La existencia del hombre de la máscara de hierro es un hecho histórico, no solo la invención de un novelista.
El asunto de su identidad fue muy discutido durante su vida, pero nunca se llegó a ponerle un nombre al personaje. En los 300 años transcurridos desde su muerte anónima, surgieron docenas de teorías sobre quién era y por qué fue sometido a tan cruel destino.
En 1789, poco después que una turba invadió la Bastilla, se hizo un macabro descubrimiento en las oscuras entrañas de la prisión. Detrás de una puerta del sótano había una celda a la que nunca llegaba el sol y donde, encadenado al piso, yacía un esqueleto humano.
Los huesos estaban cubiertos por unos pocos harapos roídos por las ratas y el cráneo desnudo estaba encerrado en una especie de casco de hierro. Nada indicaba el nombre del prisionero, pero ¿serían estos los restos del misterioso desdichado conocido como “el hombre de la máscara de hierro”?
No lo eran. En realidad, no se habían encontrado tales huesos. La historia, publicada por la prensa sensacionalista, era propaganda revolucionaria, una forma de compensar el decepcionante hecho de que la Bastilla no encerraba prisioneros políticos cuando sus puertas fueron abiertas a la fuerza el 14 de julio.
Pero esto no significa que el hombre de la máscara de hierro fuera en sí una invención. Fue una persona real y murió en la Bastilla en 1703, después de largos años de anónimo cautiverio. Durante su encarcelamiento, la gente se preguntaba quién podría ser y qué crimen habría cometido para merecer tan inusual e insólito castigo.
En los siglos transcurridos desde su muerte, cientos de investigadores han afirmado haber descubierto la identidad del hombre de la máscara. Todas las versiones, excepto una, están equivocadas.
Uno de los primeros intentos serios de ponerle un nombre al rostro escondido fue realizado por el gran pensador francés Voltaire.
La teoría implícita de Voltaire responde a los dos principales interrogantes de la historia del hombre de la máscara de hierro: primero, ¿por qué era necesario cubrir su cara?; segundo, si era tan peligroso, ¿por qué simplemente no lo mataron e hicieron desaparecer el cadáver? Todas las versiones subsiguientes se ocuparon de estos dos temas, y no siempre en forma convincente.
Una vez que la monarquía fue derrocada durante la Revolución Francesa, ya no era necesario ser tan evasivo como lo fue Voltaire respecto de la familia real. Otros escritores de menor nivel agregaron detalles pintorescos, aparentemente recogidos de documentos y fuentes cercanas a la casa Borbón. El gemelo mayor nació más débil, así que por el bien de la dinastía se decidió apartarlo y hacer que lo criara una familia noble cerca de Dijon. Pero cuando tenía 21 años, vio por casualidad un retrato del rey (nunca se le había permitido ver uno) y se dio cuenta de inmediato quién era él.
Decidió ir a la corte del rey Luis y enfrentar a su hermano. Pero el padre adoptivo del joven príncipe, leal a la corona, mandó decir al rey que el secreto se había revelado. Luis XIV no vaciló en hacer arrestar tanto al noble como a su hermano real, y al mismo tiempo le dio instrucciones a un herrero para que confeccionara la espantosa máscara.
Esta versión parece un cuento de hadas, y efectivamente lo es. Luis XIV no tenía un mellizo ni un hermano secreto, aunque hay muchas versiones de esta historia del “príncipe de la máscara”, cada una con su propia e ingeniosa forma de armar las pruebas. En muchas versiones, el hombre de la máscara es un medio hermano ilegítimo de Luis XIV, resultado de una indiscreción o, en todo caso, un juego de poder amoroso por parte de su madre, Ana de Austria.
Hay una interesante variante según la cual el hermano real era de hecho una hermana, de manera que el hombre de la máscara de hierro era en realidad la mujer de la máscara de hierro. En este caso, se dice que la reina Ana, después de años sin poder quedar embarazada, finalmente tuvo una hija. La niña fue reemplazada por un varón –el futuro Luis XIV– para garantizar un heredero al trono y la línea real.
Otra teoría sugiere que el prisionero nació de una aventura amorosa entre la reina Ana y un sirviente africano, y que al niño se le hizo usar la máscara para ocultar la cara morena, evidencia del adulterio de la reina.
Un interesante agregado a la línea de investigación del heredero legítimo apareció en 1823, en un libro escrito por un hombre que había sido secretario de Napoleón durante el exilio de este en Santa Helena. Emmanuel de Las Cases relata una discusión que tuvo con el exemperador en 1816.
