Selecciones

Mi historia con Selecciones

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Cinco de nuestros suscriptores compartieron la forma en que nuestra revista ha transformado o inspirado algún momento de su vida. Estas son sus historias.

[/vc_column_text][vc_tta_tour style=”modern” active_section=”1″][vc_tta_section i_icon_fontawesome=”fa fa-trophy” add_icon=”true” title=”Candelario Ramón Vera Novelo” tab_id=”1489587544145-e70c4d2b-4aa2″][vc_column_text]

De Campeche, Campeche.

Champotón es un municipio del estado de Campeche. Allí pasé mi niñez con diez hermanos; con un padre campesino, una madre dedicada al comercio y a las labores del hogar en un barrio llamado Pozo del Monte.

Nací en el año de 1949 y para ese entonces en mi barrio, no había luz eléctrica y por ello mamá no tenía aparatos eléctricos de cocina y ni estufa. Toda la alimentación de la familia la cocía en un fogón de leña (madera).

Fuimos tres hermanos que salimos del 6° año: Javier, Estela y yo Ramón de 16, 14 y 12 años, respectivamente. Inmediatamente nos matriculamos en el nivel de secundaria en la escuela José Angel Cú Lara en el año 1961.

Cerca de nuestro plantel estaba la biblioteca pública municipal y aunque no parezca creíble, allá podía leer cualquier ciudadano el “librito” Selecciones del Reader’s Digest. Y los tres adolescentes nos hicimos prontamente lectores y comentábamos con los compañeros los artículos que haya había.

Pasaron los años. Y hubo un día que un artículo signó mi vida para siempre: “Anda, levántate y corre”. Creo que así se llama ese artículo. Y se trataba de una niña que tuvo una parálisis y aunque se curó ya no quiso caminar, chantajeando a la mamá que al paso de los días explotó en una crisis hasta gritarle a su hija “Anda… levántate y corre”.

En aquellos tiempos en el pueblo hubo una epidemia de Tos ferina. Mi hermana estaba en cama. Yo le leí este artículo y me contestó “Si hermano me voy a parar y a correr”. Y así lo hizo tan pronto se recuperó.

En otra ocasión yo tuve un accidente y me enyesaron mi brazo derecho. Mi hermana al verme me dijo: A mi no me vas a chantajear: Anda, levántate y corre, y así lo hice.

Este artículo sirvió como un amuleto en nuestras vidas. Y se hizo una costumbre decirla para levantarnos el ánimo ante los avatares de nuestra vidas. Y el tiempo pasó hasta que nos hicimos adultos mayores.

Un día me llamó el esposo de mi querida hermana diciéndome que estaba enferma de gravedad, a sus 60 años de edad. Y como siempre sucedía en el transcurso de nuestras vidas preparé las palabras mágicas de nuestra juventud aprendida en Selecciones: “Anda, levántate y corre”.

Tan pronto la vi, ella se me adelantó diciéndome: hermano, no me vayas a decir nuestra oración mágica aprendida en la Revista Selecciones. Hoy no va a funcionar. Tengo cáncer en la matriz con metástasis.

Murió 6 días después de aquella plática y lloré mucho y por fe tengo la certeza que un día ella se levantará y los dos correremos por los verdes campos que Dios tiene preparado para los que saben amar.

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De Ciudad Juárez, Chihuahua.

Entre los años 77-82, en una ciudad de Tamaulipas, México, estudiaba veterinaria. Cuatro de mis compañeros y yo rentamos una casa, era una nueva forma de vida donde nos adaptamos a vivir juntos bajo la presión de ser estudiantes y responsabilizándonos por nosotros mismos, pero también por mantener nuestra unión como compañeros.

Pues bien, fueron muchos los personajes que conocimos, pero uno en especial fue Beto, el niño mayor de 5 de la vecina casada con un hombre poco responsable con su familia. Betito era el mayor y en él recaía mucha de la responsabilidad de su familia.

Siendo nosotros jóvenes estudiantes y ávidos de la lectura, teníamos suscripción a Selecciones. Nos devorábamos las revistas pero las manteníamos como biblioteca en la casa. Un día Beto llegó golpeado por su irresponsable padre y lo acogimos para menguar su sufrimiento.

