El 31 de mayo de 1899, un cuerpo cayó de manera vertiginosa desde el campanario de la torre poniente de la Catedral Metropolitana de México, para estrellarse en el piso ante la mirada atónita de todos. Era Sofía Ahumada, una hermosa joven de cabello castaño y ojos claros, quien se suicidó tras descubrir a su amado, el relojero y campanero Bonifacio Martínez, besándose con otra mujer. Más de 100 años después, hay quienes dicen que su espíritu aún ronda la Catedral.
La historia de Sofía es una de tantas que guarda la Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos de la Ciudad de México (su nombre completo): la obra arquitectónica sacra más importante de América Latina.
El antecedente de esta magna edificación —construida sobre suelo lacustre y una pirámide mexica— fue la modesta iglesia Mayor, erigida por Hernán Cortés, cuyos vestigios se pueden observar a través de una ventana ubicada en el piso del atrio frontal, explica Olga Cano Díaz, arquitecta y comentarista de cultura.
Pero este templo era inapropiado para una ciudad tan opulenta como la capital de la Nueva España, así que en 1573 empezaron las obras de lo que se convertiría en uno de los edificios religiosos más espléndidos del mundo.
Su grandeza se podría atribuir, quizá, a que en su construcción participaron 11 arquitectos a lo largo de 300 años.
Cada rincón del templo, compuesto arquitectónicamente por 5 naves y 16 capillas laterales —14 de ellas dedicadas a santos y vírgenes—, guarda una historia curiosa, un hecho interesante o una obra de arte sin par.
En cuanto entres verás el altar del Perdón o, mejor dicho, una réplica: el original se incendió en 1967. Ahí yace la imagen más venerada del recinto: El Cristo del Veneno o El Cristo Negro.
¿Por qué tiene ese color? Cuenta la leyenda que un hombre colocó veneno en los pies de ese Cristo para asesinar a un religioso que a diario besaba los pies de la imagen. En el momento en que el clérigo se inclinó para hacerlo, el Cristo flexionó las rodillas y absorbió el veneno, lo que ennegreció su cuerpo.
Por eso se cree que hace lo mismo con dolores y enfermedades, según narra el escritor y periodista especializado en temas religiosos Carlos Villa Roiz a Selecciones.
Esta Catedral ostenta el altar o retablo de los Reyes, uno de los ejemplos más bellos del mundo del estilo barroco churrigueresco. El autor de esta obra, que representa a reinas y reyes canonizados, fue el artista sevillano Jerónimo de Balbás, quien tardó 19 años en concluir la pieza.
Eso no es todo, aquí también se encuentra la pila bautismal de san Felipe de Jesús, el primer santo mexicano; el Niño Cautivo, un Niño Dios con esposas en las manos, frecuentado por familiares de víctimas del secuestro, y las reliquias de san Vital Mártir, santo italiano que ayuda a quienes padecen trastornos del sueño o a los que presentarán exámenes importantes; por eso su capilla tiene reconocimientos y certificados académicos.
Y no olvides alzar la mirada, pues a 6 metros del suelo está el órgano del Evangelio: un imponente instrumento de 14 metros de altura conformado por más de 3,600 flautas, capaz de emitir unas 6,000 variaciones sonoras e imitar violines, cornetas y chirimías.
La Catedral albergó, de 1791 a 1855, a la Piedra del Sol, un monolito de roca basáltica que mide 3.58 metros de diámetro por 98 centímetros de grueso, y pesa más de 24 toneladas. Asimismo, fue refugio de los restos de los líderes independentistas hasta que fueron trasladados a la Columna de la Independencia, en donde siguen reposando, menos los huesos de Agustín de Iturbide que permanecen aquí, en una capilla, “lejos de los gritos de los festejos del futbol”, bromea Villa Roiz, aludiendo a las celebraciones multitudinarias de aficionados en el monumento, también conocido como Ángel de la Independencia, cada vez que gana la Selección Mexicana.
Uno de los sitios más enigmáticos de la Catedral está en el subsuelo. Es una gran cámara mortuoria conocida como la cripta de los Arzobispos. Al cruzar la puerta, lo primero que se aprecia es una piedra tallada en forma de cráneo que pertenece al Templo Mayor y forma parte del monumento al primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga.
Luego hay un altar, y después los nichos que contienen los restos de cada arzobispo mexicano fallecido. Sin embargo, estos no van directo a dicho lugar: antes permanecen en unas planchas llamadas pudrideros. Cuando el cadáver se descompone, ingresa al sepulcro. Por suerte, estos no están expuestos, sino que yacen en un ataúd cubierto por una placa de mármol.
Aunque la cripta de los Arzobispos se abre periódicamente, no es parte de las visitas turísticas habituales.
El campanario es, sin duda, un sitio digno de visitar porque, además de ofrecerte una vista privilegiada de la plaza de la Constitución, o Zócalo —tanto así que, durante la Decena Trágica, sirvió como punto para hacer fuego contra Palacio Nacional—, está lleno de historias, como la de las supuestas apariciones de monjes, aunque en ese recinto jamás los hubo, según Rafael Parra Castañeda, el campanero mayor; la de la campana castigada por “asesinar” a un joven campanero de 15 años, o la presencia fantasmagórica de “la niña de blanco”, que ocasionó la huida de dos trabajadores que realizaban arreglos eléctricos en el área de criptas.
