Este 23 de mayo se celebra el Día Mundial contra el Melanoma, un tipo de cáncer de piel que representa hasta el 4% de los tumores malignos de la piel. Y su incidencia no ha hecho más que crecer en los últimos 25 años, por lo que es importante concienciar a la población sobre qué medidas podemos tomar para evitar que se desarrolle (en la medida de lo posible) y para diagnosticarlo. Algo muy importante, porque el melanoma es uno de los tipos de cáncer con mayores índices de mortalidad.
Según la American Society of Clinical Oncology, se estima que, en 2020, más de 57,000 personas en todo el mundo murieron a causa de este cáncer.
De acuerdo con cifras oficiales, en México cada 12 horas muere una persona por melanoma. La incidencia es alrededor de 2 mil casos por año, y con una mortalidad de 30 por ciento.
El melanoma es un tipo de tumor que se forma en los melanocitos, es decir, en las células que producen melanina (el pigmento que le da color a la piel). Esta enfermedad aparece debido a factores de diversa índole, como la constante exposición a la radiación ultravioleta o antecedentes genéticos. Si no se le pone freno a tiempo, esta enfermedad se puede extender rápidamente a otras partes del cuerpo y a otros tejidos.
Es importante entender que la evolución del melanoma es impredecible, en ocasiones puede ser rápido y en otras más lentas, por eso es trascendental una detección temprana.
Dos factores predisponen al melanoma: la genética y la exposición a radiación ultravioleta (UV). Familiares con melanoma aumentan el riesgo de 2 a 3 veces. Personas de piel blanca, ojos azules o pelirrojos, y con más de 50 lunares, también tienen mayor riesgo. Se recomienda visitar al dermatólogo anualmente para pruebas. Evitar la radiación UV, usar protector solar diario y no solo en la playa, son formas de prevención clave.
Según la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) podemos guiarnos por una regla mnemotécnica, que puede ayudarnos a identificar si un lunar puede ser un melanoma y si, en consecuencia, debemos acudir al dermatólogo para que este confirme su naturaleza maligna. Lo único que debemos hacer es recordar las letras “ABCDE”, que hacen referencia a:
Los lunares benignos se presentan en nuestro cuerpo con una forma esferoidal, mientras que los melanomas tienen una forma anómala… desprovista de cualquier simetría.
Los bordes de un melanoma son irregulares, con formas dentadas y -con frecuencia- se presentan borrosos.
Los lunares son de un color marrón más claro o más oscuro… pero siempre homogéneos. En cambio, un melanoma presenta diferentes tonos. Puede tener zonas de color negro, marrón, blanco, gris, roja o -incluso- azul.
Muchas personas tienen lunares grandes, pero suelen estar ahí desde la infancia. En cambio, si vemos que ha aparecido un nuevo lunar más grande de 6 milímetros o si observamos que está creciendo en tamaño, es importante que le prestemos atención y consultemos cuanto antes a un dermatólogo.
Todas las características anteriores son comunes a los melanomas. Sin embargo, lo más característico es que no son estáticos, sino que van evolucionando a lo largo del tiempo. Por eso, si un lunar que ya estaba presente, empieza a variar su tamaño, su color o su espesor debemos sospechar que algo podría andar mal.
Las quemaduras solares aumentan significativamente el riesgo de cáncer. Las zonas más expuestas al sol, como cara y brazos, son comunes para el melanoma, pero también puede ocurrir en áreas acrales y mucosas.
Así que ya sabes, y si se sospecha de alguna lesión, es importante buscar atención médica. El cuidado y la protección de la piel son fundamentales para mantenerla saludable.
¡Cuida tu piel y mantén la conciencia sobre el melanoma!
Con información de la UNAM