Uno de mis compañeros le comentó si conocía la Revista Selecciones. Al no conocerla, otro de mis compañeros inició la lectura en voz alta. En seguida el recuerdo de la golpiza que le había dado su padre se comenzó a olvidar.

Entre los presentes, a unos nos gustaba “Citas citables”, a otro “La risa, remedio infalible”, pero a todos nos gustaban los artículos sobre medicina que, hasta el momento, tienen mucha actualidad.

Después de esa experiencia, Beto decidió ir todas las tardes a nuestra casa a leer las Selecciones. Pasaron los años y al graduarnos decidimos donar todas nuestras pertenencias a los vecinos que mucha falta tenían, pues era una colonia popular.

A Beto le teníamos reservada una sorpresa grande. Al llegar a casa y darse cuenta de que a la gente le estábamos entregando todo lo nuestro, empezó a ayudarnos a cargar sillones, mesa, camas, etc. Al final nos faltaba él.

Sin darse cuenta sacamos las cajas donde teníamos todo nuestro tesoro: todas nuestras Selecciones. Sentado al pie de la puerta le comentamos que era nuestro tesoro y que en adelante sería de él.

Al saberlo se echó a llorar abrazado de las cajas y todos conmovidos acertamos que fue lo mejor que pudimos haber hecho ya que Beto fue protector de nuestro tesoro.

Lo sé porque ahora sé que fue maestro de primaria y que leía a sus alumnos las revistas Selecciones en un pueblito de la Sierra de Tamaulipas, denominada Llera Tamaulipas, y con las cuales mitigaba la cruda realidad de ese pueblo… leyéndoles a sus alumnos historias verdaderas, Citas citables, historias de Navidad; y reían con La risa, medio infalible. Gracias Selecciones… pues la historia continúa.

[/vc_column_text][/vc_tta_section][vc_tta_section i_icon_fontawesome=”fa fa-trophy” add_icon=”true” title=”Guadalupe Schroeder Sandoval” tab_id=”1489588042588-dbc3c102-c18f”][vc_column_text]

De la Ciudad de México.

“Tiene Esclerosis Múltiple”, fue la sentencia que pronunció el neurólogo. Yo sabía un poco de la enfermedad, aunque no mucho. Lo que siguió lo recuerdo entre bruma, el médico explicando las características de lo que me pasaba y yo solo escuchaba: “incurable”, “crónica”, “progresiva”, “potencialmente discapacitante”, iba con mi hija, que en ese entonces tendría 15 años.

Cuando me subí al coche, rompí en llanto, un llanto incontrolable, sentía un miedo paralizante y recordaba la cara del médico repitiendo: “discapacidad”, “discapacidad”.

Ese día era el resultado de varios meses de incertidumbre, de no saber qué me pasaba. Desde el día que desperté y no tenía sensibilidad en las piernas, mi cerebro no registraba su existencia, me sentía como un muñeco de caricatura al que cortan por la mitad y cada una de sus partes se mueve hacia lados diferentes.

Luego siguió una serie interminable de estudios: resonancias magnéticas, punción lumbar, muestras de sangre, tomografías, radiografías, etc., que por un lado minaban mi estructura emocional y por otro mi precaria situación económica, en ese momento.

Sentía que el mundo se me venía encima. Con 2 hijas a mi cargo, de 17 y de 15 años, mi madre anciana que, aunque no económicamente, si dependía de mí en todos los demás aspectos, con demencia senil y que nunca entendió qué era lo que me pasaba, así que en ese momento, no representaba ningún apoyo para mí.

Recuerdo los meses que siguieron. Fue una vorágine de emociones, inicié una carrera frenética por enterarme qué demonios era eso que ahora vivía en mí.

Investigué por mi cuenta, fui a la biblioteca de la UNAM y leí cuanto libro encontré sobre el tema, algunos de medicina de los que no entendía ni jota, pero que me bebí con gran interés.

Descubrí que es una enfermedad que afecta al Sistema Nervioso Central, entendí las estructuras de las neuronas, que son 2 dendritas y axones, y que los axones son unas vainas largas que están en todo el cuerpo, son el cableado del organismo, y están cubiertas de una especie de masita llamada mielina que es el equivalente al aislante en los cables.

