Dentro de la caverna más profunda de
Alemania, hay un hombre malherido.
¿Podrán los socorristas sacarlo de allí?
El reto parece una misión imposible: rescate a más de mil metros de la superficie
Roberto Antonini va caminando por un bosque cercano a su casa, en los montes de Trieste, Italia, cuando suena su teléfono celular. Es la tarde de un domingo de junio de 2014, y quien llama es Roberto Corti, director del servicio italiano de rescate en cuevas. Antonini dirige ese servicio en la provincia de Friuli-Venecia Julia, así que conoce bien a Corti, pero algo en el tono de éste lo hace pensar que el asunto es muy serio.
Y así es. Corti le dice que el servicio de rescate alemán dio aviso de un accidente ocurrido en una caverna en las montañas de Baviera, a más de 1,000 metros de profundidad. Tres hombres estaban explorando, y a uno de ellos le cayó una roca en la cabeza. Uno de los espeleólogos salió a la superficie para dar la alarma, y dijo que el problema era grave. Las autoridades de Múnich notificaron que probablemente necesitarían ayuda.
Mil metros. Eso sí que es profundo, piensa Antonini. Al instante su mente retrocede un cuarto de siglo, al rescate más difícil en el que ha participado. Fue en la red de cuevas del monte Canin, en lo alto de los Alpes Julianos, entre Italia y Eslovenia, y también a gran profundidad: unos 1,100 metros. Un espeleólogo se lesionó y quedó atrapado tras un desprendimiento de rocas. Un equipo de más de 100 personas tardó siete días en sacarlo de allí. Uno de los socorristas murió; era un explorador de cuevas a quien Antonini conocía bien.
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Antonini ha explorado cavernas desde que era niño, y es miembro del servicio de rescate desde los 18 años. Cuando se hizo el salvamento del monte Canin tenía 27 años; ahora tiene 51. A lo largo de ese tiempo ha participado en incontables rescates, pero ninguno como el del monte Canin. El gran desafío de ese lugar eran sus declives casi verticales y profundos. Este nuevo accidente es escalofriantemente similar.
Tres hombres estaban explorando, y a uno de ellos le cayó una roca en la cabeza.
Corti ya ha dado aviso del accidente a otros servicios de rescate de la región alpina, pero sabe que el equipo de Antonini es el más hábil para trabajar en las profundidades de una montaña. Los alemanes aún no han solicitado ayuda, así que deben esperar. Le pide a Antonini que diga a sus hombres que preparen sus mochilas y estén listos para actuar.
Al otro día se recibe más información sobre la caverna. Se llama Riesending-Schachthöhle, fue descubierta en 1996 y es la más profunda de Alemania (allí la conocen como “el Everest subterráneo”). La boca es una fisura engañosamente pequeña situada en un monte aislado a 2,000 metros de altura, en los Alpes Bávaros, cerca de la frontera austriaca.
Su red de túneles y pozos se extiende más de 19 kilómetros, primero en escarpados declives casi verticales y luego en una larga sección horizontal. En algún punto de esta última se encuentra el hombre herido, Johann Westhauser.
Westhauser, físico y espeleólogo experimentado de 52 años, fue uno de los primeros en explorar la Riesending y sus ramales. Cuando sufrió la lesión, estaba realizando una exploración más exhaustiva de la caverna junto con dos colegas.
Antonini y Corti están conscientes del inmenso reto que planteará el rescate de Westhauser: una red de galerías peligrosa, con recovecos estrechos y desprendimiento de rocas, y cientos de metros por recorrer tan sólo para llegar al hombre herido. ¿Pero cuántos metros exactamente? Aún no lo saben.
Les notifican que hay un médico que se está comunicando desde la cueva, pero no saben si dentro o fuera de ella. Tampoco saben si es cierto o no que Westhauser está en condiciones de caminar. El flujo de información es caótico.
En la noche del lunes por fin llega la llamada. Aunque los italianos no han recibido autorización formal de su ministerio del Interior para participar en el rescate, unos 16 integrantes del equipo, entre ellos Corti y Antonini, suben a sus camionetas y se dirigen a Berchtesgaden, la ciudad más cercana a la caverna.
Al igual que los otros socorristas, Corti y Antonini han suspendido sus tareas habituales para poder unirse a la misión. Corti, de 52 años, trabaja en logística para una empresa fabricante de productos químicos, y Antonini tiene un negocio de venta de equipo de montañismo.