Los guías te contarán que la Catedral tiene 35 campanas, todas con nombres de ángeles, santos o apóstoles, y que la más pequeña, que pesa entre 50 y 60 kilos, bautizada como Santa María Magdalena, solo suena una vez al año.
Vanesa Esmeralda Ginés Ortega tenía 23 años cuando hizo sonar a San Gregorio, de 3 toneladas. “Faltaba gente que repicara las campanas por la renuncia al pontificado de Benedicto XVI en 2013”, recuerda la arquitecta de 28 años, quien asegura que para lograrlo más vale maña que fuerza. No cabe duda: aunque mide 1.58 metros y pesa 56 kilos, a los seis meses de convertirse en campanera voluntaria repicó la campana mayor, llamada Santa María de Guadalupe, de 13 toneladas.
Cuando hayas terminado de recorrer la Catedral, puedes abandonar el edificio y caminar por las bulliciosas calles aledañas, donde lo mismo es posible recibir una limpia energética con copal, para deshacerte de las malas vibras, que contemplar a quienes ejecutan danzas prehispánicas.
Seguramente, andar por las escaleras del campanario al atrio de la Catedral y permanecer de pie admirando las danzas te abrirán el apetito. No te preocupes: a unos cuantos metros hay dos restaurantes imperdibles. El primero, ubicado en la calle de República de Argentina, se llama El Mayor, porque desde ahí se contempla el Templo Mayor, una importante zona arqueológica de 1.2 hectáreas.
El segundo, que también tiene vista a la recién remodelada plaza de la Constitución —la más grande del país y escenario de conciertos, entre otros usos, de artistas como Paul McCartney, Manu Chao, Roger Waters, Juan Gabriel y Miguel Bosé—, es El Balcón del Zócalo, donde podrás degustar gastronomía mexicana contemporánea, afirma Alejandro Escalante, conductor del programa de televisión Taco de ojo.
Otra opción gastronómica está en el número 30 de la calle Isabel La Católica, en un inmueble colonial considerado patrimonio de la humanidad por la Unesco: el palacio de los Condes de Miravalle, que aloja, entre otros comercios, al restaurante Azul Histórico de Ricardo Muñoz Zurita, un sabio de la gastronomía contemporánea mexicana.
Y si aún no tienes dónde hospedarte, ahí mismo puedes reservar en el hotel Downtown, una hermosa mezcla arquitectónica que supone un viaje en la historia desde lo prehispánico hasta lo moderno, sin olvidar lo colonial.
Los chiles en nogada (en plural, aunque por lo general solo se sirve uno) son un platillo típico de la gastronomía mexicana. Hay muchas versiones sobre su origen; una de ellas cuenta que fue creado por las monjas agustinas del convento de Santa Mónica, en Puebla, para celebrar la Independencia de México y el santo del emperador Agustín de Iturbide. En la Hostería de Santo Domingo, un restaurante establecido en 1860 —también conocido como la catedral del chile en nogada—, podrás degustar esta especialidad culinaria durante todo el año, aunque en México solo se acostumbre comer entre el verano y el otoño.
Si la caminata para admirar edificios de arquitectura colonial, como el palacio de Iturbide y el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, te puso sediento, el cronista Francisco Ibarlucea Bozal te recomienda dirigirte a la esquina de Luis González Obregón y República de Argentina. Allí está, desde 1915, el Salón España, la mejor tequilería de la ciudad. Su cava ofrece 185 etiquetas de esta bebida con denominación de origen. Dinero, tequila y amor… ¡no hay otra cosa mejor!
No puedes irte de la zona sin tomar la bebida de los dioses: el pulque. Y para probar uno de los mejores, traído directamente desde Tlaxcala, debes visitar la pulquería Las Duelistas, donde los curados —pulque saborizado con fruta— son de altísimo nivel, asegura Alejandro Escalante, periodista gastronómico, quien también recomienda, sobre todo si eres sibarita, una visita al mercado de San Juan, donde encontrarás productos tan exquisitos como los gusanos de maguey y los chapulines. Te suplicamos hacer un consumo responsable: evita los productos de animales en peligro de extinción.
Y el broche de oro de este tour gastronómico son, obviamente, los tacos, así que dirígete a Los Cocuyos, toda una institución que casi nunca descansa. Allí hallarás de diversos tipos, pero los tradicionales son los de suadero, una carne de res jugosa y muy suave.
Otra opción es El Huequito, en la calle de Bolívar, un sitio que, según Escalante, tiene unos tacos deliciosos. Y si Alejandro lo dice, debe ser cierto, pues es el autor de la Tacopedia, una original, divertida y apetitosa enciclopedia que revela todo lo que no sabías sobre el taco.
Si esta reducida lista de encantos del corazón de la Ciudad de México y su Catedral despertó en ti la imperiosa necesidad de visitarlos sin prisas, recurre a un guía turístico con antelación; él o ella, además, te ayudará a no perderte de nada y a sortear cualquier factor que amenace con complicar tu paseo. El servicio se contrata en la Secretaría de Turismo de la Ciudad de México. Al final del día, descubrirás que cada peso que hayas pagado por el recorrido habrá valido la pena.
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