Cada 10 de diciembre, el mundo se detiene para conmemorar el Día de los Derechos Humanos, una fecha que nos invita a reflexionar sobre las libertades y garantías inherentes a nuestra condición humana. Desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, el derecho a la dignidad y la libertad ha sido un pilar fundamental de nuestras vidas. En este contexto, la Ley de Voluntad Anticipada (LVA) se presenta como una herramienta vital para ejercer nuestra autonomía, especialmente en los momentos más críticos.
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Hablar sobre el final de la vida es un acto de valentía y amor propio. No solo se trata de prepararnos para lo inevitable, sino de asumir nuestra autonomía y dignidad hasta el último momento. La LVA, vigente desde 2008 en la Ciudad de México y extendida a otros estados, permite a las personas decidir sobre los tratamientos y cuidados que desean recibir en situaciones terminales. Sin embargo, a pesar de su importancia, muchos desconocen este derecho.
Un estudio del Centro de Opinión Pública de la UVM revela que el 50% de la población no tiene conocimiento sobre la existencia de la voluntad anticipada, mientras que solo el 11% comprende su significado. Estos datos reflejan un panorama preocupante, pero también indican una notable apertura: un 67% de los encuestados estaría dispuesto a considerar la LVA si recibiera la información adecuada.
Es esencial diferenciar entre la voluntad anticipada y la eutanasia, ya que son conceptos distintos. La LVA permite planificar los cuidados médicos paliativos y rechazar tratamientos invasivos que prolonguen la vida de manera artificial. En contraste, la eutanasia implica una intervención activa para acelerar la muerte, una práctica que no está permitida en México. La LVA, en cambio, regula la ortotanasia, que se centra en el acompañamiento hacia una muerte natural sin medidas desproporcionadas.
La muerte, aunque inevitable, plantea dilemas éticos complejos en un mundo donde la ciencia y la tecnología han transformado el proceso de morir. Esta medicalización del final de la vida ha desdibujado la comprensión cultural y emocional que históricamente hemos tenido sobre la muerte. Aquí es donde la bioética juega un papel crucial, promoviendo el diálogo entre perspectivas médicas, legales y sociales.
Reconocer el derecho a decidir sobre los cuidados al final de la vida no solo honra la autonomía personal, sino que también refleja un profundo respeto por el proceso natural de la vida. Este debate, enriquecido por nuevas perspectivas y avances tecnológicos, nos invita a construir una sociedad que valore tanto la vida como la muerte.
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Fomentar una cultura de prevención es esencial para empoderar a las nuevas generaciones. La voluntad anticipada no solo permite reflexionar sobre el derecho a decidir con dignidad, sino que también alivia la carga emocional y económica para nuestros seres queridos. En la Ciudad de México, más de 10 mil personas han ejercido este derecho entre 2019 y 2023, lo que evidencia un progreso alentador que debe extenderse a nivel nacional.
Hablar sobre estos temas es un acto de responsabilidad y amor, asegurándonos de que nuestras decisiones estén alineadas con nuestros valores más profundos. Elegir planificar el final de nuestra vida es un derecho humano y un legado de respeto hacia nosotros mismos y hacia quienes nos rodean.
Con información de Doña Mayra González Moreno, directora y fundadora de Mi Legado.
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