Cuando los italianos llegan a Berchtesgaden, les asignan un lugar para dormir en una barraca militar, y al día siguiente, luego de tan sólo tres horas de descanso, parten hacia la base de operaciones que se ha instalado en una estación de bomberos local. Están ansiosos por entrar en acción, pero les dicen que esperen, pues ya se ha puesto a un equipo suizo al frente de la operación de rescate.
En el transcurso de la mañana, al equipo italiano se une un refuerzo: Rino Bregani, un médico especialista de 50 años que trabaja en la sala de urgencias de un hospital en Milán y lleva 25 años como voluntario del servicio italiano de rescate en cuevas. Andaba de paseo en la playa con sus hijos cuando por vía telefónica recibió la petición de ir a ayudar. Llevó a sus hijos a casa, los dejó con su esposa y se dirigió a las montañas.
Cuando Bregani llega, también le cuesta trabajo entender qué está sucediendo exactamente. Los italianos no están seguros de que los alemanes los necesiten en realidad, y hay muy poca información sobre lo que ocurre en la cueva. Se emiten informes dos veces al día, pero parece que ha habido pocos progresos.
La caverna se llama Riesending-Schachthöhle, es la más profunda de Alemania (la conocen como “el Everest subterráneo”).
Los socorristas suizos aparentemente consiguieron llegar hasta el hombre herido, y un médico alemán intentó internarse en la caverna, pero no logró pasar de los 400 metros de profundidad. Y acaban de enviar otro equipo de socorristas suizos, junto con un médico austriaco.
Bregani piensa que no hay manera de salvar a Westhauser. ¿Cómo sacarlo de la caverna con una herida así? En la base se habla de que sufrió un traumatismo cerebral grave, presentó convulsiones y entró en coma; además, ya lleva tres días en la cueva.
Esa noche llega un mensaje: los suizos están varados a 700 metros de profundidad. Por fin es hora de que los italianos se movilicen.
A las 5 de la mañana del miércoles, un helicóptero despega de la base llevando a bordo a siete socorristas italianos, con destino a la boca de la caverna Riesending. Antonini está a cargo del equipo, y el doctor Bregani los acompaña.
Antonini se alegra de estar en camino, pero a la vez se siente nervioso. Sabe que la misión le exigirá echar mano de todas sus habilidades y experiencia para descender hasta donde se encuentra Westhauser. Es un desafío enorme: quizá les lleve unas 12 horas llegar hasta él.
Por su parte, Bregani está asustado. Los alemanes le dijeron que es una caverna temible, y le preguntaron si se creía capaz de recorrerla. Él les contestó que sí, que sin ningún problema, pero lo cierto es que está muy preocupado. No se siente seguro de poder bajar, y tampoco de ser útil, pero no tiene alternativa. El médico austriaco se detuvo a los 700 metros de profundidad, muy agotado. Bregani piensa que tal vez él sea uno de los pocos médicos que pueden lograrlo.
Los italianos descienden con destreza los primeros declives, y al cabo de tres horas se topan con los socorristas suizos, a 700 metros de profundidad. Antonini ve que tienen frío, están exhaustos y ya no pueden continuar, así que les pide que salgan de la cueva; luego le pregunta al médico austriaco, Martin Göksu, si puede seguir descendiendo con ellos.
Göksu necesita que lo convenzan. Antonini le dice que será útil contar con otro médico, y que ellos cargarán con todos sus utensilios. El austriaco acepta acompañarlos.
Una vez que llegan a la sección horizontal de la caverna, los italianos descubren que se parece a otros sistemas que ya han explorado, en particular a las cuevas del monte Canin. Pero no por eso deben subestimar la dificultad.
Tienen que recorrer a gatas pasadizos muy angostos y escalar rocas enormes, lo que les resta mucha energía; además, constantemente corren riesgo de resbalar y caer.
Aunque peligrosas, estas profundidades apenas exploradas también son innegablemente bellas: hay estalagmitas y estalactitas gigantes, cascadas subterráneas, galerías que semejan catedrales… Bregani está especialmente impresionado por algunos pasadizos con vetas de resplandeciente mármol blanco.
Entre tanto, en la base de operaciones, Corti está esperando noticias de su equipo. Hace un rato los socorristas le notificaron que se habían topado con el médico austriaco en tan sólo tres horas; eso parecía muy poco tiempo. Corti se pregunta si acaso hubo algún error en la transmisión del mensaje. Pero cuatro horas después, recibe otro mensaje: acaban de encontrar a Westhauser. Lo han logrado en apenas siete horas, cinco menos de lo que habían previsto.
