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Magia y milagros del cerebro

Un atisbo a la neurociencia de los atributos más humanos —amor, ira, compasión—, y cómo encauzar el poder de la mente para llevar una vida más satisfactoria.

En este momento las sondas espaciales gemelas Voyager, lanzadas en 1977, transportan una carga preciosa en su viaje al exterior del Sistema Solar: dos discos de oro en los que se grabaron, entre otras cosas, un aria de Mozart, saludos en 55 idiomas y las ondas cerebrales de una joven enamorada.

El eminente astrónomo Carl Sagan concibió el proyecto de los discos para dar a conocer la vida humana a otros seres inteligentes que las sondas pudieran hallar. Para incluir sus ondas cerebrales en ellos, Ann Druyan, colaboradora de Sagan, se sometió a un electroencefalograma (EEG), el cual se condensó en un minuto de sonidos. Apenas dos días antes los dos científicos habían descubierto que estaban enamorados, sentimiento que inundó la mente de Ann durante el EEG. Así que hoy, a 18 años de que ella quedó viuda de Sagan, la canción de un cerebro enamorado sigue flotando en la inmensidad del espacio.

Para transmitir la esencia humana a oyentes interestelares, Sagan y su equipo decidieron mostrar nuestro cerebro en acción. La cuestión de qué nos define como humanos está muy trillada entre filósofos y teólogos, pero para muchos científicos la respuesta radica en el misterio del cerebro, ese órgano de kilo y medio de peso que gobierna casi 100,000 millones de neuronas. “A nivel físico, no es más que una masa de átomos que se agitan”, dice Christof Koch, experto del Instituto Allen de Neurociencia, en Seattle. “Pero hay un salto mágico en el que esa actividad se transforma en ira o en el recuerdo del primer beso”.

Adelantos como la imagen por resonancia magnética funcional (IRMF) permiten ver la actividad de distintas partes del cerebro y localizar el origen de ciertas emociones. En 2013 el presidente Barack Obama anunció la Iniciativa BRAIN, un plan de financiamiento para mapear la actividad del cerebro y descifrar su código. Se espera que este proyecto produzca avances en la lucha contra el autismo, el Alzheimer y la depresión. Los estudios quizá también arrojen luz sobre cómo nos enamoramos, cómo tomamos decisiones difíciles y otros enigmas, señala Thomas R. Insel, director del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. “Entender el cerebro es una empresa fundamental para saber quiénes somos”, dice.

Breve historia de la prodigiosa mente humana

El cerebro lleva millones de años evolucionando a través de un proceso parecido al de añadir bolas de helado a un barquillo, dice David J. Linden, neurocientífico de la Universidad Johns Hopkins y autor de La brújula del placer. “Las partes inferiores como el cerebelo y el hipotálamo, que rigen acciones orientadas a sobrevivir como el impulso sexual y comer, no evolucionaron tanto, y en esencia no difieren de las de una lagartija”, explica, refiriéndose a la primera bola evolutiva. “Otros centros intermedios que intervienen en el procesamiento de las emociones, como el hipocampo y la amígdala, son mucho más refinados en un ratón que en una lagartija”, dice de la segunda bola. “En la cima, el ser humano tiene una corteza cerebral grande y compleja”, señala de la bola más alta. Allí residen los pensamientos y el lenguaje. 

Hay otra forma de ver la caprichosa evolución del cerebro. “Imagina que te piden construir una lancha rápida, pero sólo puedes agregar partes a un bote de remos, de madera, que ya existe”, señala Linden. “Así ha evolucionado nuestro cerebro: es posible hacer pequeños añadidos a lo que ya hay, pero no alterar el plan básico”. Es la interacción entre las regiones cerebrales más antiguas y las más nuevas lo que determina quiénes somos hoy.

“Humanos y ratones pueden obtener placer de la comida y de la unión sexual, que ambas especies necesitan para sobrevivir y perpetuarse, pero sólo un humano puede disfrutar el ayuno o la abstinencia sexual, que no suponen ninguna ventaja evolutiva. El milagro del pensamiento humano es que los primitivos circuitos del placer pueden ser activados por partes superiores, más complejas, del cerebro”, explica Linden.

“En cierto modo ésta es la base de la cultura. Poder gozar cosas que son absolutamente arbitrarias enriquece mucho nuestra experiencia”, añade.

La evolución huma-na es un proceso muy lento, pero podemos alterar nuestra “evolución” personal en el transcurso de nuestra vida. “Las neuronas que se activan juntas, se interconectan”, dice el neuropsicólogo Rick Hanson, autor de Cultiva la felicidad. Aprende a remodelar tu cerebro y tu vida. La repetición voluntaria de ciertos pensamientos y sentimientos cambia la estructura del cerebro, como lo demuestra la meditación profunda. Es decir, podemos ayudar a construir nuestra lancha rápida. A continuación explicamos cómo funciona el cerebro humano en siete situaciones comunes. Puedes usar esta información para ejercitar tu poder mental. 

El cerebro ante las críticas 

Acuérdate de tu última evaluación de desempeño laboral. “Tu jefe enumeró primero 19 de tus cualida-des, pero al final te señaló un defecto, y eso es lo que recuerdas”, dice Hanson. “Se nos graba el negativo punto número 20”. Esta reacción exagerada (los psicólogos la llaman “tendencia a la negatividad”) ayudó a sobrevivir al hombre primitivo.

“Nuestros antepasados buscaban alicientes como comida y pareja, y rehuían peligros como las fieras”, explica Hanson. “Si no encuentras un aliciente hoy, puedes buscarlo mañana, pero si olvidas rehuir una fiera, estás muerto. El cerebro evolucionó para focalizarse en lo adverso. Es como el velcro para las malas experiencias y como el teflón para las buenas”.

