La pregunta del millón
Estaba yo tratando de enseñarle a mi madre, Ingrid, de 86 años, a usar Internet, pero ella alegaba que, a su edad, podía vivir perfectamente sin él. Empeñada en mostrarle las maravillas de la Red, le dije que podía escribir cualquier pregunta en Google y que éste le daría la respuesta.
Mamá no estaba muy convencida, pero ante mi insistencia escribió: “¿Cómo se siente Ingrid esta mañana?”
Beth Webb, Canadá
Hace poco estaba tratando de separar la ropa sucia de la limpia en el cuarto de mi hijo adolescente, pues la había dejado desperdigada por todas partes. Mientras yo refunfuñaba, mi hijo entró.
—¿Qué haces, mamá? —me dijo—. ¿No te gusta mi clóset horizontal?
Robyn Carlton, Estados Unidos
Cierta vez alquilamos una cabaña en las Tierras Altas de Escocia, adonde llegaría nuestro hijo a pasar las vacaciones con nosotros. Como las noches eran frías, decidí enviarle un mensaje de texto pidiéndole que llevara leña para la chimenea.
Poco antes de que él llegara nos enteramos de que un pariente nuestro había muerto, así que le envié otro mensaje indicándole los detalles del sepelio. Aunque transcurrieron dos días entre ambos mensajes, la mala señal del teléfono celular de mi hijo hizo que los recibiera casi al mismo tiempo… sólo que en orden inverso. Lo que él leyó fue: “Sepelio del tío el sábado a las 11:30 de la mañana… ¡Trae leña para el fuego!”
Iain Duncan, Reino Unido
Hace unos años un amigo mío se disponía a salir de un espacio en un estacionamiento mientras otro automovilista esperaba para ocupar el sitio. Al pasar frente a él, observó que el conductor le hacía una seña con la mano que a mi amigo le pareció obscena. Furioso, se detuvo en seco y salió del coche. El otro conductor bajó la ventanilla y, con toda calma, escuchó la andanada de reclamos airados de mi amigo.
Finalmente, cuando el hombre pudo hablar, le dijo:
—Mire, soy agente de policía y hoy es mi día libre. Sólo trataba de indicarle que no se había abrochado el cinturón de seguridad.
Lucy Pesaro, Reino Unido
Estaba yo bastante contento con los zapatos nuevos que me había comprado en un almacén exclusivo. Más o menos una semana después, un día lluvioso, me puse los zapatos casi sin fijarme porque tenía prisa y salí de casa corriendo. De pronto sentí humedad en el pie derecho: ¡el zapato tenía un agujero!
Me dirigí al almacén donde había comprado los zapatos para reclamar. Luego de escuchar mi queja en la oficina de servicio a clientes, la empleada revisó los zapatos y dijo:
—Efectivamente, señor: el zapato derecho tiene un agujero. Por desgracia, usted sólo compró el zapato izquierdo en esta tienda.
Mi disculpa fue tan rápida como mi partida.
Philip Carroll, Canadá
Al terminar de almorzar en un lujoso restaurante, esperé junto a la barra a que me dieran la cuenta y vi que sobre ella había algunos bocadillos. Tentada, probé una galleta; en otro plato había pistaches, así que tomé uno y lo engullí con disimulo al ver que el mesero se acercaba. Entonces me di cuenta de que no eran pistaches, sino ¡huesos de aceitunas que alguien había dejado allí!
Angela Le Roux, Reino Unido
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