Cuando Antonini y sus hombres llegan a donde está Westhauser, son recibidos por los tres socorristas suizos que se habían internado primero en la caverna. Westhauser está tendido, inconsciente, en una cámara de unos 20 metros de ancho. Arriba de ella hay un pozo grande por el que estaba escalando cuando sufrió el accidente. Hay restos de sangre en su rostro, pero no está claro cómo se lesionó exactamente.
No hay raspaduras en su casco ni huellas de que le haya caído una roca. ¿Lo habrá golpeado un trozo grande de lodo seco que alguno de sus colegas desprendió mientras escalaba por encima de él?
Los suizos cubrieron a Westhauser con bolsas de dormir y papel de aluminio para mantener su cuerpo tibio. Dentro de la cueva, la temperatura ronda los 3 °C, y la humedad es prácticamente de 100 por ciento. No atinan a decirle mucho a Bregani sobre los síntomas del herido, excepto que lleva un rato inconsciente y ha sufrido convulsiones varias veces.
¿Cómo sacarlo de la caverna con una herida así? Se habla de que sufrió un traumatismo cerebral grave, presentó convulsiones y entró en coma.
Bregani toca a Westhauser en el hombro para hacer que despierte. Le hace preguntas, que Göksu traduce al alemán. Westhauser responde, pero es evidente que no sabe dónde está ni qué le ha ocurrido. Bregani le pregunta cómo se siente.
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—Estoy bien. ¿Y usted? —contesta él, pero no pregunta quiénes son los italianos ni por qué están allí.
Con todo, Bregani se tranquiliza, ya que esperaba encontrar a Westhauser en peores condiciones. Que después de tres días de estar lesionado aún pueda hablar es buena señal. Bien, ya estamos aquí y haremos todo lo que esté en nuestras manos, piensa Bregani. Tenemos medicamentos y líquidos, y exploradores experimentados de Italia. Empecemos…
Westhauser está muy deshidratado, así que lo primero que Bregani hace es suministrarle suero a través de una sonda intravenosa. Después le realiza un examen físico, y comprueba que su condición es grave: presenta parálisis parcial en el brazo izquierdo, signos de fracturas faciales y ojeras muy oscuras.
Las pupilas no tienen el mismo tamaño, una posible señal de aumento de presión dentro del cráneo. Esto quizá signifique que tiene una fractura de cráneo o una hemorragia cerebral. Le da antibióticos y un anticonvulsivo al herido.
Bregani y Antonini saben que tienen que actuar con rapidez. Necesitan una camilla, pues Westhauser no está en condiciones de caminar, y pedir que envíen más socorristas para poder sacarlo de la cueva.
La única forma de comunicarse con la superficie es mediante un sistema de radiotransmisión que puede enviar breves mensajes de texto a través de una frecuencia muy baja, pero no funciona bien a esa profundidad. Cada vez que envían un mensaje, la respuesta tarda hasta 10 minutos en llegar, y casi siempre es una petición de que repitan el mensaje.
Al cabo de dos o tres horas, los socorristas suizos deciden salir de la caverna; ya llevan varios días dentro de ella. Le notifican a Antonini que él se quedará a cargo, y que una vez que lleguen a la superficie, enviarán refuerzos. Los italianos tendrán que sentarse y esperar.
Bregani se mantiene ocupado revisando los signos vitales de Westhauser a intervalos regulares. Los otros integrantes del equipo descansan, o intentan una y otra vez comunicarse con el mundo exterior para saber qué está pasando. Esperan con paciencia, pero a medida que transcurren las horas, su preocupación crece.
Finalmente, Antonini decide salir a la superficie. Piensa que tal vez las autoridades resolvieron no enviar más hombres allí abajo, y quiere intentar hablar con ellas; su experiencia en el monte Canin le enseñó que, para que un rescate tenga éxito, es necesario contar con tantos socorristas como se pueda. Tarda siete horas en llegar a la boca de la cueva, y en el camino se siente aliviado al ver que otros hombres están descendiendo.
Es la tarde del jueves cuando Antonini llega a la base de operaciones. Allí notifica que se requieren muchos más hombres, da un informe sobre el estado de salud de Westhauser, pide los insumos que necesitan los médicos que están en la caverna, y solicita también que bajen una camilla.
Luego muestra algunos videos de Westhauser para que todos vean cuál es su situación exacta. Antonini y Corti piden a Italia que envíen más socorristas. Como están las cosas, simplemente no cuentan con los suficientes para sacar a un hombre malherido de esas profundidades. Mientras cae la noche, un equipo suizo entra a la cueva llevando una camilla.
