Tal vez algunos no saben, por suerte, de la existencia de las edecanes deportivas, un elemento aún presente en algunas grandes competiciones europeas. En cambio, aquellos que tienen una vaga idea de ellas pueden haber asumido que, en algún momento de los 70, fueron eliminadas junto con las modelos en bikini que posaban incómodamente sobre los capós de los remolques Winnebago en las exhibiciones automovilísticas.
Te sorprenderá enterarte de que la arcaica cultura de las edecanes (o azafatas) está lejos de desaparecer. De hecho, en determinadas trincheras presenta una férrea resistencia.
Para los no iniciados en la materia, se trata de mujeres jóvenes que tradicionalmente se han encargado de entregar los premios y darles un inocente beso en la mejilla a los ganadores de los eventos deportivos internacionales más importantes. Hacen eso o exudan glamour repartiendo folletos y recibiendo a los asistentes VIP.
En ciertos deportes (como en el box), sirven de anuncios humanos que se pavonean por el cuadrilátero, sosteniendo letreros que le informan al público en qué asalto va la pelea. (En tales circunstancias, sería más útil que les indicaran en qué siglo vivimos.)
El problema es que, a diferencia de las animadoras en los encuentros deportivos de Estados Unidos —que por lo menos combinan la belleza y los pompones giratorios con sus propias habilidades atléticas—, las azafatas solo sonríen pasivamente, silenciosas, complacientes, sumisas; esto es un glamour escrito con la g más pequeña y dulce que se pueda imaginar. Uno que sabe cuál es su lugar y no rezonga ni exige respeto ni parece darse cuenta de que a las mujeres se les ha permitido votar desde hace unas cuantas décadas.
Así que quizá no sea una sorpresa que ciertos hombres (y deportes) estén decididos a seguir empleando edecanes con todo lo que conlleva. Pero de esto lo rescatable es que ya se están haciendo cambios, como en la Fórmula 1, que ya dijeron adiós al uso de edecanes porque no va con sus valores.
La influencia de los movimientos #MeToo y Time’s Up ha puesto a prueba la cultura de las modelos. Algunas disciplinas han tenido que enfrentar sus propios movimientos #MeToo, aunque seguramente estos no tenían tanto la intención de evidenciar los abusos como de contentar a los patrocinadores y las cadenas televisivas que dejaron en claro que no deseaban asociarse con ámbitos sexistas y arcaicos.
Esto da pie a unas cuantas contradicciones. Por un lado, el boxeo en el Reino Unido se aferra a las modelos, argumentando, falsamente, que están “haciendo algo”. ¿En serio? ¿Alguna tarea que un presentador, una pantalla digital o incluso una pizarra no podrían realizar?
Por el otro lado, la Corporación Profesional de Dardos (que no es precisamente un bastión de la liberación femenina) anunció que prescindiría de las edecanes y de la extraña práctica de acompañar a los competidores al escenario, como si fueran pequeños niños cerveceros indefensos e incapaces de encontrar su camino a la diana.
La Fórmula 1 (enclave dominado por hombres) decidió que las “chicas de la parrilla” ya no aparecerían en las pistas. “Esta costumbre no refleja los valores de nuestra marca y, claramente, contraviene las normas sociales modernas”, adujo.
Eso fue una declaración (y un movimiento) contundente viniendo de un deporte asociado durante mucho tiempo a playboys que agitan botellas de champán que se desparraman, mientras jóvenes emocionadas los observan con adoración.
Considerando que en el ciclismo participan las mujeres —quienes, por cierto, también disfrutan verlo—, uno podría esperar que el Tour de Francia siguiera su ejemplo (después de todo, hay una versión femenina). P
ese a que su homóloga española, la Vuelta a España, ha optado por el uso de anfitriones de ambos sexos elegantemente vestidos, y otras carreras recurren a niños, el Tour hasta ahora se ha negado a cambiar, así como su contraparte italiana, el Giro d’Italia. Los ganadores siguen siendo felicitados, besados y ayudados a ponerse el jersey del vencedor por modelos en altos tacones y faldas cortas.
Al negarse a lidiar con esta situación, es como si el Tour de Francia estuviera esperando que la igualdad de géneros sea solo un frenesí pasajero que desaparecerá si se ignora el tiempo suficiente. En tanto, la señal que envían es clara: no solo las modelos son simples admiradoras de los logros masculinos, sino que la aprobación sexual femenina forma parte intrínseca del premio.
Esto nunca había sido tan patente como cuando, en 2013, el ciclista Peter Sagan le pellizcó el trasero a la edecán Maja Leye en el Tour de Flandes mientras esta besaba al triunfador, Fabian Cancellara Sagan se disculpó por su actuar, pero no fue sancionado, lo que quizá emita otro mensaje: que tales premiaciones son una tienda de golosinas en donde las mujeres son, literalmente, el “dulce visual”, los bombones humanos que los hombres “traviesos” pueden manosear si les da la gana.
El más popular es que se trata de un trabajo de modelaje bien remunerado y que las chicas a menudo desempeñan una serie de funciones necesarias. Ahora bien, las edecanes no son los únicos ejemplos de sexismo en el circuito europeo, pero siguen siendo un recordatorio muy visual de que las féminas en estos ámbitos aparecen, sobre todo, cosificadas.
Es algo que se podría evitar. Hombres, mujeres y niños son perfectamente capaces de presentar premios. Además, dado que las edecanes poseen tareas prácticas, no sería un inconveniente que tuvieran uniformes cómodos adecuados para las acciones que deben realizar. Si el problema, en cambio, es que algunos eventos parecen estar dominados por los varones y se tiene la percepción de que necesitan ser “feminizados”, más mujeres bien podrían ocupar cargos oficiales.
¿O acaso dichas modificaciones contravendrían el mandato no oficial de que todas las mujeres visibles en las principales justas deben ser dóciles y decorativas?
Ciertamente resulta deprimente e inusual que, en el terreno de juego del siglo XXI, con tanta tecnología de entrenamiento de vanguardia al alcance de la mano, este aspecto se encuentre estancado en un portal del tiempo sexista y vulgar. ¿Los atletas famosos disfrutan cuando las jóvenes reticentes los besan a regañadientes, como si de sus ancianos tíos se tratara?
¿Estos hombres están tan necesitados de atención femenina, y sus egos son tan endebles, que los encuentros forzados en cuestión deben seguir ocurriendo? Por todas estas razones y más, la situación debe cambiar. En lugar de representar el glamour, la cultura de las edecanes está exhibiendo lo que es en realidad: una gran telaraña sexista que asfixia al deporte moderno. Es hora de acabar con ella de una buena vez.
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