Michael J. Fox. Nada lo detiene

La enfermedad que padece sigue avanzando, pero su resolución se mantiene firme.

Técnicamente, Michael J. Fox no debería estar disfrutando tanto en estos días como lo está haciendo. Cuando le diagnosticaron el mal de Parkinson, a los 30 años de edad, los médicos le dijeron que, a lo sumo, podría trabajar 10 años más. Eso fue hace 22 años. “La implicación era que me iba a encontrar en un estado de invalidez”, dice el actor.

La enfermedad que padece sigue avanzando: durante una charla en su oficina, en la Ciudad de Nueva York, las manos le tiemblan y sacude los hombros sin poder evitarlo, pero su resolución se mantiene firme. “Hay una idea que me encontré hace unos años y que me encanta”, señala. “Mi felicidad crece en proporción directa a mi aceptación y en proporción inversa a mis expectativas. Si soy capaz de aceptar la verdad de que esto es lo que estoy enfrentando, y no lo que me gustaría, entonces tengo absoluta libertad para hacer otras cosas”.

Para Fox, aceptación significa tener una actitud positiva. En efecto, a él le sobra sentido del humor. “¿Quién necesita un cepillo de dientes eléctrico cuando tiene una mano vibradora?”, pregunta. En cuanto al golf (sí, aún lo juega), señala: “Mis rivales me dicen: ‘Quédate quieto junto a la pelota’, y yo replico: ‘Sí, váyanse al diablo’”.

En su nueva serie televisiva, The Michael J. Fox Show, interpreta a un presentador de programas neoyorquino, casado y padre de tres hijos, cuya familia y carrera son sacudidos por el mal de Parkinson. La serie es humorística, pero no se burla de quienes padecen esta enfermedad.

Fox, su esposa, la actriz Tracy Pollan, de 53 años, y sus cuatro hijos —Sam, de 24, las gemelas Aquinnah y Schuyler, de 19, y Esmé, de 12— enfrentan retos todos los días. “A veces los chicos necesitan ayuda de su papá y Michael les dice: ‘No me siento muy bien ahora’”, comenta Tracy. “Pero lo primero que hace cuando se siente bien es reunirse con ellos. Les enseña paciencia y empatía”.

Fox nació en Edmonton, Canadá, el 9 de junio de 1961, y fue el cuarto de cinco hijos. Soñaba con ser un jugador de hockey competitivo, pero su corta estatura se lo impidió. A los 16 años de edad empezó a trabajar como actor, en una comedia canadiense titulada Leo and Me. En 1982 obtuvo el papel de Alex P. Keaton en la serie estadounidense Lazos de familia, que duró siete temporadas. La popularidad televisiva lo llevó a triunfar también en el cine, con clásicos como la trilogía deVolver al futuro.

Más adelante tuvo un tropiezo con la bebida, las parrandas y el derroche de dinero. “A los 21 años ganaba cientos de miles de dólares a la semana”, recuerda. “Fue una locura”. En 1985 conoció a Tracy, y se casó con ella en 1988. Con el apoyo de su esposa, dejó de beber en 1992, lo que le permitió  ver el éxito con nuevos ojos.

“Uno no puede comportarse como si fuera el ganador de la lotería”, dice Fox. “Tienes que respetar el trabajo que haces, el que realizan los demás y cómo has llegado hasta allí”.

El actor ha respondido sumamente bien a la medicación y no tiene necesidad de recibir fisioterapia. “Estoy siempre consciente de que hay otras personas que no se sienten tan bien como yo y que no pueden expresarse de la manera en que yo puedo hacerlo”, señala. “Tener en cuenta eso me ha ayudado muchísimo a lidiar con la enfermedad”.

Los investigadores no saben qué hace que las neuronas productoras de dopamina se degeneren y provoquen los síntomas del mal de Parkinson: temblor corporal, lentitud y rigidez. La herencia genética y factores ambientales como el contacto con plaguicidas y metales son las posibles causas, aunque no hay certeza de ello. Desde el año 2000, la Fundación Michael J. Fox para la Investigación del Parkinson ha aportado 375 millones de dólares para financiar 60 estudios clínicos y apoyar a cientos de científicos en más de 20 países.

Fox está contemplando emprender nuevas aventuras; visitar las pirámides de Egipto es una de ellas. Pero, sobre todo, está tratando de no tomarse a sí mismo demasiado en serio. “Si estoy en un evento y empiezo a aplaudir, mi mente me ordena: ‘Detente’, pero sigo aplaudiendo”, comenta. “Tracy dice que siempre soy el último en aplaudir. No es que no quiera, es que si lo hago, ¡me desintegro! Anda, tienes que reírte de eso”.           

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