Milagros y héroes: Historias asombrosas de valor y esperanza
Steve estaba tendido en el suelo, rodeado de sus colegas. Mientras Kim estuvo ausente, su esposo había sufrido un paro cardiaco y se había desplomado...
El 5 de julio de 2017, Steve y Kim Sawatzky, junto con sus dos hijos, decidieron acortar su viaje para acampar con el propósito de poder asistir al pícnic anual que se celebra en el trabajo de Steve. Este hombre de 44 años ha trabajado en el Departamento de Bomberos de Winnipeg, Canadá, durante 13 años.
La convivencia del verano pasado se llevó a cabo en el parque de atracciones Tinkertown, a las afueras de la ciudad. Junto con otros 500 bomberos y sus familias, los Sawatzky disfrutaron de una mañana soleada reencontrándose con sus amigos y comiendo helados.
Aproximadamente una hora después de haber llegado a Tinkertown, Kim fue al baño. Cuando volvió a la mesa donde estaba sentada su familia, encontró a su hija Isabella, de siete años, llorando. Steve estaba tendido en el suelo, rodeado de sus colegas. Mientras Kim estuvo ausente, su esposo había sufrido un paro cardiaco y se había desplomado.
El desfibrilador del lugar estaba descompuesto, así que, durante los siguientes 20 minutos, a Steve lo mantuvieron con vida 20 bomberos que se turnaron para realizar maniobras de reanimación cardiopulmonar mientras aguardaban a una ambulancia.
“Yo solo esperaba que él se incorporara y estuviera bien”, recuerda Kim. “A medida que pasaban los minutos, el miedo de que no sobreviviera era cada vez mayor”.
Los paramédicos de la ambulancia que llegaron al lugar no pudieron reanimar el corazón de Steve y lo llevaron a la sala de urgencias. En total, estuvo sin pulso casi una hora, pero nadie se rindió. Poco después de que el bombero llegó al Hospital St. Boniface, a 13 kilómetros de distancia, los médicos finalmente pudieron reanimarlo. Después fue admitido en la unidad de cuidados intensivos y conectado a un respirador. Nueve días más tarde le pusieron un marcapasos.
Tras siete semanas en el hospital, Steve pudo volver a casa con su familia. Aún está recuperándose y no ha regresado a su empleo, pero Kim dice que cada día se fortalece más. “Si hubiéramos estado en el campamento cuando esto sucedió, probablemente el resultado habría sido muy distinto. No puedo dejar de pensar en eso”, señala ella. “Fue la más afortunada de las situaciones desafortunadas”.
Cuando Tamara Rowsell nació, en 1999, los médicos del hospital James Paton Memorial, en Gander, Canadá, les dijeron a sus padres que la llevaran a casa y la amaran tanto como pudieran durante el corto tiempo que tenían. Le habían diagnosticado el síndrome de Donohue, un padecimiento sumamente raro en el que los tejidos y órganos del cuerpo no responden de manera adecuada a la insulina.
No esperaban que la niña viviera más de dos años. Sin embargo, en mayo de 2017, Tamara, hoy de 19 años, se graduó del bachillerato en la escuela Smallwood Academy, donde, además, fue coronada como reina de la graduación. “Fue el mejor día de mi vida”, asegura ella con alegría. “No paramos de bailar en toda la noche”.
Tamara pudo vencer su funesto diagnóstico inicial gracias a un fármaco llamado factor de crecimiento de insulina, medicamento que ha estado tomando desde el año 2000. Sin él, todo su organismo dejaría de funcionar al cabo de un año. Tamara es la persona viva con síndrome de Donohue de mayor edad.
También es, sin duda, la única persona con este padecimiento que ha sido coronada en un baile de graduación. “Yo anhelaba y oraba por que ella disfrutara de una fiesta perfecta”, cuenta su madre, Colleen. “Y desde que despertó aquella mañana hasta que se fue a dormir, Tamara no perdió la sonrisa ni por un segundo”.
Cuando los bomberos del condado de Grande Prairie, Canadá, se enteraron de que 10 caballos de rodeo habían caído en un estanque rural congelado de Alberta tras romperse el hielo —en abril de 2017—, supieron que estaban a punto de emprender una ardua operación. El escenario era crítico: tres de los animales ya habían sucumbido entre los 6 metros de agua helada; el resto se estaba agotando.
Afortunadamente, en años recientes el cuerpo del condado había recibido entrenamiento justo para afrontar este tipo de rescates y sabía qué hacer. Con ayuda de motosierras y eslingas mecánicas, un equipo de más de 35 rescatistas de los departamentos regionales de bomberos y la Real Policía Montada de Canadá empezaron a abrir caminos entre la nieve para liberar a los equinos.
Después de un calvario de dos horas, los siete animales estaban a salvo. Los rescatistas, muchos de ellos de departamentos de voluntarios, estaban eufóricos. Desde entonces, el equipo de Grande Prairie ha ayudado a departamentos de bomberos rurales de todo Canadá a capacitarse para salvar animales grandes que se encuentren en peligro.
En mayo de 2017, durante un viaje de cuatro horas en auto desde Springhill, Canadá —donde hacía sus prácticas profesionales—, para visitar a una amiga suya en Cape Breton, Marcie Webb tuvo que circular por caminos resbaladizos.
