El año pasado mi esposo Christopher y yo nos encontrábamos en nuestro punto más bajo. Recientemente habíamos corrido el riesgo de comprar un pequeño negocio.
La tensión creció hasta que ambos mostramos síntomas de estrés: no dormíamos bien, nuestra concentración estaba por los suelos y nuestros caracteres explotaban.
Después de un pésimo fin de semana Chris preguntó en voz alta la noche del domingo si deberíamos tomar el curso de meditación que yo había mencionado.
El curso sobre “reducción de estrés basado en la concentración” iba a ser impartido por mi doctor familiar, Dr. Miroslava Lhotsky y la psicóloga Judy Turner, ambos practicantes en Toronto.
Lhotsky me lo había mencionado de pasada en mi última revisión, explicándome acerca de unas nuevas investigaciones sobre esa práctica antigua.
Muchos de sus pacientes de meditación disminuían su presión arterial, me explicó deliberadamente, sabiendo que mis niveles habían subido. Al salir del consultorio, tomé un folleto del programa de 8 semanas.
La mañana del lunes nos inscribí. Y así fue como nos encontramos, una fría tarde de enero, con nuestras colchonetas para el yoga en las manos, caminando hacia nuestra primera clase de 2 ½ horas. Para este momento, ninguno de los dos queríamos ir.
Ambos teníamos una vaga idea positiva acerca de la meditación (y Chris incluso lo había intentado años atrás, cuando era estudiante), pero no teníamos idea de qué pasaría esa noche. ¿Serían horas de conferencia? ¿O tal vez algún grupo sensiblero de discusión sobre nuestro estrés?
Las respuestas eran no y no. Esa primera clase, de cerca 20 hombres y mujeres de todas las edades, comenzó con una pequeña explicación de Lhotsky y de Turner.
La concentración significa estar atento al momento presente, “sin inquietarse por el pasado ni anticipando el futuro”, Turner explicó. Deberíamos cultivar la concentración a través de la meditación, lo que requiere centrarte en la respiración y observar las sensaciones del cuerpo y los pensamientos y sentimientos de uno.
No creo que alguien hubiera entendido cómo poner atención a nuestra respiración podría reducir el estrés.
Pero rápidamente nos dedicamos a eso, sentados callados e inhalando y exhalando, intentando dejar que nuestros pensamientos vagaran en nuestras mentes sin obstáculo.
Podíamos sentarnos en almohadas, ya fuera con las piernas cruzadas o con ellas dobladas debajo de nosotros, o podíamos sentarnos en una silla. Chris ni siquiera intentó sentarse con las piernas cruzadas porque sabía que nunca estaría cómodo en esa posición.
Yo no tuve problema, pero mi espalda comenzó a lastimarme después de un rato, así que me recargué sobre una pared.
Después de un poco más de explicación y discusión, intentamos con un ejercicio diferente: un “escaneo del cuerpo”, que requería que nos recostáramos sobre nuestra espalda mientras Turner nos daba instrucciones para concentrarnos en relajar nuestros cuerpos. (Algunos leves ronquidos nos decían que algunos se habían relajado muy bien).
Cuando nuestros instructores nos pidieron compartir cómo nos sentíamos, todos tuvimos una experiencia diferente de quedarnos con el momento. Una mujer dijo que sintió que no podía hacerlo ni por un segundo: su mente estaba llena de cosas por hacer.
Yo encontré que podía concentrarme en mi respiración durante muchos segundos, y luego, cuando me hacía consciente de algún pensamiento, como “recuerda recoger la ropa de la lavandería” o “llama a papá mañana”, podía dejarlo ir sin perder la concentración en mi respiración.
Sin que lo supiéramos, íbamos a dejar la clase con instrucciones de practicar, comenzando con 5 minutos al día. Floté hacía mi casa por el frío aire invernal sintiéndome eufórica –y esa noche dormí mejor de lo que lo había hecho en meses.
Lo que queríamos era liberarnos del estrés, pero cuando leí acerca de la meditación, me sorprendieron todos sus demás beneficios.
Jon Kabat-Zinn, un maestro de meditación reconocido e investigador de los Estados Unidos, encontró que puede reducir la depresión, la ansiedad y el dolor.
