En la era de los productos ultraprocesados y las comidas rápidas, a menudo perdemos de vista lo que es compatible con nuestra biología humana. Según el biólogo evolutivo Scott Travers, la respuesta a una alimentación más adecuada podría encontrarse en el pasado. Específicamente, en el Imperio Romano del año 100 d. C., cuya dieta sencilla y basada en productos naturales guarda notables similitudes con las recomendaciones saludables de hoy. El especialista explicó en Forbes que la alimentación romana era “biológicamente elegante” debido a su simplicidad y al uso eficiente de los recursos naturales. A continuación, exploramos los cinco hábitos clave de la dieta romana saludable que la ciencia moderna valida y recomienda retomar.
1. Predominio vegetal y cereales integrales
La base de la alimentación romana, tanto en zonas urbanas como rurales, era abrumadoramente vegetal. Lejos de los banquetes lujosos, el plato esencial era el puls: una papilla espesa de trigo escanda o cebada.
- Gran aporte de fibra: Los granos utilizados no eran refinados como los modernos, preservando su valor nutricional y aportando la fibra esencial para el microbioma intestinal.
- Poder antiinflamatorio: El consumo habitual de legumbres (lentejas, habas), verduras y aceite de oliva virgen fortalecía el sistema inmunitario y favorecía el estado de ánimo.
- Pan de masa madre: El pan integral, a menudo elaborado con masa madre, era un alimento cotidiano que contribuía al bienestar general.
2. Garum y la revolución de los fermentados
El Garum, una salsa intensamente sabrosa elaborada a partir de vísceras de pescado fermentadas con sal, fue un producto icónico de la cocina romana.
Aunque el método suene poco apetecible, la ciencia moderna respalda sus beneficios. El Garum era un precursor de los alimentos probióticos contemporáneos (como el kimchi o la kombucha).
- Biodisponibilidad de nutrientes: La fermentación incorporaba bacterias que facilitaban la digestión y mejoraban la asimilación de aminoácidos y proteínas.
- Nutrición avanzada: Esta salsa aportaba nutrientes significativos como calcio y ácidos grasos omega 3, fundamentales para la salud.
3. Carne: Consumo ocasional y moderado
Contrario a la imagen popular de los festines cinematográficos, el consumo de carne en el Imperio Romano era esporádico. Predominaba el cerdo, y la carne de res se reservaba casi exclusivamente para las labores agrícolas.
Este patrón contrasta fuertemente con la alta ingesta de carne roja en la dieta occidental actual.
- Fisiología humana: Según Travers, la fisiología humana está orientada hacia un régimen mayormente vegetal debido a su dependencia de la fibra y su intestino largo.
- Riesgos modernos: La ingesta habitual de carne roja y procesada se asocia con un mayor riesgo de cáncer colorrectal y enfermedades cardíacas, males que la dieta romana minimizaba.
4. Comer según el ciclo de la naturaleza (Ayuno)
La población romana comía productos de temporada y se enfrentaba a períodos de escasez debido a la falta de sistemas avanzados de conservación. Esta dinámica se asemeja sorprendentemente a lo que hoy se conoce como ayuno intermitente.
- Beneficios metabólicos: El cuerpo humano evolucionó en ciclos de abundancia y carencia. Esta alternancia activa la reparación celular y contribuye a la reducción de la inflamación.
- Restricción horaria: Lo que era una necesidad natural en Roma (comer en ciertas ventanas de tiempo) ahora se imita deliberadamente para obtener beneficios metabólicos.
5. El vino: Antioxidantes en moderación
El vino formaba parte de la dieta de todas las clases sociales, pero se consumía de forma muy diferente: se mezclaba con agua, miel o hierbas. Este proceso disminuía drásticamente su graduación alcohólica.
- Aporte de polifenoles: El vino tinto romano contenía polifenoles como el resveratrol, conocidos por sus propiedades antioxidantes y antiinflamatorias.
- Consumo moderado: Este hábito se distancia de los patrones de ingesta excesiva de alcohol, integrando la bebida como un componente menor y saludable de las comidas diarias.
Conclusión
La dieta romana es un claro ejemplo de que una alimentación sencilla, basada en la moderación y productos naturales, es la que mejor funciona para el organismo humano.
El modelo romano priorizaba los alimentos vegetales ricos en fibra, incorporaba los beneficios de los fermentados y limitaba el consumo de carne.
Frente a las tendencias modernas y los productos ultraprocesados, el secreto de la salud podría estar en retomar los hábitos que sostuvieron a uno de los mayores imperios de la historia.
Te invitamos a integrar estas lecciones de la antigüedad en tu vida diaria. ¿Cuál de estos hábitos te gustaría empezar a practicar hoy?