Son las 5:38 de la tarde del día siguiente cuando empieza el largo ascenso de Westhauser por la cueva en la camilla. A la cámara donde está han llegado ya suficientes socorristas italianos, suizos y austriacos para iniciar la evacuación, y el doctor Bregani está a cargo de las acciones.
Se siente más optimista en cuanto al intento de rescate porque la condición de Westhauser ha mejorado: las medicinas y el alimento parecen estar ayudándolo. Su cuerpo está sujeto firmemente a la camilla, en la cual pusieron una capa aislante de espuma de poliestireno: un soporte ortopédico le inmoviliza la cabeza y el cuello, y una careta de plástico le protege el rostro.
Al principio se ven obligados a trasladar los 100 kilos que pesa el herido con todo y camilla a través de dos pasadizos traicioneros, uno de 70 metros de largo y el otro de 30, llenos de lodo y piedras sueltas. Pero una vez que dejan atrás esta peligrosa sección, el avance se hace más rápido.
Entre 10 y 15 socorristas rodean la camilla mientras ascienden; adelante de ellos, otros 5 o 10 van despejando el camino. A veces es posible trasladar la camilla manualmente; en otras ocasiones tienen que hacerla pasar muy despacio a través de grietas angostas, o mantenerla suspendida con cuerdas y avanzar poco a poco.
Simplemente no cuentan con el suficiente personal para sacar a un hombre malherido de esas profundidades.
Se topan con unos pasadizos que los espeleólogos llaman “meandros”: grietas estrechas y profundas abiertas en la roca por la acción del agua durante milenios. Para pasar a través de ellas, los socorristas utilizan una serie de poleas, con sus cuerpos como contrapeso, a fin de suspender la camilla y moverla poco a poco a lo largo de la pared del meandro.
Es una tarea ardua y fatigosa. Exige afianzar las poleas a la roca, lo que implica hacer tres agujeros con taladro en ésta para poder fijar con pernos cada una de ellas. Instalar en el sitio correcto una sola polea lleva media hora.
No hay noción del día ni de la noche dentro de la caverna, así que los socorristas siguen trabajando sin hacer pausas, excepto por los momentos en que detienen la camilla para que Bregani revise los signos vitales de Westhauser y le dé medicina. No hay tiempo para dormir: si uno de ellos ya está demasiado cansado para continuar, otro lo releva. Han instalado cinco campamentos a lo largo de la red de túneles para poder turnarse y descansar un poco mientras ascienden hacia el exterior.
Pronto llega el momento de relevar también a Bregani. Le cede el puesto a un médico alemán, y se dirige a la superficie junto con Göksu. Cuando sale de la caverna, calcula que pasó un total de 87 horas bajo tierra. Corti ha tomado el mando en la base de operaciones junto con su contraparte alemán. La participación de Bregani en el rescate ha concluido.
A partir de este instante es una operación verdaderamente multinacional. Cada hora llegan más socorristas, y los exploradores italianos, alemanes, suizos y austriacos están trabajando juntos. Pronto se les unirá un equipo croata que desempeñará un papel determinante en la misión.
Dinko Novosel, cofundador de la división de cuevas del servicio de rescate en montañas de Croacia, se encontraba en un almuerzo familiar cuando se enteró del accidente, y desde entonces ha estado siguiendo el progreso de la operación de rescate desde su hogar, en Karlovac.
Él cuenta con un equipo de 20 socorristas que están listos para partir, pero para que les permitan trabajar en Alemania deben sortear primero un montón de trámites burocráticos.
Con el paso de los días, Novosel se ha ido convenciendo de que su equipo no será necesario. Los italianos están haciendo un buen trabajo. En su opinión, son socorristas de primer nivel especializados en cuevas. Son hombres muy capaces.
Es cierto que el rescate ha marchado bien, y que el equipo multinacional está llevando a Westhauser cada vez más cerca de la salida. La noche del domingo, dos días después de que empezaron a subir la camilla desde el fondo de la caverna, llegan a la base de la sección de declives casi verticales; arriba de ellos hay una red de pozos equivalente en altura a tres Torres Eiffel puestas en columna. En la superficie han instalado un sistema de comunicación por cables, y colocado un contenedor de carga en la boca de la cueva para ofrecer protección a los socorristas.
Aunque el tiempo ha estado lluvioso, seis helicópteros han realizado decenas de vuelos todos los días para trasladar socorristas y materiales desde la base de operaciones. Es la única manera de llegar a la caverna, si bien se ha mantenido una brigada de docenas de soldados y mulas listos para entrar en acción en los momentos en que el tiempo se ha puesto particularmente difícil.
