Elegimos lo más destacado de nuestras ediciones de esa década
Receta de cocina escrita por un niño de ocho años:
“Se saca un poco de pan, pero ai que dejar sufisiente para los demás. Se puede tostar o no. Se le pone bastante crema de cacaguate. Y aora biene lo vueno. La mermelada. Entonses se ponen los dos panes juntos y se comen. Despues se limpian la meza y el pizo y uno se laba las manos y los brasos”.
—N.M.
Una joven universitaria de 18 años, vecina nuestra, pasó todo el día en una manifestación en pro de la paz. Participó en todas las actividades: estrechó la mano a cada uno de los miembros de las minorías, se plantó ante las barricadas de la policía y cantó himnos.
Tras volver a su casa, se apresuró a visitarnos para compartir con nosotros todos los detalles.
—¡Ah, el amor, el amor! —suspiró—. Deberíamos rodear el mundo entero de amor. Todos los pueblos de la Tierra deberían estrecharse las manos para formar la gran hermandad del hombre.
—Eso es muy bello —le contesté. Regresa ahora mismo a tu casa y diles a tus padres que los amas.
La chica me miró con desdén y dijo:
—¿A ellos? ¡No puedo soportar a esa generación!
—G.B.
Al trasladarme a otro barrio de la ciudad, me di cuenta de que el carnicero de la localidad era muy amable. “¿Quiere que corte un poco de la grasa visible antes de pesar la carne?”, solía decirme.
A veces, sin pedírselo, rebajaba el precio de una pieza que tenía mucho hueso de desperdicio.
Las amabilidades se prolongaron durante dos semanas exactas, pero, de pronto, ya le estaba yo pagando por gruesas capas de grasa y huesos que parecían de dinosaurio.
—¡Al principio no me trataba usted así! —protesté.
—Tiene usted razón, señora —respondió descaradamente—. Se acabó la luna de miel. Ya la tengo amarrada.
—O.M.
Madame Wawanda, dando nerviosamente unos golpes en la bola de cristal, comenzó a hablar:
—Pronto conocerás a un joven alto, apuesto, que parece galán de cine. Es dueño de 94 pozos de petróleo en plena producción, de dos manzanas de casas en el centro de la ciudad y de un yate que cuenta con 34 tripulantes. Ustedes dos se casarán y serán felices para siempre.
—¡Eso es algo estupendo, verdaderamente sensacional! —exclamó la joven parroquiana extasiada—. Pero, dígame, ¿qué hago con mi marido y con mis hijos?
—B.C
Parece que he pasado toda mi vida repitiendo mecánicamente: “Siéntate bien. Da las gracias. Mastica bien la comida. Usa servilleta. No comas con la boca llena”. Y cuando ya había logrado educar a mi esposo… ¡llegaron los niños!
—E.B.
Al visitar al médico, me sorprendió gratamente notar que había instalado música grabada en la sala de espera. Sentada allí, disfrutando de un recital de piano, oí a una mujer madura decirle a su acompañante:
—Estos médicos jóvenes son el colmo: la sala de espera está llena de enfermos… ¡y él tan tranquilo, tocando el piano!
—J.I.
En una tienda, una joven ama de casa escoge tres manzanas, una naranja, dos peras y un plátano. Al entregar la compra al empleado, éste le dice:
—Son cuatro dólares con 75 centavos.
Ella le da un billete de cinco dólares y después se dirige a la salida.
—¡Un momento! —la detiene el empleado—. Olvida usted su cambio.
—No, está bien —repone amablemente la mujer—. Al entrar pisé sin querer una uva.
—J.A.
Cuando estudiaba yo enfermería, tuve que ponerle una inyección a un paciente de 79 años. Le pregunté en qué nalga la quería. Él quiso saber si de verdad le estaba dando a escoger. Al decirle que sí, se quedó mirándome fijamente y dijo:
—En la suya, señorita.
—K.N.
Un ascensorista, aburrido de que todo el mundo le preguntara la hora, decidió colgar un reloj dentro del ascensor. Ahora, todo el día la gente le pregunta: “Oiga, ¿ese reloj está bien?”
—G.F.C.
El verano pasado nuestra hija de 11 años, venciendo las restricciones impuestas por los varones, ingresó en el equipo de hockey de su escuela. Le advertí que tendría que acostumbrarse a sufrir empujones y golpes, y en medio de la gran algarabía de su primer juego, comprobé que yo tenía razón. En eso, un muchacho del equipo contrario pasó corriendo a su lado y le susurró algo al oído que no oí, pero noté que mi hija se ruborizó.
Corrí a su lado y ella, sonriente, me confió: “¿Sabes lo que me dijo? Bien jugado, preciosa”.
—R.E.H.
Pordiosero: “En realidad, soy escritor. Escribí una obra titulada: Cien maneras de ganar dinero”.
Comerciante: “Y entonces, ¿por qué pide limosna?”
Pordiosero: “Porque se trata, precisamente, de una de esas maneras”.
—M.M.
Para evitar que los alumnos de mi clase gritaran todos a la vez, propuse que cuando yo hiciera una pregunta levantaran la mano los que quisieran contestarla, y yo señalaría a uno de ellos para que hablara. Hubo un largo silencio, y luego uno de los chicos alzó la mano. Me sentí muy halagada al ver que mis palabras habían sido comprendidas.
—Adelante, Fernando —le dije.
—No, nada, maestra. Solamente estoy probando para ver si funciona el sistema.
—M.M.
A la hora de mayor aglomeración, un tren del sistema de transporte subterráneo de Londres llegó tan atestado a una estación, que ninguna persona pudo subir en él.
Un hombre gritó desde el andén, no menos apretujado:
—¡Que se junten más! Veo a un tipo leyendo el periódico, así que debe haber espacio.
Siguió un silencio, que al fin rompió una voz que provenía del vagón:
—Ese sujeto está leyendo el diario de ayer. El infeliz no ha podido salir desde entonces.
—D.P.
Un auto Volkswagen sedán de 1951, hermosamente restaurado, se encontraba entre una serie de flamantes coches último modelo en el lugar donde trabajo. Cierto día entraron dos ancianas y, mientras les enseñaba los diversos automóviles que exhibimos, llegamos al Volkswagen.
—¿Qué modelo es ése? —preguntó una de ellas.
—Un Volkswagen del 51 —comencé a explicar.
—¡Caramba! —me interumpió— ¿Y todavía no han logrado venderlo?
—P.C.F.
Disfruta me muchos chistes más en Selecciones de abril, 2013
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