Resulta que el mismo sistema inmunológico del cuerpo, por una razón que nadie entiende, decide comerse la mielina y entonces empiezan a aparecer fallas en diferentes zonas del cuerpo, que son como “cortos eléctricos” y se empiezan a deteriorar órganos, funciones o sistemas.

Por eso es una enfermedad de muy difícil diagnóstico, porque las manifestaciones son muy variadas.

En algunos casos, la persona tiene un “brote”, que es una crisis de la enfermedad, puede que se recupere y recobre la función o puede que lo recupere solo parcialmente; que le queden “secuelas” o que nunca lo recupere. Nadie sabe cuál será el comportamiento de la enfermedad o cuándo aparecerá el siguiente brote.

También me acerqué a diferentes asociaciones para personas con EM. Son lugares donde ese es el único tema de conversación, donde vi personas con diferentes niveles de la enfermedad, como una chica de 16 años que solo podía mover el cuello y estaba al cuidado de su mamá.

El primer día que llegué a la Asociación, mientras estaba sentada en la sala de espera, se acerco a mí una mujer y le pregunté: “¿Usted tiene esclerosis?” -“Desafortunadamente yo no”, me dijo. Me extrañó mucho su respuesta, pero más adelante me enteré que era la mamá de esta niña. Pensé que siempre puede haber algo peor.

Hacerme consciente de mi nuevo estado fue muy difícil. Entender que este lindo inquilino siempre iba a vivir conmigo, que había llegado para quedarse, esto ha sido, con mucho, lo más difícil a lo que me he tenido que enfrentar.

Me sucedió algo muy extraño, yo lloraba todos los días, me encontraba sumida en una profunda depresión, la vida me parecía más negra que el negro más absoluto.

Un día, decidí que no podía más, que no quería estar aquí cuando la enfermedad me devastara, no podía imaginarme la vida cuando empezara a perder capacidades hasta verme como la chica de la Asociación.

Pensé que era mejor no estar aquí cuando eso sucediera, así que empecé a planear cual sería la mejor manera para abandonar este mundo. Después de pensar en varias opciones, se me ocurrió tomarme las pastillas para dormir de mi mamá y abrirle al gas, para que no hubiera riesgo de fallar.

En ese entonces, mis hijas se iban de fin de semana con su papá, toda la semana planeé el evento, escribí cartas de despedida para ellas, en la tarde seleccioné el vestido que quería usar, me bañé, me arreglé con cuidado y procedí a preparar todo el escenario.

Sentada en la mesa de la cocina, con una jarra de agua, las cajas de pastillas y un vaso frente a mí. El hacerlo parecía ineludible.

En ese momento, volteé a la mesa y me encontré un ejemplar de Selecciones donde venía un artículo que habla de una persona que ha superado muchos obstáculos y ha logrado reestructurar su vida. Me quedé pensando: si esa persona pudo, porque yo no, entonces, rompí en un llanto incontrolable, pensando que eso que me acababa de suceder era una señal de que “alguien” quería que yo siguiera en este mundo por un rato más. Ahora me felicito por esa decisión.

[/vc_column_text][/vc_tta_section][vc_tta_section i_icon_fontawesome=”fa fa-trophy” add_icon=”true” title=”Lenia Padilla Jiménez” tab_id=”1489588028208-92c27578-3e25″][vc_column_text]

De Tequila, Jalisco.

Siempre leo con interés el contenido de su revista. Pero el artículo: ¡Perdonar nos ayuda a sanar!, de enero 2016, me conmovió muchísimo. Sentí que estaba escrito para mí, que Dios tocó mi corazón y lloré después de leerlo.

Me separé de mi esposo por ser agresivo, celoso y posesivo. Nunca aceptó el divorcio y continuó agrediéndome física y verbalmente. Tuvimos una hija que sufría enormemente al ser testigo de las agresiones. Sentí que yo no tenía derecho de hacerla sufrir y me alejé de él.

Innumerables veces denuncié a mi marido por violencia intrafamiliar, pero pronto salía libre.

Un domingo de 2012 salí a correr, de repente, me jalaron por la fuerza arrancándome un mechón de cabello; a golpes me subieron a un auto y me encontré cara a cara con mi marido. Me amenazó con matarme si no regresaba con él.