Hay prácticas sencillas para contrarrestar esta tendencia. “Tardamos más en asimilar las experiencias positivas”, dice Hanson. “Regodearnos en lo bueno que nos pasa nos ayuda a cobrar plena conciencia de ello, lo que promueve la felicidad y la resiliencia”. Saborea los cumplidos que recibes. Fíjate en los momentos felices; para recordarlos mejor, toma nota de los detalles.

El cerebro y la desidia 

Cuando aplazas algo urgente, eludes el disgusto que te produce esa tarea desagradable porque quieres sentirte bien ahora, pero sólo consigues dejarle el problema a tu yo futuro. “Desde el punto de vista neurológico, ¿por qué tratamos así al yo futuro?”, plantea Timothy A. Pychyl, profesor de psicología de la Universidad Carleton, en Ottawa. Un estudio que usó la IRMF para ver qué partes del cerebro se activaban cuando los sujetos pensaban en su yo presente, en su yo futuro y en un desconocido reveló que tenemos al yo futuro casi en el mismo concepto que a un desconocido.

La desidia también supone un conflicto entre dos sistemas cerebrales. El sistema límbico, donde residen nuestras emociones básicas, es una parte antigua (de la segunda bola de helado) que reacciona de modo automático, inconsciente y muy rápido; quiere sentirse bien de inmediato. El otro sistema es la corteza prefrontal (la tercera bola), sede de facultades superiores, como la previsión y el control de impulsos.

Cuando recuerdas que debes hacer tu declaración de impuestos, lo primero que se activa es el sistema límbico y su apremio de sentirse bien ahora, lo que logras evitando esa tarea. La corteza prefrontal, más responsable, se rezaga, y hay que ponerla a funcionar para apreciar las ventajas de declarar a tiempo.

El cerebro y la ira al volante

Imprudencias como conducir muy cerca del vehículo de adelante les han valido a automovilistas agresivos ser rociados con gas pimienta, golpeados y apresados. ¿Por qué la ira en condiciones de tránsito difícil provoca accidentes, lesiones e incluso homicidios?

La causa es una peculiaridad psicológica llamada error fundamental de atribución. “Damos por sentado que la conducta de alguien obedece a motivos personales y no a las circunstancias”, dice Joseph Moran, investigador del Centro de Ciencia del Cerebro de la Universidad Harvard. Cuando otro conductor te corta el paso, supones que es un imbécil —en vez de pensar que tal vez va a toda prisa al hospital—, y eso te enfurece.

El cerebro humano evolucionó para reaccionar de forma exagerada ante lo que cree un peligro. “El mismo mecanismo neural que protegió de las fieras a nuestros ancestros se activa cuando afrontamos causas de tensión comunes como el tránsito”, dice Hanson. El organismo produce la hormona cortisol, que siembra la alarma en el cerebro al estimular la amígdala, centro de las emociones, y dañar neuronas del hipocampo, lo cual reduce una parte del cerebro que nos infunde calma y perspectiva de las cosas.

Para controlar la reacción de estrés podemos regular las regiones más antiguas del cerebro con las más recientes, como la corteza prefrontal. Por ejemplo, todo el mundo tiene
reacciones involuntarias ante fuentes de tensión como hablar en público. “Nos ponemos nerviosos y se nos reseca la boca porque así nos lo enseñó la evolución”, explica Moran. Pero hay quienes pueden transformar esa energía nerviosa en una fuerza positiva. Las regiones cerebrales superiores les permiten reinterpretar las reacciones físicas como señales de que están emocionados y preparados para hacer contacto con el auditorio. Cuando te enojes al conducir, pensar en otra cosa (por ejemplo, que llevas sólo 15 minutos de retraso) o tratar de disfrutar el recorrido puede mitigar tu reacción emocional.

El cerebro al escuchar música 

Imagina que mientras haces fila para comprar un café, en el radio del local empieza a sonar Happy, el éxito de Pharrell Williams. En la intensa actividad mental que se desata, necesaria para procesar la música, “intervienen los aspectos más avanzados de la cognición humana”, dice Robert Zatorre, profesor del Instituto y Hospital de Neurología de la Universidad McGill, en Montreal. Apenas llegan al oído, los sonidos activan una serie de estructuras, desde la cóclea (donde las vibraciones se convierten en impulsos eléctricos) hasta la corteza cerebral. Al reconocer la canción —su nombre o la última vez que la oíste— tu corteza auditiva se conecta con partes que rigen la recuperación de recuerdos. Si mueves el pie, activas la corteza motora de modo muy singular porque lo haces al compás de la música.

Por último, si Happy te toca el corazón, habrá encendido el sistema de gratificación del cerebro, un circuito antiguo y poderoso que es activado por estímulos esenciales de supervivencia como la comida y el sexo.

¿Por qué algo que parece tan poco esencial como la música activa un sistema que favorece la vida? Los científicos aún no lo saben, pero lo que ocurre en el cerebro cuando oímos una canción que nos gusta da una clave. “La música aumenta la interacción entre estructuras cerebrales de antiguos centros de gratificación que regulan el placer y zonas más recientes de la corteza que rigen la previsión”, dice Zatorre. En un estudio, éste observó que el cerebro produce dopamina, una sustancia asociada con el placer y la gratificación, al anticipar nuestro pasaje favorito de la canción. Entonces, quizá la música estimule el deseo innato del cerebro de identificar pautas y resolver problemas.

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