Ley del talión: ¿Mocharle la mano a los ladrones es la solución?
Mocharle las manos al que robe, una propuesta al aire que es aún realidad en algunos rincones del mundo.
Desde el domingo pasado, muchos de nosotros no podemos sacarnos de la cabeza un concepto estremecedor: la mutilación como forma de justicia en México. Cortarle las manos a los que roben, aplicar la ley del talión en su forma más pura.
“Ojo por ojo y diente por diente”, frase que estamos acostumbrados a escuchar en las películas de vaqueros, es, en realidad, un principio jurídico de justicia retributiva; es decir, que impone un castigo equivalente o idéntico al daño causado por el crimen cometido. Es, quizá, la forma más común en la que se enuncia la ley del talión.
El término “talión” viene de la palabra latina talis, que quiere decir “semejante” o “idéntico”. El Diccionario de la Lengua Española registra la palabra “retaliación” como equivalente a represalia y dice que su etimología es retaliare, “aplicar la ley del talión”.
Dicho principio jurídico intentó constituir una relación proporcional entre el daño infligido por un crimen y el daño producido por el castigo, convirtiéndose así en la primera regulación de la venganza en una época en la que la justicia por mano propia podía llegar a exceder con creces el daño ocasionado por el agravio recibido.
Los primeros registros normativos de esta ley se encuentran en el Código de Hammurabi, uno de los conjuntos de leyes más antiguos del que se tiene noticia.
Algunos ejemplos: Si un arquitecto construye una casa y esta se derrumba, matando al propietario, el arquitecto debe morir; pero si al derrumbarse, el que muere es el hijo del propietario, entonces será el hijo del arquitecto el que sufrirá la pena. Si a una persona le fracturaban un hueso, al agresor se le tenía que quebrar un hueso.
Otro tipo de faltas —como el robo— se resarcían con la retribución del daño: devolviendo plata, trigo o vino. Sin embargo, en los casos en los que no existía daño físico, la compensación debía incluir un castigo físico, lo que significaba que la pena para el ladrón, por ejemplo, era cortarle la mano.
Este castigo puede parecernos algo alejano, que se practicó en otros tiempos, pero, en nuestros días, un concepto imposible; que la justicia y la legalidad ya no pueden enfocarse a regular la venganza. No obstante, en algunos lugares del mundo, en este mismo momento, la ley del talión sigue vigente.
Por ejemplo, algunas comunidades que practican el Islam y se encuentran regidas por el código de conducta Sharia, que considera que la homosexualidad, el adulterio, el consumo de alcohol y, por supuesto, el robo merecen penas que van desde la flagelación, amputación y hasta la muerte.
Sin embargo, no hay que olvidar que, después de todos estos años, y pese a todos estos castigos, el robo no ha desaparecido, por lo que no podemos suponer que sea una manera viable de resolver un problema tan delicado.
La ley del talión es una de las normas sociales más antiguas del mundo civilizado y, a pesar de la impotencia que a veces sentimos por vivir en medio de la impunidad, es importante intentar conducir nuestra vida de la mejor manera posible, aportando nuestro granito de arena.
En el otro lado de la moneda, podríamos hacer de esta ley una especie de principio ético y moral: una especie de cadena de favores: si el vecino nos saluda, devolverle el saludo; si el auto de enfrente nos cedió el paso, cederle el paso a algún otro conductor; dar, en fin, recíprocamente a quien tenemos a nuestro alrededor y de este modo, aprender a dar lo mejor de nosotros a quien sea que tengamos en frente.