Nelson Mandela, dueño de su destino
Esta es una entrevista que se le hizo en el 2005 en donde se habló de su vida y la entereza de su ánimo.
El 18 de julio pasado Nelson Mandela cumplió 95 años. Su vida ha sido una historia extraordinaria de valentía, fuerza de voluntad y fidelidad a sus principios. En una entrevista en 2005, hablamos con él sobre su vida, de la entereza de ánimo que le permitió sobrevivir 27 años en la cárcel, y de sus esperanzas para Sudáfrica.
Una señal de la cercanía que los sudafricanos sienten con Nelson Mandela es que muchos lo llaman afectuosamente Madiba, el nombre de su clan. Y es que en Sudáfrica aún lo ven como el patriarca sabio y protector de un país transformado, y como un líder político excepcional.
Mandela nació en 1918. Era hijo de un miembro de la casa real de la tribu Thembu, y asistió a escuelas que seguían el sistema británico. En una ocasión dijo que lo educaron para ser un inglés negro; sin embargo, por ser de raza negra, sus libertades estaban estrictamente restringidas.
Siendo un joven abogado se unió al Congreso Nacional Africano (CNA), organización dedicada a acabar por medios pacíficos con el apartheid, el sistema de segregación racial sudafricano. Pero ante la incesante y brutal represión del régimen blanco, a Mandela le encomendaron formar un brazo armado del CNA. Luego de varios meses de vivir y trabajar en la clandestinidad, lo arrestaron en 1962. Dos años después lo enjuiciaron por traición y lo condenaron a cadena perpetua sin posibilidad de ser puesto en libertad bajo palabra.
Recluido al principio en la prisión de máxima seguridad de la isla Robben, frente a Ciudad del Cabo, bien pudo haber sucumbido a la desesperación, pero se negó a permitir que le quebrantaran el espíritu. “Liberen a Mandela” se convirtió en un reclamo en todo el mundo, y en 1990, tras pasar 27 años en la cárcel, salió libre.
Pronto se ocupó; de representar al CNA en las negociaciones con el gobierno que condujeron a los primeros comicios abiertos en Sudáfrica y a la elección de Mandela como presidente, en 1994. La capacidad que tuvo para superar la amargura de la división racial en su país ayudó a la incipiente democracia a sanar de las heridas del apartheid. Hoy día todos los sudafricanos se enorgullecen de la transición pacífica de su nación, del dominio de la minoría blanca a la democracia multirracial, y le reconocen a Mandela haber sido el principal promotor de este cambio.
Desde que concluyó su mandato de cinco años, Mandela ha mantenido un exigente ritmo de vida que agotaría a cualquier hombre de la mitad de su edad. En la entrevista de 2005, compartió sus alegrías y sus penas; por ejemplo, reveló que su hijo Makgatho, del que pocos sabían que estaba enfermo, había muerto de sida.
Reader’s Digest habló con Madiba en la oficina de la Fundación Mandela Rhodes, en Ciudad del Cabo
R: Si uno trata a las personas con violencia, reaccionarán con violencia, pero si les decimos que queremos la paz y la estabilidad, entonces podemos hacer muchas cosas para contribuir al progreso de la sociedad.
R: Así es. ¡Cuenta historias muy interesantes! Recuerdo una sobre un joven canadiense [Terry Fox] que tenía cáncer en una pierna y tuvieron que amputársela. Pero él no se sentó en un rincón a llorar. Vivía en la costa atlántica y decidió caminar hasta el Pacífico con la pierna ilesa. Esos relatos alientan a la gente. Aunque uno tenga un mal incurable, no gana nada con llorar. Hay que disfrutar la vida y desafiar la enfermedad.
R: Es fundamental respetar las creencias religiosas de la gente, sean cristianas, hindúes o musulmanas. El respeto es esencial porque, crea uno o no en la existencia de un ser superior, gran parte de la humanidad sí cree. Si uno cuestiona la fe, termina aislado por completo y la gente no lo considera capaz de guiar a la sociedad. La relación entre un hombre o una mujer y su dios es un asunto personal; no se puede cuestionar la fe de la gente en un ser superior.
R: En efecto. Entre otras cosas, tenemos que acabar con el estigma que pesa sobre las personas que padecen sida, dejar de evitar a toda costa el contacto con ellas. Debemos recordar el ejemplo de la princesa Diana, quien visitó hospitales para enfermos de sida, se sentó a su lado, les estrechó la mano y acabó con el mito de que es un peligro estar en el mismo cuarto con alguien contagiado de sida.
En 2000 asistí a la inauguración de una escuela rural en la provincia de Limpopo [en el norte de Sudáfrica]. La gente del lugar me contó que una pareja había muerto y dejado niños huérfanos, de los cuales el mayor tenía ocho años. Les pregunté si podía ir a verlos, y me acompañaron gustosos entonando cánticos. Entré solo a la casa y estuve allí unos 25 minutos. Cuando salí, esa misma multitud echó a correr. Al principio no entendí por qué huían. Aceleré el paso y ellos hicieron lo mismo para alejarse de mí. Al darme cuenta de lo que pasaba, me limité a regresar a mi auto.
R: La pobreza y la falta de educación. Es muy importante asegurarnos de que la educación llegue a todos los estratos sociales.
R: Sin educación, los niños jamás podrán encarar los retos que se les presenten en la vida. Por eso es indispensable educarlos y explicarles que deben hacer algo por su país. Yo lo hago con mis hijos y mis nietos, pero me doy cuenta de que ahora mis nietos ¡saben más que yo!
R: Tuvimos que crear esa ala militar debido a la obstinación del gobierno del apartheid, que no estaba preparado para discutir nada con nosotros ni para comprender nuestros sentimientos. De modo que decidimos adoptar métodos para obligarlos a hacerlo, y tuvimos éxito. Es claro que las decisiones que uno toma dependen de las circunstancias reales a las que se enfrenta.
R: Creo firmemente en que siempre debemos buscar soluciones racionales para los conflictos, y confío en la capacidad de los seres humanos para concretar esa búsqueda.
R: Existen muchos hombres y mujeres que, sin ocupar un puesto importante, han contribuido enormemente al progreso de la sociedad. Algunos de ellos son desconocidos hasta en sus propios países, pero cuando uno llega a conocerlos se queda impresionado. Ellos son los héroes y las heroínas que no debemos olvidar nunca. Por sus servicios a la sociedad, uno no puede evitar admirarlos.