Aparentemente, se decía que mientras el hombre de la máscara –el verdadero rey de Francia– estaba en prisión, la hija de un comandante hizo amistad con él y con el tiempo llegó a ser su amante. Le dio un hijo, que llevó con ella a Córcega y a quien le puso el nombre de soltera de su madre: de Bonpart.
Un descendiente de ese niño, a través de la línea masculina, fue el propio Napoleón Bonaparte. Esta versión llevaba implícita la idea de que cuando Napoleón se proclamó a sí mismo emperador de Francia en 1804, reclamaba su trono como Borbón. Pero el supuesto protagonista de esta historia nunca creyó en ella, aunque hubiera sido fácil convencer al crédulo público francés.
En 1768, el dramaturgo francés Poullain de Saint-Foix sostuvo que había hablado con un cirujano que, en sus tiempos de aprendiz, fue llevado a la Bastilla para ayudar a hacerle una sangría a un misterioso prisionero cuya cara nunca fue vista. El cirujano, para entonces un hombre viejo, le dijo a Saint- Foix que la cara del hombre estaba cubierta por una servilleta (no una máscara de hierro), y que hablaba con acento británico.
Aunque poco confiable, este testimonio produjo un aluvión de candidatos ingleses para personificar al hombre de la máscara de hierro. Incluso cuando el prisionero languidecía en la Bastilla, se rumoreaba que podría ser Richard Cromwell, hijo de Oliver Cromwell. Pero, ¿cómo se explicaba?
Es verdad que Richard Cromwell fue a Francia luego de su breve y desdichada
etapa como Lord Protector (entre la muerte de su padre y la restauración de Charles II).
En realidad, Richard Cromwell vivió sin ser molestado en Francia y más tarde regresó a Inglaterra donde se mantuvo en el anonimato hasta su muerte, a edad avanzada. Su sola desaparición de la vida pública pudo originar la idea de que fue el hombre de la máscara de hierro.
En realidad, hay un único candidato creíble para la máscara de hierro, y no era ni rey ni hijo de rey. Se llamaba Eustache Danger (o D’Angers, o Dauger), y era un simple criado. En 1669 (no 1661, como sostiene Voltaire), fue arrestado, posiblemente en conexión con negociaciones clandestinas entre Inglaterra y Francia, relacionadas con una alianza contra Holanda.
Una versión sostiene que era un mensajero y que llevaba misivas a través del Canal de la Mancha. Por accidente o en forma deliberada vio el contenido de una carta secreta y fue encarcelado en la prisión estatal de Pignerol, para impedir que esa información ocasionara un escándalo.
En Pignerol, la primera prisión de Danger, se tomaron medidas especiales para impedir la divulgación de los datos, pero no incluían la máscara de hierro. No obstante, la única persona autorizada a entrar en su celda era el director de la prisión, un ambicioso exmosquetero de nombre Saint-Mars. En 1687, cuando Saint-Mars fue nombrado director de otra prisión, se le ordenó llevar consigo a su misterioso prisionero.
Esta fue la única ocasión en la que el hombre usó algo parecido a una máscara de hierro, y no fue otra cosa que un ardid publicitario por parte de Saint-Mars, destinado a lograr que se hablara de él, al tiempo que disimulaba el hecho de que el prisionero era un completo desconocido.
Años más tarde, en 1698, Saint-Mars fue nombrado director de la Bastilla, en París, y nuevamente llevó consigo al prisionero.
Danger desapareció en el interior de la Bastilla y murió allí en 1703; fue prisionero del Estado durante 34 largos años.
Su destino fue triste e injusto. Pero una ocasional capucha de terciopelo no causa tanta sensación como un casco permanente de metal, y aquí yace una verdad más profunda y más importante para la identidad de su usuario: la máscara es una metáfora perfecta de la tiranía.
Un hombre con una máscara de hierro es alguien cuya mente está literalmente aprisionada.
Esa restricción física, junto con la orden de matar a quien la usaba si pronunciaba una palabra, componen una aterradora metáfora política, una imagen de la supresión de la libertad de palabra. Pero es también un buen tema para una novela de aventuras. Voltaire la contó como historia; un siglo más tarde, su compatriota Alejandro Dumas la retomó en sus novelas de mosqueteros como ficción.
Desde entonces, la historia ha sido contada por Hollywood una y otra vez. La máscara de hierro es, en suma, una gran historia. Pero vale la pena recordar que detrás de la máscara había un ser humano real y muy desafortunado.
Tomado de Grandes Secretos de la Historia. Selecciones Reader’s Digest
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