La madre adoptiva más amorosa
Cori Salchert, de Sheboygan, Wisconsin, está sentada en una cama de hospital colocada en medio de su sala. Acaricia la cabecita de su hijo Charlie, de un año, al que sostiene en brazos.Te recomendamos: Tras...
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Acaba de adoptar al bebé sabiendo que es muy probable que no viva mucho tiempo. Para ella y su esposo, Mark, ser padres adoptivos y de crianza no parecía factible hace unos años. Ambos trabajaban, y ya tenían ocho hijos propios. Pero Cori, enfermera calificada, se dedicaba en cuerpo y alma a ayudar a familias que hacían duelo por un embarazo malogrado o por la muerte de un recién nacido.
Si una pareja se sentía demasiado agobiada para sostener en brazos a su bebé moribundo, Cori lo hacía para que la criatura “no muriera sola”. En esos momentos pensaba: ¡Ojalá pudiera cuidar a estos niños! Hace unos cinco años le diagnosticaron a Cori un trastorno autoinmunitario que la dejó muy abatida y sin empleo; sin embargo, eso la llevó a unirse al programa de hogares de crianza del Hospital Infantil de Wisconsin, y a hacerse cargo de bebés desahuciados. Aquí relata su historia:
En agosto de 2012 recibimos una llamada del hospital. Nos preguntaron si podíamos encargarnos de una bebé de dos semanas de nacida que no tenía nombre ni nadie que cuidara de ella. Había nacido sin un hemisferio cerebral, y los médicos no creían que pudiera sobrevivir. Estaba en estado vegetativo: no veía ni oía, y respondía sólo a estímulos dolorosos.
Si una pareja se sentía demasiado agobiada para sostener en brazos a su bebé moribundo, Cori lo hacía para que la criatura “no muriera sola”
Pudo haber muerto en el hospital, envuelta en una manta y conectada a una sonda de alimentación sin que nadie se fijara en ella. Pero llevamos a casa a aquella hermosa bebé para que viviera con nosotros, y eso fue justo lo que la pequeña hizo.
Emmalynn vivió más en 50 días que lo que muchas personas a lo largo de toda su vida. No había tenido una familia, y de repente era la menor de nueve hermanos. La teníamos en brazos todo el tiempo y la llevábamos con nosotros a todas partes.
Una noche me di cuenta de que la bebé se estaba muriendo. La familia entera se encontraba en casa, y todos se turnaron para sostenerla en brazos y darle un beso. Mi esposo incluso le cantó. Luego todos se fueron a dormir; sólo mi hija Charity y yo nos quedamos despiertas con la niña.
Abracé a Emmalynn contra mi pecho, envuelta en mi bata de baño afelpada y tibia, y le canté Jesús me ama. De pronto me percaté de que no la había oído respirar en varios minutos. Miré su rostro y vi que la hermosa criatura se había ido. Había dejado este mundo sintiendo los latidos de mi corazón. No sufrió dolor y, desde luego, no estuvo sola.
Hace dos años adoptamos a Charlie, de cuatro meses de nacido, quien tiene un diagnóstico sombrío, pero no forzosamente se halla en fase terminal. Con todo, los niños que tienen su tipo de daño cerebral por lo general mueren antes de cumplir dos años. Charlie está conectado a aparatos de soporte vital, y el año pasado lo reanimaron al menos 10 veces. Ahora se encuentra bajo un plan distinto de cuidados, y si vuelve a entrar en crisis, ya no recurriremos a las compresiones de pecho ni al desfibrilador: esta vez lo dejaremos ir.
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Como en el caso de Emmalynn, le prodigamos todo nuestro cariño a Charlie, y lo llevamos de aventura con nosotros siempre que podemos. Es un regalo maravilloso formar parte de la vida de estos bebés, poder aliviar su sufrimiento, acariciarlos y amarlos, aunque ellos no puedan devolverle a uno algo tangible, ni siquiera sonreír a cambio de nuestros cuidados.
Nos consagramos por entero a estos niños, y se nos desgarra el alma cuando mueren. Pero nuestros corazones son como vitrales: esas ventanas hechas con trozos de vidrio que se forjan nuevamente y que resultan aún más fuertes y bellas justamente porque estaban rotas.