Alrededor de las 7:30 de la noche, la joven de 25 años derrapó, salió de la carretera y quedó inconsciente tras golpearse con el volante. Veinte minutos más tarde, cuando volvió en sí, su auto se encontraba en el lago Bras d’Or, a 15 metros de la carretera; el agua le llegaba a los tobillos y entraba rápidamente por las puertas del vehículo.
Webb se apresuró a localizar su teléfono y sus gafas, que habían salido disparados durante el percance. Tras unos momentos de búsqueda frenética, se dio por vencida y abandonó el coche para entrar al agua, que tenía una temperatura cercana a los 4 grados Celsius.
Estaba lloviendo a cántaros, el Sol se había puesto y no se veían carros en la carretera. Webb tiene problemas de movilidad y necesita usar una andadera, la cual logró recuperar del asiento trasero. Mientras calculaba la distancia que había hasta la costa y veía la colina de 4 metros que conducía a la carretera, empezó a entrar en pánico. Entonces oyó la voz de un hombre en tierra firme: “Quédate donde estás. Voy a rescatarte”, le dijo.
Era el bombero voluntario Dan MacNeil, quien, al ir conduciendo por ese camino acompañado de su esposa, alcanzó a ver los tenues reflejos de los faros del auto de Marcie en la superficie. Detuvo su vehículo, salió y entró al lago. Al llegar a donde estaba Webb, la levantó y la llevó sobre sus hombros a un lugar seguro.
“Tuve la oportunidad de ver qué tan lejos estaba yo [de la carretera], y es un milagro que Dan haya podido ver los faros”, señala la joven. “Si no fuera por él, no sé qué me habría pasado”.
El verano pasado, un incendio arrasó el apartamento de Loreena Hrechka, ubicado en el centro de Flin Flon, Canadá. Cuando la mujer llegó a su casa y vio aquel infierno, se volvió horrorizada hacia uno de los que combatían las flamas. “¡Mis bebés están adentro!”, gritó. Sus dos tortugas, Leonardo, de cinco años, y April O’Neil, de ocho, estaban atrapadas en el edificio.
Sin embargo, para entonces, ya era demasiado tarde: debido a lo endeble de la estructura, a los bomberos les era imposible salvarlas. El fuego, que duró 11 horas, destruyó las cuatro viviendas. Al día siguiente, el inmueble que Loreena habitaba fue demolido; horas más tarde, recibió un mensaje de texto de una vecina suya. “Ven a mi casa”, decía.
Hrecka, que se alojaba en un hotel cercano, corrió a donde la había citado su vecina. Allí, dentro de un balde, se percató de un caparazón que le resultaba familiar: se trataba de Leonardo. De alguna manera, el resistente reptil había logrado salir de los escombros humeantes. Estaba cubierto de hollín, pero, por lo demás, ileso.
“Recuperarlo me llenó de esperanza”, asevera Hrechka. “Sé que podré reemplazar mis posesiones materiales y que todo estará bien”.
La mañana del 11 de diciembre de 2016, el conductor de tren Brad Slater encontró un inesperado polizón aferrado a la parte inferior del motor de la locomotora: un gato congelado y desnutrido. El ferrocarril de carga terminaba una larga travesía de 12 horas desde Melville, Saskatchewan, hasta Wainwright, Alberta, con temperaturas cercanas a los –60 grados Celsius. Según Slater, no había manera de que la criatura (que había perdido un diente y la punta de una oreja), de “aspecto lamentable”, pudiera haber sobrevivido a condiciones tan extremas.
Slater, comprometido amante de los gatos que ya había acogido a tres mininos, se encariñó de inmediato con el animalito. Le quitó el hielo del pelaje y lo alimentó con un poco de carne seca. Pronto, el gato se acurrucó junto a su salvador para emprender el viaje a Edmonton, donde Slater lo llevó a casa y curó sus heridas. Esa noche, el maquinista escribió un mensaje en una página de Internet de mascotas perdidas de Saskatoon, y un colega suyo redactó una extensa descripción del gato viajero en Facebook.
A la mañana siguiente, la publicación de Facebook había generado más de 400 respuestas. La historia fue retomada por algunos medios de comunicación, y pronto llegó a Brett y Lynn Hahn, de Melville —a 850 kilómetros de distancia—, quienes reconocieron a su gato, Tiger.
La mascota llevaba más de dos semanas desaparecida, y ellos sospechaban que la criatura, a la que le encantaban los autos, se había ido en la parte trasera de la camioneta de carga de un visitante. Creen que Tiger saltó fuera del vehículo en las vías del tren y se acurrucó cerca del motor de uno de ellos en busca de calor. Cuando el motor se congeló, Tiger quedó atrapado.
A Slater se le estrujó el corazón al despedirse del minino, pero sabía que era lo correcto. Los Hahn lo habían adoptado en 2012, mientras Brett recibía quimioterapia, tras encontrarlo merodeando en el área de maniobras de trenes de Melville. Casi habían perdido la esperanza de encontrarlo. “Estaba consciente de que tenía que devolverlo”, dice Slater, pero si alguna vez encuentra otro gato, no dudará en hospedar a un cuarto felino. Mientras, le basta con recibir noticias de los Hahn, que ahora llaman Tío Brad al generoso salvador de Tiger.