Así es la vida: La primera vez que mi papá usó lentes
Un día tempestuoso, el viento derribó la canasta de basquetbol que tenemos en el patio de la casa y estrelló la ventanilla trasera...
Un día tempestuoso, el viento derribó la canasta de basquetbol que tenemos en el patio de la casa y estrelló la ventanilla trasera de nuestra camioneta. Lo único que mantenía el vidrio en su sitio era la película de seguridad. Tras cerciorarme de que podía conducir sin riesgo la camioneta para llevarla a reparar, me dirigí a la ciudad junto con Katie, mi hija de siete años. Durante todo el trayecto refunfuñé sobre la cita que había yo perdido por el contratiempo, y lo caro que iba a salir el deducible del seguro.
—Mami, sé que estás enojada por lo de la ventanilla y porque va a costar mucho dinero repararla —me dijo la niña—, pero, ¡mira qué bonito se ve cuando entran los rayos del sol por el vidrio roto!
Me detuve y comprobé que tenía mucha razón. Repararon la ventanilla y reprogramé mi cita. Hoy Katie sigue recordándome ver la vida con otros ojos.
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La primera vez que mi papá usó lentes para conducir, no dejaba de decirle a mi madre: “En verdad, no me hacen falta. Puedo ver perfectamente sin ellos”. Unos minutos después, al recorrer las calles, comentó que había muchas señales de tránsito nuevas en el vecindario.
—Vamos, querido —repuso mamá en tono suave—, han estado allí durante años.
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Mis hijas decidieron agregar el tono de la película El exorcista a mi teléfono celular, y me pareció divertido ponerlo para recibir llamadas.
Pero no lo fue tanto el día en que empezó a sonar a todo volumen en una pequeña capilla católica, mientras todos rezábamos el rosario.