Otras investigaciones mostraron que también podía mejorar la hipertensión, las enfermedades del corazón e inclusive la diabetes tipo 2.
Considerando que la depresión puede afectar a casi ¼ de las mujeres y que las enfermedades cardiovasculares son las asesinas número 1, me comencé a preguntar si no todo el mundo debería aprender a meditar como parte de un estilo de vida saludable. (De hecho, se enseña en algunas escuelas en los Estados Unidos y se está probando en muchas escuelas en Vancouver).
Pero lo realmente sorprendente es que la meditación cambia, de hecho, las vías nerviosas en nuestro cerebro –un proceso llamado neuroplasticidad, el cual los neurólogos, hasta hace algunos años, creían imposible.
¿Cómo fue hecho este descubrimiento? Durante años, investigadores de la meditación se pusieron en contacto con uno de los meditadores más competentes del mundo, el Dalai Lama, el budista exiliado y líder del Tíbet.
En el 2002, el renombrado neurólogo Richard Davidson pidió a varios monjes tibetanos (que meditan miles de horas durante sus vidas) que visitaran su laboratorio en la Universidad de Wisconsin-Madison para que pudiera escanear sus cerebros y compararlos con los de otros. Los cerebros de los monjes mostraron, significativamente, más actividad en circuitos relacionados con la atención y con las emociones positivas.
Davidson concluyó que todas las horas que pasaron meditando activaron áreas en sus cerebros que mejoraron su concentración y felicidad y que nosotros podemos cambiar la manera en que nuestros cerebros funcionan con sólo entrenar nuestra mente.
Las implicaciones son enormes –particularmente para el tratamiento de la depresión. Aunque los medicamentos antidepresivos funcionan, la gente deprimida frecuentemente recae una vez que los han dejado de tomar.
Zindel Segal, un psicólogo y jefe de la Cognitive behaviour Therapy Clinic, en el Centro para las Adicciones y la Salud Mental de Toronto descubrió que los pacientes que tomaron entrenamiento de meditación estaban menos propensos a recaer después de dejar de tomar el medicamento.
“El entrenamiento de concentración es muy útil para regular las emociones”, Segal asegura. “Incrementa la capacidad de la gente para lidiar con las situaciones”.
Y los escaneos cerebrales de los pacientes que practicaron este tipo de meditación revelaron menos actividad en áreas del cerebro que están relacionadas a las emociones negativas. “Como médico, ver estos resultados es muy convincente”, asegura Lhotsky.
Tanto Chris como yo notamos mejoras convincentes en nuestras vidas. Una vez que trabajamos hasta los 30 minutos diarios sugeridos, mi concentración mejoró; podía permanecer en una tarea en vez de dejar que las preocupaciones me distrajeran.
La ansiedad de Chris disminuyó. Dormíamos mejor y podíamos dejar más espacio entre la acción y la reacción, respirando profundamente antes de dejarnos llevar por la frustración.
Sin embargo, como con el ejercicio, la meditación sale de nuestras vidas cuando estamos más ocupados –y desde luego ¡es cuando más la necesitamos! Pero seguimos regresando a ella. Y surge como una herramienta maravillosa para controlar el estrés en esos tiempos más difíciles.
Recientemente, Chris tuvo una fea caída y rompió su rodilla. Corrí a llamar a urgencias y aunque yo estaba ansiosa junto a él mientras esperábamos a la ambulancia, él estaba tranquilo.
“¿Cómo te sientes?”, le pregunté. “Bien”, me dijo. “Estoy meditando”. Así que también yo respiré profundamente.
¿Has practicado la meditación, has hecho yoga alguna vez? ¿Cuál es tu experiencia?
Descubre por qué no debes quedarte sentado más de lo necesario.
La salud neurológica es una preocupación creciente en todo el mundo, con un notable aumento…
El sueño es un proceso biológico fundamental para la salud física y mental. Cuando este…
Aunque puede ser difícil de describir, este síntoma suele ser la señal de que algo…
Un microbioma intestinal saludable podría ayudar a las personas con EII, pero ¿deberían los probióticos…
Aprende consejos prácticos y encuentra 15 ideas fáciles para mantenerte en el camino hacia una…
Esta web usa cookies.