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¡No molesten a los duendes!

En Islandia, hasta el trazo de los caminos se desvía para no perturbar a los duendes.

Justo al sur de la capital de Islandia, Reikiavik, en la ciudad de Kopavogur, una calle de dos carriles de un tranquilo barrio residencial se curva y estrecha para esquivar un pequeño promontorio rocoso cubierto de liquen.

El desvío parece inexplicable, pero cualquiera de los residentes diría que el motivo es muy sencillo: en ese lugar habitan duendes.

Esto ha sido así desde los años 70, cuando los constructores de calles vieron obstaculizadas sus tareas por accidentes y fallas en sus equipos.

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Los residentes atribuían a los duendes esos problemas. Los contratistas persistieron, pero las averías continuaban. La situación se volvió noticia. Al final los constructores se rindieron y rodearon el promontorio.

Hay muchos otros lugares como éste en Islandia —casas con paredes irregulares, accesos muy estrechos para autos, calles que se dividen en dos abruptamente—, cuyo único fin es alojar a los duendes. La primera mención de estos seres data de hacia el año 1000 d.C., en poemas de la época vikinga, pero en los 950 años siguientes este país insular situado en el Atlántico Norte, justo debajo del círculo polar ártico, se mantuvo aislado del resto del mundo.

Los pobladores vivían en un paisaje de fantasía: glaciares, cascadas rugientes, fiordos profundos, campos de lava cubiertos de musgo, misteriosas lagunas heladas, géiseres burbujeantes, volcanes activos y acantilados imponentes.

Este escenario surrealista hacía creer en lo sobrenatural, y las historias de duendes se transmitieron de generación en generación.

Muy poco cambió en Islandia hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos británico y estadounidense instalaron bases en la isla. La modernización llegó rápidamente, y hoy Islandia es un país de 325,000 habitantes y uno de los más avanzados del mundo en términos de educación y tecnología.

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No obstante, la creencia en los duendes persiste. Encuestas recientes indican que 3 de cada 100 islandeses afirman haber tenido encuentros con duendes; 8 de 100 creen en ellos, y el 54 por ciento no se atreve a negar su existencia.

Por eso de vez en cuando se modifican las obras de construcción —calles, caminos, fábricas, represas y hospitales— para proteger a los duendes, o al menos las atrasan a fin de darles tiempo para que se muden a otro sitio. Para ciertas obras grandes, se contrata a asesores “videntes” con el fin de asegurar que no se ocasione perjuicios a los duendes.

Cuando la economía de Islandia se colapsó en 2008, una vía de recuperación que los dirigentes apuntalaron fue el turismo. Si bien las bellezas naturales del país eran la atracción principal, las autoridades pensaron que la tradición de los duendes también podría atraer visitantes.

En el principal camino del aeropuerto a Reikiavik empezaron a aparecer carteles que ofrecían recorridos turísticos por las aldeas de los duendes; la gente pintó puertecillas de casas de duendes sobre las rocas, y en las calles se vendían camisetas que decían: “Tuve sexo con un duende en Islandia… hace cinco minutos”.

En la ciudad de Hafnarfjördur, situada al sur de la capital, se abrió el Jardín de los Duendes, un parque temático cubierto de rocas de lava.

Los duendes representan la naturaleza en nuestra cultura. Al proteger y respetar la naturaleza, los humanos respetan a los duendes

No todos los islandeses estaban conformes. Bryndís Björgvinsdóttir, experta en folclore de la Academia de Artes de Islandia, vio una amenaza a un emblema cultural de su país. “No quería que se trivializara la creencia en los duendes”, explica.

Varios años antes ella y la fotógrafa Svala Ragnars comenzaron a documentar residencias de duendes en toda Islandia. Hasta la fecha han encontrado unas 40 moradas, pero Bryndís cree que existen muchísimas más.

“No sé si los duendes existen”, dice, “pero sí existe la creencia. Los duendes representan la naturaleza en nuestra cultura. Al proteger y respetar la naturaleza, los humanos respetan a los duendes. Sus hogares —rocas, promontorios, riscos— no se deben perturbar”.

