Los animales también sienten el duelo, igual que nosotros
Hasta hace poco, se consideraba el duelo como un sentimiento exclusivo de la especie humana, pero los animales también lo experimentan.
Largo tiempo se pensó que solo los seres humanos podían sentir la pena de un duelo o recordar a sus seres queridos, pero ahora sabemos que eso no es cierto, los animales también la sienten, explica Elizabeth Téllez Ballesteros, doctora en bioética.
Ahora se sabe que los elefantes regresan a visitar los lugares donde se encuentran los huesos de sus familiares; otras especies, como los monos y las aves, se abrazan y se consuelan con diferentes gestos después de una pérdida.
La maestra en ciencias de la producción y de la salud animal mostró las evidencias que han llevado a los científicos a pensar que los animales experimentan emociones similares a los seres humanos.
“El ser humano se ha considerado superior al resto de los animales y se ha colocado en la cúspide de una pirámide, poniendo a otros individuos por debajo considerándolos inferiores. Pero la realidad es que el ser humano es un animal entre muchos otros que también buscan sobrevivir en este plantea. Uno de los argumentos que lo comprueba, de forma científica, es que los animales también experimentan dolor y otras emociones, como los experimentamos los humanos”.
Una de las hipótesis que desmitifica la idea del ser humano como el pináculo de la morfológica, funcional, anatómica y de comportamiento que tiene con otras formas de vida, en especial con los vertebrados.
“Por ejemplo, en las primeras etapas de gestación todos los vertebrados nos parecemos mucho, los humanos incluso tenemos cola. No es hasta que pasa el tiempo que nos vamos diferenciando. Entonces, todos los mamíferos tenemos los mismos huesos en las extremidades anteriores, pero cada estructura anatómica, cada hueso, se fue desarrollando para cumplir una función, es decir, si soy un murciélago, mis falanges se van a desarrollar y les van a crecer membranas para formar las alas; si soy un humano, entonces voy a tener un dedo oponible, pero ninguna es mejor, todas son adaptaciones especiales”.
Por otro lado, podemos pensar que los cerebros de los animales son muy distintos. Parte de la idea de la superioridad humana es que nuestro cerebro es más grande y tiene más circunvoluciones.
Pero ciencias como la neurobiología, la biología y la etología, han demostrado que aunque los cerebros se vean muy desarrollados o muy primitivos, como el de las ranas, la diferencia entre ellos no está en la capacidad sensitiva y que la capacidad de sentir dolor, y otras emociones, las compartimos con otros vertebrados, explica Elizabeth Téllez.
El dolor es una experiencia sensitiva y emocional desagradable, que puede dañar a un organismo. Pero el dolor tiene un aspecto positivo, una función evolutiva muy importante, pues permite a los individuos y a los grupos alejarse de situaciones de peligro y provoca una respuesta que permite a los organismos conservar la vida.
Existen tres niveles en una experiencia dolorosa, el primer nivel es el de la nocicepción. Los nociceptores son receptores que se encuentran sobre todo en la piel y que responden a estímulos nocivos.
Por ejemplo, cuando nos cortamos, los nociceptores de la piel mandan una señal hasta la médula espinal, a la interneurona del asta dorsal; la médula manda un mensaje de regreso al nociceptor que dice ‘cuidado, estás sufriendo un daño’ y es así como podemos retirar con rapidez el miembro que está sufriendo el daño, comenta Elizabeth Téllez y recuerda que se necesita del dolor para proteger la vida, la integridad y la salud.
Este primer nivel permite una respuesta rápida ante el peligro, pero hay un segundo nivel del dolor que ocurre en el sistema límbico, en el tálamo, continúa la doctora en bioética.
Allí lo que ocurre es que el estímulo que llegó a la médula manda información que sube hasta el tálamo, a través de los tractos espinotalámicos o trigémino talámicos, dependiendo de la especie, y es allí donde se da lo que se llama sentimiento de dolor, que es la reacción emocional.
“Por ejemplo, un niño se golpea en un dedo y lo primero que hace es quitar el dedo del lugar, pero luego busca a su mamá, por consuelo. Esta es la reacción al segundo nivel del dolor, la reacción emocional. Ya después hay un tercer nivel del dolor, a nivel de corteza cerebral, donde ocurre un mecanismo cognitivo evaluativo del dolor. Allí es donde analizamos qué fue lo que pasó, qué me causó dolor y qué voy a hacer para evitarlo en el futuro”.
