Lentes de un dólar: ayuda a los más necesitados
En el mundo hay unos 150 millones de personas que tienen mala visión y no pueden comprarse anteojos. Por suerte, un hombre está intentando cambiar las cosas. Es el final del año 2012 y,...
Es el final del año 2012 y, en Uganda, un grupo de optometristas va de aldea en aldea en bicicleta, invitando a la gente a sentarse en bancos frente a un árbol en el que fijan un tablero de optotipos. Si una persona requiere lentes, los optometristas determinan cuáles, miden la distancia entre las pupilas y les dan a elegir entre varios colores de armazón. Luego ajustan los lentes al armazón, y entregan los anteojos por el equivalente de un dólar.
“Cuando vi al primer aldeano ponerse los lentes nuevos y sonreír encantado al pagar, me dio mucha fuerza interior”, recuerda Martin Aufmuth, quien inventó esta forma económica de proveer de anteojos a quienes los necesitan. Un hombre mayor por fin podía ver bien su aldea por primera vez en la vida; niños a los que se consideraba discapacitados pudieron asistir a la escuela; las costureras reanudaron sus labores, y los taxistas se pusieron al volante otra vez. Martin ahora puede contar cientos de historias así.
Su hogar, en una hilera de casas iguales en Erlangen, en la zona central de Alemania, no parece el mejor lugar para iniciar una revolución mundial, pero eso es justo lo que está ocurriendo en su oficina, en la planta alta.
Este hombre de 42 años, que lleva el pelo entrecano recogido en una coleta, se desvela todas las noches hablando por teléfono a fin de conseguir adeptos para su causa,
solicitando ayuda para hacer del mundo un lugar mejor, y coordinando a más de 100 trabajadores, casi todos ellos voluntarios.
Martin, quien tiene esposa y tres hijos, se está tomando un año sabático de su empleo como profesor de matemáticas y física porque su asociación, The OneDollarGlasses, ya es del tamaño de una empresa mediana. Su objetivo es ayudar a mucha gente pobre que no ve bien el mundo. Su invento quizá cambie radicalmente esas vidas.
Hay 150 millones de personas con defectos visuales que necesitan lentes con urgencia. “Muchos de quienes los usamos no podríamos vivir sin ellos”, dice Martin. “Vamos a una óptica y los compramos, pero la gente de los países en vías de desarrollo que carece de ellos no puede trabajar”.
“Cuando vi al primer aldeano ponerse los lentes nuevos y sonreír encantado al pagar, me dio mucha fuerza interior”
Cuando era niño, Martin quería ser inventor, pero pensaba que todas las grandes invenciones ya se habían hecho. Más adelante se indignó por la injusticia del mundo. “Siempre me ha parecido inadmisible que llevemos un estilo de vida tan opulento, mientras que a unas cuantas horas de distancia hay gente que se muere de hambre o de enfermedades que se curan fácilmente”, señala.
Decidido a hacer algo, recaudó más de medio millón de euros para la organización benéfica The Hunger Project, que lucha contra el hambre, y fundó CO2-Maus, que durante muchos años fue uno de los principales concursos de protección del medio ambiente para jóvenes.
En 2006 Martin leyó el libro Cómo acabar con la pobreza. El autor, Paul Polak, es un precursor del movimiento de empresas sociales, que se propone brindar asistencia sostenible en vez de limitarse a donar dinero. Al decir de Polak, proveer de anteojos a personas que viven con un dólar o menos al día sería un logro mayúsculo. Después de todo, ¿cómo puede una persona salir de la pobreza si no ve bien?
Martin comprendió al instante la importancia de eso, pero le parecía una tarea para expertos y un reto enorme para una sola persona. Unos días después, vio que en una tienda vendían lentes para leer a un euro. Así que es posible hacerlos baratos, se dijo.
Decidió trabajar en la invención de un aparato capaz de fabricar lentes a bajo costo. Su plan también era adiestrar a personas de cada localidad a usar ese aparato para que fabricaran y vendieran los lentes, y ofrecerles así un medio para ganarse la vida. “Hay que confiar en la gente y darle una responsabilidad”, dice.
Martin construyó un taller en el sótano de su casa. Realizó experimentos y se hizo cliente asiduo de las ferreterías de Erlangen. Encontró un tipo maleable de acero para los armazones, tan elástico que puede resistir la pisada de una vaca. Una empresa en China corta y pule las lentes, que se pueden insertar fácilmente a mano en el armazón.
“Decidió trabajar en la invención de un aparato capaz de fabricar lentes a bajo costo. Su plan también era adiestrar a personas de cada localidad a usar ese aparato para que fabricaran y vendieran los lentes”
Con ayuda de ingenieros, diseñó también una caja de 30 por 30 centímetros (la “unidad de moldeado”) que contiene el acero maleable, las lentes ordenadas por graduación y otros materiales para hacer los anteojos. Las instrucciones de operación, identificadas por colores, son sencillas de entender. En la parte superior de la caja hay un instrumento con el que el operario puede fabricar los anteojos a mano en cuestión de minutos. El costo aproximado de cada par de lentes es un dólar.
Martin llevó sus cajas a África en la primavera de 2012, cuando una asociación benéfica de oftalmólogos que hacen operaciones de cataratas en Uganda lo invitó a unirse a ellos en un viaje. Al describir las trabas que encontró allí —el atraso con que llegaron sus unidades de moldeado, y los jefes de aldea a los que tuvo que convencer para que le concedieran una audiencia—, se limita a añadir, riendo: “Así es África”.
Era la primera vez que viajaba a ese continente, y quedó cautivado. “África suele ser más colorida y alegre que el mundo en que vivimos”, señala. Una vez que puso en marcha su plan, se dio cuenta de que la demanda era enorme, tanto de personas dispuestas a pagar dos o tres días de su salario por unos anteojos como de las que querían ser adiestradas en la fabricación de lentes.
Después de Uganda, el proyecto tomó impulso. Se incorporaron más voluntarios y empezaron a llegar donativos. OneDollarGlasses inició operaciones en Ruanda, Malaui y Burkina Faso. Instituciones de asistencia sudamericanas también han expresado interés en la iniciativa.
Martin y su equipo han vendido decenas de miles de anteojos, pero, además de los 150 millones de personas que padecen mala visión, hay 500 millones que no pueden leer sin lentes. “Si logramos proveer de anteojos a una proporción considerable de ellas en un lapso de entre 5 y 10 años, me sentiré feliz”, afirma.
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