho por uno de sus miembros. Esto no sucede entre criaturas cuyo comportamiento está determinado por los genes.
Secretos del mundo animal