Todos estos procesos ocurren también en los animales y Elizabeth Téllez pone el ejemplo de los veterinarios.
Pues los animales, con solo ver a una persona de bata blanca comienzan a llorar, incluso si saben que es el día de visita al veterinario, empiezan a temblar.
Esto quiere decir que estos animales presentan los tres tipos de nivel del dolor y no importa si su corteza cerebral está muy desarrollada o no.
Además, las mismas sustancias que se secretan con el dolor en el humano se secretan en los animales.
Estas sustancias, conocidas como neurotransmisores se liberan después de un estímulo nervioso para inducir el dolor, pero también para que disminuya.
Entonces, otra evidencia de que los animales sienten dolor es su respuesta a los analgésicos y otra más es el cambio de comportamiento y actitudes que presentan cuando se encuentran en una situación de dolor o sufrimiento.
Se ha llegado a la conclusión de que los animales presentan diferentes estados mentales y en ellos se reconocen al menos seis estados mentales o emocionales básicos: miedo, sorpresa, ira o enojo, tristeza, desagrado o asco y alegría.
Todas estas emociones se presentan en el sistema límbico, explica la doctora en bioética, es decir, no se necesita de una corteza cerebral muy desarrollada para presentar estos estados mentales básicos, que nos permiten distinguir entre sensaciones agradables y desagradables, que nos hacen posible desarrollar funciones afectivas y lazos entre individuos.
El problema de reconocer los estados mentales en los animales es que sus métodos de comunicación no son iguales que los métodos humanos.
Por ejemplo, Aristóteles decía que la risa era una característica única en el humano. Pero en 2016, un grupo de científicos reportó que las ratas de laboratorio tenían la capacidad de reír.
Los investigadores acariciaban las ratas con ademán de hacerles cosquillas y notaban que los animales buscaban la mano con la intención de recibir más cosquillas, y con un micrófono infrasónico grababan el sonido que emitían al recibir el estímulo placentero, pero que es imperceptible para el oído humano.
Ahora sabemos que no somos los únicos animales que ríen, los primates también ríen y hacen bromas.
Pero cuando se habla del dolor, aun animales como las ratas poseen una gran cantidad de músculos en la cara que permiten identificar sus emociones.
Pero otros animales no tienen músculos en la cara o no vocalizan, porque han evolucionado como presas y emitir sonidos de dolor los pondría en evidencia ante los depredadores. Así que detectar el dolor, por ejemplo, en una tortuga, es algo más complicado.
“De hecho, el sufrimiento es un sentimiento que por mucho tiempo se le negó a los animales, se decía que los animales no eran capaces de sufrir. El sufrimiento es dolor emocional, por ejemplo, en animales que no están lesionados, no están enfermos, no tienen predadores cerca y tienen alimento, pero que están confinados y no pueden desarrollar un comportamiento normal, se empiezan a presentar condiciones de sufrimiento. El sufrimiento puede darse por procedimientos invasivos pero también por situaciones restrictivas, es decir, por un dolor psicológico”.
Cuando las condiciones de opresión no cesan, el sufrimiento de los animales puede llegar a ser tan severo que se convierte en un estado de depresión y pueden terminar con una condición conocida como pérdida de la esperanza, que es cuando los animales ya no quieren vivir y dejan de luchar por su vida, se dan por vencidos, explica Elizabeth Téllez.
Para la investigadora, esto debe hacer reflexionar a las personas sobre la necesidad de cambiar los métodos de producción de los animales que utilizamos para nuestro sustento, para darles el valor moral que tienen y proporcionarles condiciones de bienestar.
La doctora en bioética celebra que en la nueva Constitución de la Ciudad de México se haya plasmado una posición histórica. Pues en el artículo 13, inciso B, se reconoce a los animales como seres sintientes, algo que no aparece en otras leyes, donde los animales son considerados bienes, un nivel equiparable a las cosas.
“Ya lo decía el filósofo inglés Jeremy Bentham, en su libro Los principios de la moral y la legislación, lo importante no es identificar si los animales pueden hablar, pensar o pueden resolver problemas matemáticos. No, lo relevante es si los animales tienen capacidad de sufrir. Porque tenemos la obligación de no causar dolor en esta vida y de aliviarlo siempre que se pueda”.
Fuente: Conacyt