La vida de un investigador privado

Hacer sofocante espionaje corporativo y contrabandear anillos: esto forma parte de la jornada laboral del detective Harry Lake.

Un olor a sudor y miedo llena la pequeña oficina de un negocio de materiales de arte en Toronto. El encargado de la bodega de la compañía acaba de ser descubierto por unas cámaras de vigilancia recién instaladas fotocopiando listas secretas de precios que piensa vender a la competencia. Harry Lake y su teniente, Roger Lafontaine —dos experimentados investigadores privados— están a punto de llevar a cabo su versión de “policía bueno, policía malo”. Lafontaine empieza: “Pareces un buen tipo. Está bien, cometiste un error, pero si cooperas con nosotros veré qué puedo hacer por ti”.

El sujeto detenido retuerce las manos y, gimoteando, asegura no haber hecho nada malo.

Lake, quien siempre la hace de malo porque no tiene mucha paciencia, lo interrumpe. Este hombre alto y fornido, que sigue pareciendo el luchador a nivel olímpico que alguna vez fue, golpea la mesa con el puño y grita: “Escucha, tengo que ir a una boda a las 5:30 o mi esposa me pedirá el divorcio, así que no pienso perder más tiempo contigo. Te tenemos grabado en un video, de modo que te ficharé ahora o más adelante”.

Su cara está a unos centímetros de la del empleado. Funciona. El encargado de la bodega confiesa y firma una declaración jurada preparada de antemano. Sólo entonces se acerca el cliente para leer la declaración.

Otro caso cerrado. Lake conduce hasta su bar preferido: La Castile, un restaurante de carne y mariscos de Mississauga. Instalado en la opulenta barra de roble y latón, bebiendo ron añejo, se despoja de su chaqueta hecha a la medida para revelar unos tirantes rojos sobre una camisa de seda a rayas. Interrumpido constantemente por su celular, comienza a relajarse de la descarga de adrenalina y habla sobre el caso. Como suele suceder, éste empezó con una llamada telefónica por parte del abogado de la compañía.

“De alguna forma, la competencia sabía sus precios exactos, los descuentos, el volumen de las órdenes… en fin”, explica, en un tono de quien ya lo ha visto todo. “Les dije: ‘Parece que tienen un problema interno’”.

Lake sugirió poner una trampa: hacer circular un plan interno de ofrecer a los comités escolares un nuevo precio más bajo y cerciorarse de que todos los empleados lo conocieran. “Coloqué cámaras de vigilancia cerca de las puertas y las fotocopiadoras”, refiere Lake. “Esto fue un jueves. El domingo, el transportista principal apareció sacando una fotocopia del archivo. ¡Lotería!”

Lake da un sorbo. Su sonrisa adusta es una extensión de la actitud de “ya lo he visto todo” que proviene de 42 años de trabajo como investigador privado en todo tipo de casos: cónyuges infieles, feroces batallas por custodias, espionaje corporativo. Ha recibido disparos y golpizas. Ha soportado miles de horas sentado en autos haciendo vigilancias detalladas. Ha visto cualquier ejemplo de depravación humana, codicia y traición, y también ha disfrutado bastante cada minuto de ello.

 El primer contacto de Lake con la vigilancia encubierta fue a finales de los 50, cuando, después de graduarse en investigación científica en el Instituto de Ciencia Aplicada de Chicago, fundó su propia compañía, Lake y Bridges, con sede en Montreal. Disfrutaba el trabajo, pero no había muchos clientes que pagaran. Para cubrir la renta, trabajó como reparador de teléfonos. Cuando su socio se mudó a Estados Unidos, Lake trabajó para varias agencias de investigadores privados haciendo lo que todos los investigadores hacían en Quebec en ese entonces: casos de divorcio. Era un trabajo sucio que involucraba probar infidelidades.

“Debías fotografiarlos ‘en el acto’”, explica. “No se imaginan todas las puertas de moteles que tuve que derribar”.

Pero detestaba el trabajo de divorcios. Además, vio la necesidad de hacer investigaciones corporativas —exponer robos, fraudes y espionaje industrial—, algo que no se cubría en aquel entonces y que aprovechaba mejor su parte analítica. En 1977, fundó una compañía que ofrecía servicios completos llamada Introspec Investigation. Un año después, se llevó el negocio con él a Toronto.

Hoy día, Introspec cuenta con seis inspectores experimentados (incluyendo a Lake) y, cuando es necesario, contratan a trabajadores independientes de un grupo de investigadores privados profesionales ubicado en la provincia de Ontario.

A Lake le gusta entrevistar a los posibles colaboradores invitándolos a comer. “Lo que más nos importa es que tengan habilidades”, señala. “Y deben tener un interés genuino en el trabajo. Si les atraen más las armas y los autos deportivos, pueden olvidarlo”.

Los empleados potenciales no son los únicos a los que Lake invita a beber y a comer; también hace invitaciones regularmente —a restaurantes de cortes de carne, eventos deportivos y espectáculos en vivo— a cualquier persona que pueda ayudarlo: abogados, policías y jefes de seguridad de distintas corporaciones, así como a empleados de compañías telefónicas y oficinas gubernamentales que pueden brindarle información.

“Antes era mucho más sencillo obtener información, como los registros de llamadas telefónicas”, se lamenta. “Hace algunos años sólo había una compañía telefónica y todos tenían líneas fijas. Hoy día, existen teléfonos celulares y todo tipo de compañías. Así que ahora compramos la mayoría de la información —registros de largas distancias y de posesión de teléfonos celulares— a brókers en Estados Unidos.

El hecho de que los investigadores privados no siempre se representen de manera adecuada en los medios de comunicación es algo que le molesta particularmente a Lake. No obstante, hay un personaje de la televisión que sí disfruta: Columbo, interpretado por Peter Falk. “Es más apegado a la realidad de lo que podrían imaginar”, dice. “De hecho, a veces usamos su técnica: la del tipo agradable y torpe que no sabe nada. Incluso decimos: ‘Vamos a hacerla de Columbo con este sujeto’”.

Introspec maneja más de 1,000 casos al año. Lake participa en la investigación de 50 a 60 de ellos, sobre todo en los que tienen que ver con conflicto de intereses, comisiones secretas o espionaje corporativo, y siempre en los casos que tienen que ver con niños.

Como uno de la década de los 90. A la cliente de Lake le preocupaba que su esposo, del que estaba separada, estuviera abusando de su hijo de cinco años. Ella contrató a Lake para que siguiera al hombre y buscara evidencias. Lake acabó encontrando más de lo que quería. El primer incidente ocurrió en un supermercado de Montreal. El niño estaba haciendo una rabieta y el padre empezó a golpearlo con tal brutalidad que dos empleados de la tienda tuvieron que intervenir para detenerlo; Lake fotografió todo esto disimuladamente.

Una semana más tarde, Lake y su compañera siguieron al niño y a su padre a un estanque de patos en el Parque Mount Royal. El padre quería partir; el niño deseaba jugar con los patos. Esto suscitó otra golpiza tan grave que la compañera de Lake tuvo que alzar al pequeño en brazos para protegerlo, en tanto Lake tomaba fotografías incriminadoras.

“Testifiqué en la corte”, recuerda, “y ese desgraciado, fornido y feo, estaba sentado allí echando humo. Me miraba con furia, como si quisiera arrancarme la cabeza”.

Esa noche, después de que Lake dejó su automóvil en el estacionamiento subterráneo del edificio en el que vivía, de pronto aparecieron el padre y otro tipo y empezaron a golpearlo…

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