Más allá del sentimiento positivo sobre el futuro, para el psicólogo Rick Snyder, la esperanza es un proceso para pensar en nuestras metas, en cómo alcanzarlas y en las creencias que tenemos sobre nuestra capacidad para lograrlo, no solo desde lo racional sino también desde lo emocional.
De acuerdo con muchos estudios, las personas que tienen más esperanza también poseen mayores niveles de satisfacción con la vida, autoestima y eficacia. Confían más en los demás, se entregan más y son más solidarios con el ambiente y con los otros.
Es indispensable mantener la esperanza en un límite sano: es decir, que no nos ciegue ante un objetivo al grado de que dejemos que considerar los riesgos. Hay que saber reconocer cuando es momento de retirarnos, no ser testarudos y cambiar no el objetivo, pero sí cómo lo lograremos.
A veces resulta difícil, pero estas sugerencias pueden ayudarnos a comenzar a practicarla.
El optimismo y la esperanza están muy relacionados, pero no son exactamente lo mismo. El optimismo es una de las manifestaciones de la esperanza y brinda una forma distinta de explicarse las situaciones.
Un optimista cree que lo que sale bien es:
También cree que lo que no le sale bien es:
En cambio, el pesimista lo ve al revés. Cree que lo que le sale bien es transitorio, específico y externo, mientras que lo malo es permanente, general e interno.
Recuerda: la forma en que nos explicamos la realidad puede marcarnos bastante. Ser conscientes de las explicaciones que nos damos y buscar opciones más amables y positivos es un entrenamiento que nos dará frutos si perseveramos, con beneficios notables a nuestra salud mental y física. ¡La esperanza nos da optimismo y, con ello, perseverancia!
¿Con cuál eres más afín, con el optimista o con el pesimista? ¿Lo has identificado?
Tomado de Revista Buena Salud