Dramas

Mil aguijonazos: “Tengo otra cuerda. Yo iré por él”

Esta es la última parte de este emocionante artículo, aquí puedes leer la primera y segunda parte.

¿Cómo rescatar a Cappelle?

El descenso le tomó cerca de 5 minutos, aunque le pareció eterno. Al llegar al suelo, tenía náuseas y casi deliraba. Trastabilló hacia la carretera justo cuando uno de los guardabosques se detenía en su vehículo.

“Ian”, jadeó, señalando hacia el acantilado. Ambos le gritaron a Cappelle. Podían verlo en la saliente. Estaba en posición fetal y una enorme nube de abejas lo rodeaba. “¡Ian!”, gritó de nuevo. Pero aquel no se movió.

April hizo cuentas. Ya habían llamado al equipo de Búsqueda y rescate, pero tardarían cerca de una hora en conseguir un grupo de El Paso. ¿Podría alguien llegar con seguridad hasta su amigo y sacarlo? Esto podría tomar varias horas a quienes no conocieran la zona. Quizá Cappelle no tendría tanto tiempo.

Doug sabía lo que debía hacer. “Llévame a mi auto”, le pidió al guardabosques. “Ahí tengo otra cuerda. Yo iré por él”.

April trepó lo más rápido que pudo. Tomó otra ruta por detrás de la montaña para bajar en rapel hasta Ian. Llevaba el radio del guardabosques y una malla con la que cubrió su gorra.

A la mitad del camino se topó con dos escaladores conocidos y los reclutó para el rescate. Cuando llegaron a la cima, habían pasado alrededor de 45 minutos desde el ataque y Doug no tenía idea de si su compañero seguía vivo.

A pesar de las náuseas, no le pasó por la cabeza pedirle a alguno de sus colegas que lo sustituyera en el descenso. Era su amigo, sería él quien iría a buscarlo. Colocó un ancla en el borde del acantilado y se enganchó. Uno de sus acompañantes comenzó a bajarlo.

Luego de 15 metros vio a su compañero, aún inmóvil, cubierto por una manta de abejas. “¡Ian!”, gritó. Esta vez Cappelle volteó hacia arriba.

“Tenía la misma mirada que vi muchas veces en combate, la de alguien reventado por una bomba o un tiro”, recuerda. No es miedo, es más una mirada de incredulidad pura. ¿Cómo demonios me pasó esto?

Los médicos calcularon que a Ian le habían picado más de mil veces, una dosis suficiente para ser letal. Tuvo suerte. Con un par de días para eliminar el veneno, estaría bien.

Doug bajó hasta la saliente

Las abejas lo rodearon de nuevo, pero ya no sentía nada. Conectó a Ian a su dispositivo de amarre. “Te voy a sacar de aquí”, le dijo. El rescatado logró seguir las sencillas instrucciones de April, mientras lo conducía con cuidado 40 metros hasta el suelo. Abajo acababa de llegar la primera ambulancia.

Doug observó a los guardabosques y los paramédicos que recogían a Cappelle. Luego descendió velozmente. Cuando llegó a la superficie, su amigo ya estaba en un helicóptero con destino al hospital de El Paso. Apenas entonces apareció el equipo de Búsqueda y rescate.

April rechazó el consejo de los paramédicos de ir al hospital. Aunque se sentía mareado, no creía que fuera a morir.

En el estacionamiento encontró a dos escaladores entrenados en primeros auxilios en la naturaleza. Doug se quedó en ropa interior. Le dijeron que la mejor forma de quitar los aguijones no era con pinzas, que exprimen el veneno de los sacos de ponzoña. Los hombres usaron tarjetas de crédito para rasparlo, desprendiendo cientos de aguijones.

En el hospital, los médicos calcularon que a Ian le habían picado más de mil veces, una dosis suficiente para ser letal. Tuvo suerte. Con un par de días para eliminar el veneno, estaría bien.

Meses después, cuando Doug volvió de Afganistán, los amigos planearon otra escalada en Hueco Tanks.

Esa vez tomaron una ruta distinta y cualquier temor que pudieran sentir al estar ahí se disipó en el aire fresco de otro día perfecto. Llegaron a un hueco en lo alto del desierto y se sentaron.

En los meses posteriores al ataque, Cappelle tuvo tiempo para pensar en lo que podría haber pasado si April no hubiera vuelto por él. Su único recuerdo tras el desmayo es una gruesa capa de abejas muertas y luego, entrando en la imagen, los zapatos rojos de su amigo.

Intentó decirle a Doug lo mucho que agradecía lo que había hecho, pero él lo calló. Ni siquiera fue una elección. “No había forma de que no tratara de ayudarme”, dice Ian.

Ambos contemplaron el paisaje. Las Montañas Franklin se alzaban al oeste. Hacia el norte, a 140 kilómetros, podían ver la silueta de las montañas de Sacramento, recortada contra un cielo que parecía infinito. El sol estaba en su punto, la brisa era suave. Se pusieron de pie y, con la cuerda fuerte y segura entre ellos, volvieron a escalar la roca.

 

La próxima semana tendremos una nueva historia. Podrás encontrarla publicada alrededor de las 8:00 PM.

Juan Carlos Ramirez

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