Abre su laptop para mostrarme fotos de los hallazgos que han hecho hasta ahora. Un hospital del pueblo de Selfossi canceló una obra de ampliación cuando, luego de intentar mover una roca, hubo problemas de comunicación en todo el hospital.

En 2015, un médico de la isla Hrísey intentó añadir un patio a su casa, pero los trabajadores no consiguieron hacer funcionar sus máquinas y el hombre decidió cancelar la obra.

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“Creer en duendes puede parecer una oposición a las excavadoras y la industrialización. Quienes ven duendes suelen manifestarse junto con los ecologistas”, señala Bryndís, quien me lleva en su auto a Hafnarfjördur, su ciudad natal, en la costa suroeste de Islandia.

“Cuando era niña sólo sabía de tres lugares donde se habían visto duendes, pero ahora ya hemos registrado 40”. Una vez allí, me muestra que acortaron uno de los muros de una iglesia para no tener que mover una roca. “El cristianismo y el paganismo juntos”, dice.

¿Por qué suele tratarse de rocas?, le pregunto, y ella responde: “Islandia se formó a partir de lava. Aquí no hay grandes árboles ni animales que ver, así que las rocas más grandes llaman la atención de la gente y se convierten en una especie de símbolo”.

Bryndís sigue conduciendo, y al llegar a un tramo nuevo del camino se detiene y frunce el ceño. “Este camino pasa justo a través de uno de los campos de lava más interesantes y hermosos de Islandia”, comenta.

Los duendes honran un equilibrio de poderes que siempre se ha inclinado claramente hacia la naturaleza

Fue aquí donde, en 2015, quienes creen en los duendes se manifestaron junto con ecologistas para detener un proyecto carretero que atravesaba un pintoresco campo de lava en la península de Álftanes.

Los defensores de los duendes afirmaban que la obra perturbaría una roca de 30 toneladas que era un templo de duendes; los ecologistas alegaban que el camino destruiría un campo de lava que era un importante símbolo cultural, y se plantaron frente a las excavadoras para dejar en claro su postura.

La empresa constructora, propiedad del Estado, finalmente decidió recurrir a una psíquica que afirmaba poder comunicarse con los duendes, y la roca fue trasladada —con la cooperación de los mismísimos duendes— a otro emplazamiento, donde el templo pudiera mantenerse libre de toda perturbación humana.

“Es difícil viajar por Islandia sin recordar los rápidos e inesperados cambios que se producen todo el tiempo en la naturaleza”, señala Terry Gunnell, profesor de folclore en la Universidad de Islandia, quien no ha dejado de estudiar a los duendes desde que emigró de Inglaterra para afincarse aquí, hace unos 35 años.

“Los hogares de los islandeses pueden ser echados abajo por fuerzas que no pueden ver, como un terremoto. El viento literalmente puede despegarnos del suelo. Los fregaderos huelen a azufre porque justo debajo de nuestros pies hay lava. Hace cinco años hizo erupción un volcán en Islandia, y el tráfico aéreo se interrumpió en toda Europa.

”Esta tierra está viva”, prosigue, “y tiene sentido que muchos islandeses conciban la naturaleza como un ser vivo. Si un islandés quiere mover una roca en su jardín para instalar un jacuzzi y alguien dice ‘En esa roca viven duendes’, ¿qué hace, la cambia de lugar? ¡De ninguna manera!”

De regreso en la Universidad de Reikiavik, Haukur Ingi Jónasson afirma que en Islandia los duendes representan la necesidad universal de creer que hay algo más allá de lo físico. Jónasson hoy es profesor de ingeniería, pero estudió a profundidad el mundo de los duendes mientras cursaba un posgrado en teología y psicoanálisis.

“Los duendes honran un equilibrio de poderes que siempre se ha inclinado claramente hacia la naturaleza y los caprichos de sus volcanes en erupción, sus glaciares movedizos y su suelo tembloroso. Siempre estamos a merced de algo que no somos nosotros mismos, sino “ella”, la naturaleza. Está allá afuera, y no podemos controlarla”.

¿Crees que de verdad existan los duendes? ¿Cómo podrías explicar lo que dicen?  

William Ecenbarger / Ingimage

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