La respuesta es sí. Pues aunque no puedas recordarlo conscientemente, todas las heridas emocionales por las que pasaste durante tu infancia -incluidas las sensaciones que te transmitió tu madre mientras estabas en su vientre- afectan a tu personalidad a lo largo de la vida, moldeando cómo te ves a ti mismo y cómo interactúas con los demás y con tu entorno.
La infancia es un período de desarrollo crucial en el que formamos nuestro sentido de identidad, autoestima y capacidad para establecer relaciones. Las experiencias que tenemos durante esta época pueden tener un impacto profundo en nuestra salud mental y emocional en la edad adulta.
Las vivencias positivas de la infancia, como el amor, el afecto, el apoyo y la seguridad, nos ayudan a desarrollar una autoestima sana, una imagen positiva de nosotros mismos y una capacidad de resiliencia.
Por otro lado las heridas emocionales de la infancia son experiencias negativas que pueden causar dolor, sufrimiento y daño psicológico. Son causadas por una variedad de factores, como el abuso, el abandono, el rechazo o la negligencia.
Estas heridas pueden manifestarse de muchas maneras en la edad adulta. Algunas personas pueden experimentar problemas de autoestima, ansiedad o depresión. Otras pueden tener dificultades para establecer relaciones cercanas o pueden verse atraídas por relaciones destructivas.
Las siguientes son algunas de las principales lesiones emocionales que ocurren en la infancia y que afectan en la etapa adulta.
La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Por tanto, es común que en la edad adulta se experimente un constante temor a vivir de nuevo esta carencia. De ahí que aparezca una elevada ansiedad a ser abandonado, pensamientos obsesivos y hasta conductas poco ajustadas por el elevado temor a experimentar una vez más ese sufrimiento.
Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico.
Sea verbal, física o emocional, enseña a los niños a resolver sus conflictos a través de la violencia, y a no manejar adecuadamente sus arrebatos de ira. Cuando crecen en un ambiente familiar violento, básicamente aprenden a resolver sus conflictos familiares bajo la ley del más fuerte, no mediante la razón, la empatía ni el amor, sino de forma impulsiva.
Estas heridas emocionales de la infancia se llevan a la edad adulta y afectan a la persona y su entorno. La violencia vivida genera un caos interno que desemboca en adultos abusivos y violentos.
Desde una edad muy temprana los niños tienen la capacidad de evaluar si una situación en la que están involucrados es justa o injusta. Se dan cuenta si reciben un trato desigual, sobre todo en familias conformadas por varios hermanos, en las que los padres muestran favoritismo por alguno de sus hijos.
Al crecer en un ambiente injusto, el “yo” se deteriora lentamente y en la mente de los niños se genera la idea de que no merecen la atención de los demás. En la vida adulta, esto crea inseguridad de sí mismos, una visión pesimista de la vida, problemas para confiar en los demás y construir relaciones, así como la idea inconsciente de que todos los tratan mal.
Algunos padres rechazan a sus hijos por diversas razones, como no haber sido planeados o deseados, haber nacido en un momento inoportuno, ser producto de un abandono, encarnar rasgos negativos de uno de los padres, etc.
El rechazo constante hacia un niño creará en él un proceso de autorrechazo. Este dolor emocional del pasado saldrá a relucir en la edad adulta con la sensación de que nunca se es suficiente en la vida, en el trabajo, en los estudios o en las relaciones románticas. Estas personas preferirán permanecer solas y aisladas, ya que no se creen merecedoras de aceptación, compañía ni felicidad.
Este problema se ha vuelto muy común en la actualidad, con los temas de acoso y bullying. Muchos niños crecen en ambientes humillantes, en medio de burlas y descalificación, ya sea en la escuela o en el hogar.
Esos pequeños crecen con una fuerte tendencia a la depresión y baja autoestima. Su espíritu herido se convierte en una carga que los acompañará durante toda la vida adulta.
Muchas veces, los padres hacen promesas vacías que luego olvidan y no cumplen. Aunque estas promesas puedan parecer triviales e insignificantes para los propios padres, tienen un gran peso e importancia para los niños, y las promesas incumplidas dejan una huella duradera en sus emociones. Estas promesas rotas se transforman en traiciones que crean un trauma emocional en el niño.
Estas experiencias enseñan al niño que no se puede confiar en el mundo ni en las personas que le rodean. En consecuencia, se convertirá en un adulto inseguro, celoso, temeroso y obsesivo, con estos rasgos de personalidad arraigados en él.
Muchos padres alientan a sus hijos a perder el miedo a la oscuridad, el agua o los lugares desconocidos. Incluso subestiman sus miedos y simplemente les dicen que no tienen por qué asustarse.
Sin embargo, para los niños no es tan sencillo, necesitan paciencia, y la inmersión violenta en entornos desconocidos sólo genera individuos desprevenidos que tienen miedo al cambio y se resisten a intentar algo nuevo o a hacer las cosas de forma distinta.
Para superar estas heridas emocionales de la infancia que prevalecen en la edad adulta, lo ideal es acudir a terapia para descubrir cuál de esas heridas es el origen de los problemas actuales y así encontrar la forma de sanarla, para tener una vida más plena y feliz, con una mejor relación contigo mismo y con los demás.
Y si ya tienes hijos, toma esto muy en cuenta para evitar cometer con ellos los errores que tus padres cometieron contigo. Debes ser consciente de que, aunque haya cosas que para ti son irrelevantes, para tu hijo pequeño son muy importantes.
Aunque no existe un padre o madre perfecto puedes convertirte en el mejor practicando tus habilidades de observación, mejora y cambio. Mantén una relación estrecha con tus hijos entablando con ellos conversaciones más profundas sobre sus sentimientos, al tiempo que demuestras paciencia, comprensión y diálogo; ten en cuenta que éstas son cualidades necesarias para darles una infancia llena de bienestar, confianza y amor.
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