Con ojos que no pestañean nunca. ¿Hace cuánto tiempo que permanecen vigilantes estos centinelas de un mundo misterioso? Desde hace cientos de años, quizás desde el siglo X… Sus largas caras de piedra, intemporales, ¿son las de los dioses? ¿Las de los ancestros? Uno no puede imaginarse que sean de seres humanos.
Miradas vigilantes
Aunque algún día la arqueología nos develara todo respecto de ellos, trataríamos, sin duda, de preservar algo de su misterio, aquello que les otorga su belleza. Estos rostros son, ante todo, miradas, miradas que brotan de pupilas de toba volcánica de color rojo o negro en el centro de los ojos de coral blanco.
Hotu Matua, rey mítico de la Isla de Pascua, habría desembarcado en Anakena, una de las dos playas de la isla. A la sombra de los cocoteros, ¿los guardianes de piedra esperaban su llegada? Erigidas sobre su ahu (talud de piedra donde también se levantaron estatuas en madera, más macizas y pequeñas), estas estatuas colosales le dan la espalda al mar.
Descubrimiento
Cuando descubrió la isla en 1722, el capitán Jacob Roggeveen no tuvo tiempo de asombrarse al ver estas efigies inquietantes, pues no se demoró en el lugar. En 1770, los españoles desembarcaron. Cuatro años más tarde, es el viaje del capitán Cook; después, en 1786, el de La Pérouse.
Al abordar esta isla volcánica perdida en el fin del mundo, todos admiran –no sin temor– los colosos de ojos brillantes, mucho más interesantes que las historias autóctonas de conflicto entre clanes, la desertificación de la isla como consecuencia del excesivo consumo de sus recursos naturales y, finalmente, la deportación a las minas de guano del Perú.
Los moai
Los moai, estas famosas estatuas monumentales de la isla, provienen de dos canteras donde duermen todavía algunas inacabadas. En toda la costa, se cuentan varios centenares: de 4 a 10 m de alto y un peso promedio de veinte toneladas cada una. Unas 60 de ellas están cubiertas de una roca de toba roja, ¡cilindro gigante que pesa a veces más de 10 toneladas!
Algunos tipos de rieles de madera habrían permitido transportarlas, luego con andamios y enormes palancas, también de madera, las habrían podido erigir. Ancestros míticos y protectores, conservan aún algo de misterio, pero no son los únicos: ¿qué se sabe verdaderamente de los trescientos santuarios que constituyen los ahu? ¿Y de la ciudad ritual de Orongo con sus casas semienterradas? ¿Y de las torres? ¿Y de las casas con forma de bote?
Algunas casas antiguas tenían forma de bote, como la de Kote Riku, en la costa oeste de la isla. La familia vivía en el espacio más alargado, entonces recubierto de ramas de palmera y cañas. La pequeña saliente albergaba la puerta que se abría sobre un espacio empedrado.
Casi a ras del agua, los moai del sitio de Tongariki dan la espalda al mar como casi todos los de la isla. Miran así a las laderas del volcán Rano Raraku, en cuyo flanco fueron excavadas las canteras de donde provienen la mayoría de las estatuas. Unas 400 de ellas yacen todavía, inacabadas, o nunca erigidas, en el lugar donde fueron talladas.
Los últimos monolitos fueron esculpidos a comienzos del siglo XVI; en esa época, no había más árboles en la isla: el bosque había sido explotado a ultranza por los habitantes, o los pascuenses se sirvieron de los troncos para fabricar los rieles que permitieron desplazar las estatuas.
¿Evolución en su diseño?
En las laderas del volcán Rano Raraku, cuyo cráter está hoy ocupado por un lago, se tallaron y erigieron moais durante más de un milenio. Con el paso del tiempo, su estilo evolucionó, de formas redondas y un poco enmarañadas, a finas siluetas de arcos superciliares profundos, y nariz y mentón prominentes.
Extraído del libro: “Secretos de los lugares más extraordinarios del mundo”, Reader’s Digest