Novosel, de 41 años, está tan convencido de que no lo necesitarán, que acaba de salir a pasear con su esposa y su pequeño hijo. Cuando apenas lleva 10 minutos conduciendo, recibe una llamada en la que le piden que se traslade a Baviera. Da media vuelta en el auto, deja a su familia en casa, recoge su equipo y se marcha.
Este hombre, patólogo veterinario en su vida cotidiana, llega a Berchtesgaden en la noche del domingo, y en la tarde del lunes se une a un equipo de 36 socorristas croatas. No esperan que les den orden de participar en el rescate, pero están preparados para desempeñar cualquier tarea.
La camilla ha llegado a una sección particularmente difícil, a 400 metros de la superficie, y la operación se ha detenido. Los socorristas que han trasladado a Westhauser hasta allí están exhaustos; algunos de ellos ya llevan más de 50 horas dentro de la cueva.
Al igual que los italianos, son expertos en rescates en cuevas profundas y tienen comprobada habilidad para trabajar en declives casi verticales. Les informan que están allí sólo como refuerzos. A 10 miembros del equipo los trasladan a una cabaña en el monte, cerca de la boca de la caverna, y los demás se quedan en la barraca militar en espera de instrucciones.
En la noche del martes, los croatas por fin son llamados. La camilla ha llegado a una sección particularmente difícil, a 400 metros de la superficie, y la operación se ha detenido. Los socorristas que han trasladado a Westhauser hasta allí están exhaustos; algunos de ellos ya llevan más de 50 horas dentro de la cueva.
Los 10 croatas que esperaban en la cabaña se dirigen a la boca de la caverna, mientras que a otros 10 los trasladan en helicóptero desde la barraca. Novosel permanece en la base de operaciones, comunicándose con su equipo y coordinando acciones con los demás grupos.
El problema que los croatas tienen ante sí son dos “meandros” extremadamente angostos, uno de 400 metros de largo y el otro de 200 metros, en una sección horizontal de la caverna que en cierto punto presenta una ligera inclinación ascendente. Usan ropa adecuada para exploración de cuevas —trajes impermeables, botas de hule y cascos provistos de potentes lámparas LED—, y llevan el tipo de equipo que normalmente utilizan los alpinistas: cuerdas, arneses y mosquetones. Descienden poco a poco y comienzan a trabajar.
Colocados en puntos estratégicos a lo largo de los pasadizos más estrechos, echan mano del sistema de poleas y contrapesos para subir poco a poco la camilla y a Westhauser. Es una maniobra penosamente lenta, pero consiguen avanzar. Sin embargo, de pronto se topan con otra dificultad seria: en cierto punto, el espacio se hace demasiado angosto para poder pasar la camilla.
Hay dos opciones: una es esperar un día o dos mientras dinamitan la grieta para ensancharla; la otra es colocar a Westhauser en posición vertical.
Esto último es arriesgado. El herido puede presentar cambios de presión arterial y sufrir complicaciones. Pero como ha mejorado un poco, y está consciente y habla, los médicos deciden intentarlo. Da resultado, así que el ascenso puede continuar.
Treinta horas después, los socorristas croatas logran sortear la parte más complicada del ascenso, y otro equipo los releva. En los 300 metros finales trabajará un grupo de socorristas alemanes y austriacos. A las 11:44 de la mañana del jueves, Westhauser emerge en la camilla por la boca de la caverna, más de 11 días después de haber sufrido el accidente.
Hay docenas de exploradores de cuevas reunidos en el lugar. Forman una guardia de honor y aplauden mientras un equipo de 10 hombres mueven con cuidado la camilla, dos de cada uno de los cinco países que han colaborado para sacar a salvo a Westhauser. Lo llevan hasta un helicóptero que espera cerca de allí para trasladarlo al hospital.
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Más de 200 socorristas especializados en cuevas han participado en la operación de rescate, y más de 700 personas han prestado ayuda en la superficie. Westhauser pasa seis días en terapia intensiva, y luego lo transfieren a la sala general.
Cuatro meses después, en la asamblea anual de la Asociación Europea de Rescates de Cuevas celebrada en Trieste, los delegados dieron la bienvenida a un invitado especial: Johann Westhauser.
Había viajado allí para expresar su agradecimiento a los socorristas, y llegó con un auto repleto de latas de cerveza. Conti, Antonini y Novosel estaban presentes. Con una sonrisa de felicidad, Westhauser estrechó la mano de cada una de las personas reunidas en el salón.