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¿Las “guerras floridas”?

Fue también iniciativa de Tlalcaélel reavivar el concepto religioso de alimentar con sacrificios humanos al dios sol para evitar que éste muriera y que con él desapareciera el “pueblo del Sol”. Fortalecer al dios Huitzilopochtli con la sangre humana lograría alimentar su vida indefinidamente, y para hacerlo, el Consejero Supremo de Izcóatl inició entre los aztecas las guerras floridas. Empezaron así las luchas periódicas contra tlaxcaltecas y huejotzincas con el fin de obtener víctimas para el sacrificio.

Esta ideología convenció a los aztecas de que eran un pueblo escogido, con una gran misión. Estaban seguros de que de ellos dependía la existencia del universo: como estaban del lado del bien y su destino era manifiesto, justificaban sus conquistas y el sometimiento de que hacían objeto a otros pueblos.

No solamente sobre Izcóatl tuvo influencia Tlalcaélel, sino que su carisma acompañó a los dos reyes siguientes: Moctezuma I y Axayácatl. Bajo el reinado del primero, instituyó Tlalcaélel consejos que los primeros españoles comparaban con los que funcionaron en España: diversos consistorios que correspondían a audiencias, oidores y alcaldes cortesanos. Instituyó también los cargos de corregidores, alcaldes y alguaciles y puso ministros de jerarquía eclesiástica de sus ídolos, que instruían a las personas en la ley y el culto a sus dioses.

Había uno de ellos porcada cinco personas. Fue también por consejo de Tlalcaélel que se empezó a construir el templo a Huitzilopochtli, el Templo Mayor de Tenochtitlán, cuya grandeza ha trascendido hasta nuestros días.

Con empresas expansionistas que encomendaba a sus hermanos consolidó la Triple Alianza e inició el Imperio con la noción de un pasado glorioso. Tlalcaélel aconsejó para ello que Moctezuma mandara una expedición en busca del mítico Aztlán. Así se formó la legendaria mitología de que habían visitado Chicomoztoc y el viejo Cuihuacán, donde aún vivían los dioses Huitzilopochtli y Coatlicue.

La finalidad de exaltar las raíces históricas mexicas apunta hacia el desarrollo de un nacionalismo evidentemente progresista. Con ese mismo fin aconsejó que se esculpiera su efigie y la de otros reyes y héroes aztecas en los peñascos de Chapultepec.

Cuando murió Izcóatl los electores aztecas ofrecieron el trono al brillante Cihuacóatl, quien no lo aceptó Lo mismo hizo a la muerte de Moctezuma I, ante los reyes de Texcoco y de Tacuba, a quienes dijo que para realizar lo que había hecho no había necesitado investiduras. “Rey soy y por él me habéis tenido”, expresó.

La elección de los reyes aztecas

Al trazar los orígenes de la monarquía de los antiguos mexicanos, algunos historiadores aseguran que desciende de la legendaria tradición de los toltecas. Se habla de Cuihuacán como antecedente pues de allí era Acamapichtli, el fundador de la dinastía.

Algunas fuentes aseguran que el primer Tlatoani era hijo adoptivo del último Señor que descendía del auténtico linaje de Quetzalcóatl Ceácatl Topiltzin. Otras afirman que pertenecía, por sangre, al distinguido linaje. Aunque también hay noticias de que el linaje y el poder se transmitían por línea femenina, lo cierto era que se trataba de una dinastía familiar.

Como Acamápic ?que también así lo llamaban? no nombró sucesor, al decir a su pueblo que eligieran a quien consideraran mejor, la transmisión del poder monárquico adquirió rasgos distintivos pues no se asumía el trono por pureza de sangre ni herencia, sino por medio de un consejo de electores.

En un principio, las cabezas de las familias se reunían en la plaza para hacer sus aclamaciones. Luego se formó un consejo, semejante a un senado, constituido por cuatro electores, que correspondían a los barrios o calpulis. Aumentaron a seis cuando los otros dos reyes (de Texcoco y de Tacuba) se unieron a la Triple Alianza.

A principios del siglo XVI, el consejo de electores incrementó su número hasta un centenar: los tecuhtlatoque (13 dignatarios supremos); los achcacauhtin (funcionarios y representantes de distintos barrios); los delegados de los militares retirados y en activo, y los tlanamacazque (sacerdotes del más alto rango). No había escrutinio, sino que la oligarquía discutía entre sí y decidía.

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