Hace tres milenios, los grandes navegantes del mundo viajaron por el Pacífico descubriendo las islas de Oceanía. Entonces, nadie sabe por qué, sus viajes se detuvieron durante todo un milenio. Es cuando Moana Waialiki, la única hija de un importante capitán, decide explorar el mundo y navegar en una misión para salvar a su pueblo. En su viaje conocerá a un poderoso semidiós, Maui, quien le guía en su búsqueda.
¿Una nueva princesa? Mucho más que eso. Moana es una nueva heroína que emerge del océano en un apasionante viaje, radiante animación, gran aventura y formidable humor.
Es una adolescente de una pequeña isla polinesia. Una chica de 16 años rebelde, inteligente, arriesgada, independiente, y a la vez comprometida hasta las últimas consecuencias con el bienestar de su gente y de su entorno.
Quizá lo más atractivo de la historia es que Moana no tiene un interés romántico, ni tampoco aparece en la película un villano claramente establecido. Para ser un filme animado de Disney, la ausencia de estos dos elementos podría parecer una apuesta arriesgada e inédita, que termina siendo una grata y refrescante sorpresa.
Ante una situación que amenaza la supervivencia de los habitantes de la isla, Moana acude al literal y expresivo llamado del mar, para emprender un viaje inaudito. Lo hará con la renuente compañía de un semidiós llamado Maui.
El trabajo de animación es atractivo y sofisticado, provocando un placentero empalago visual en cada detalle. La perfección de la vanguardia digital en 3D se combina con otras técnicas, incluida la tradicional. Esta fue usada para los tatuajes vivos que cubren el cuerpo de Maui, donde habita su carismático alter ego en 2D que hace las veces de consciencia. Así es, hasta el ególatra semidiós tiene a su Pepe Grillo.
Un atractivo sugestivo más es que la naturaleza se presenta a través de personajes en la narrativa. El océano se puede abrir como en Los diez mandamientos o comunicarse tomando formas que desafían la gravedad, gráficamente expresado al estilo de El secreto del abismo. Hay también una montaña o volcán, que a los mexicanos nos podría recordar el Iztaccíhuatl, nuestra mujer dormida.
En lo que se refiere a acción, Moana no se queda corta. La persecución de los cocos piratas, por ejemplo, no sólo es ocurrente y emocionante, sino que hasta nos remite –con moderación– a la más reciente entrega de Mad Max.
Moana ofrece algo para cada espectador, sin importar edad o afinidades. Aventura, humor, música y, por supuesto, los mensajes o corolarios sobre la identidad, la madurez, la transición generacional o el medio ambiente. ¿Es una película complaciente? Lo es. En todo el sentido de la palabra. Los riesgos que toma siguen estando enmarcados en los límites de su casa productora.
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