Mientras conducía el automóvil murmuró que pronto sabría qué se siente morir los dos juntos. Para tranquilizarlo prometí regresar con él.

Al llegar a una caseta de cobro me ordenó: ¡Diles que todo está bien!. Yo asentí, pero al estar frente al cobrador grité por ayuda. Mi esposo arrancó a toda velocidad y llegando a la siguiente caseta nos rodeó la Policía Federal.

Forzosamente mi esposo se detuvo, abrí la puerta del vehículo y salí corriendo arriesgándome a morir en manos de la policía. No me importaba, de cualquier manera mi vida ya estaba perdida.

Un policía me abrazó brindándome consuelo, me dijo que ya todo había terminado, que estaba a salvo. Yo temblaba y lloraba sin control. Me llevó a casa y me aconsejó que lo denunciara.

A mi esposo lo acusaron de secuestro e intento de asesinato. Estuvo preso, pero al poco tiempo logró salir.

En mayo de 2012, mi esposo fue sacado de su casa por la fuerza, no sé qué fue de él, y actualmente está desaparecido.

Recibí ayuda psicológica, pero no lograba perdonar, guardaba rencor y no conciliaba el sueño; mi vida ya no era la misma y aunado a eso perdí mi empleo.

Después de leer su artículo, entendí la importancia de perdonar, que no soy la única que ha sufrido. Salió el sol para mí, aprendí a perdonar y lidiar con los recuerdos, vivo mis días a plenitud, sonrío nuevamente y aprecio la vida que Dios me dio.

[/vc_column_text][/vc_tta_section][vc_tta_section i_icon_fontawesome=”fa fa-trophy” add_icon=”true” title=”Manuel Jesús Regil Valdez” tab_id=”1489587544108-8afda474-897d”][vc_column_text]

De Mérida, Yucatán.

Una de las historias más emotivas que leí en la Revista Selecciones del Reader´s Digest (desde 1984), que influyó en mi forma de ver y afrontar la vida, fue el testimonio de una persona a quien los médicos le habían diagnosticado un tipo de cáncer que se encontraba en etapa avanzada y con pocos pronósticos de cura.

Así que éste hombre adulto en vez de renegar su suerte o abandonarse a ella, decidió luchar por su vida y no rendirse jamás; por lo que al día siguiente apenas salió el sol, buscó entre su armario unos tenis descoloridos, se los puso y empezó a correr por el vecindario a todas horas del día, hasta prácticamente desfallecer.

Sin embargo, sobrellevar la enfermedad y los tratamientos médicos, no fue nada fácil, ya que los efectos colaterales de la quimioterapia, fueron agobiantes y minaban su voluntad, ya que conforme transcurrían los días sufría malestares estomacales y pérdida de apetito y de su cabello, pero no obstante lo anterior su determinación de seguir luchando se mantuvo firme, ya que no dejó de correr.

Su coraje y determinación de continuar vivo, fue recompensado, pues después de varios meses de angustia y sufrimiento, con el tiempo su salud comenzó a restablecerse. Al final de la historia dicha persona vence a la enfermedad y empieza una nueva vida con familiares y amigos.

En aquél entonces, quien suscribe, era un adolescente enfermizo que padecía una gastritis crónica, que día a día minaba mi salud y autoestima. En esa época mi familia pasaba por carencias económicas y mis padres solo alcanzaban proporcionarme remedios caseros, pues no había dinero para pagar estudios y tratamientos médicos.

Fueron días difíciles para mi, casi todo el tiempo estaba deprimido y melancólico. Sin embargo, después de leer aquel testimonio publicado en la revista, una mañana me levanté temprano, me puse un short y unos tenis y empecé a correr.

A las pocas semanas ya estaba participando en mi primer maratón y antes de concluir el año, había participado en un ultramaratón de 160 km. organizado en mi ciudad, y fui uno de los pocos corredores que lograron terminar.

Cuando me di cuenta, habían desaparecido todos los síntomas de las gastritis que me atormentaban; por lo que hoy en día a mis 52 años, ya no he vuelto a participar en maratones, pero no he dejado de correr y tampoco he dejado de sonreírle a la vida.

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