Decidió no irse de los Juegos Olímpicos en camilla y a pesar del intenso dolor, siguió avanzando hacia la pista a trompicones.Muestra de pundonorComo muchos otros atletas, el corredor británico Derek Redmond tenía un...
Decidió no irse de los Juegos Olímpicos en camilla y a pesar del intenso dolor, siguió avanzando hacia la pista a trompicones.
Muestra de pundonor
Como muchos otros atletas, el corredor británico Derek Redmond tenía un historial de lesiones. Se retiró de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 por un desgarro del tendón de Aquiles, pero cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, compitió en los 400 metros planos.
En la primera ronda logró su mejor tiempo en cuatro años. En la semifinal comenzó lleno de confianza, pero cuando llevaba 250 metros ocurrió un desastre: se detuvo abrumado de dolor por un desgarro en un muslo. Ése debía haber sido el final de su sueño olímpico, pero, decidido a no irse de los Juegos en camilla y a pesar del intenso dolor, siguió avanzando alrededor de la pista a trompicones.
Entonces se produjo otra sorpresa. En las gradas estaba el padre de Derek. Preocupado al ver que la lesión de su hijo podría agravarse aún más, saltó a la pista, esquivó a los oficiales que intentaban detenerlo y ayudó a su hijo a cruzar la línea de meta. La multitud les aplaudió.
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la corredora Sarah Attar (en la foto de la derecha) llegó en último lugar y más de medio minuto después que su contrincante más cercana en su heat eliminatorio de los 800 metros para mujeres. Pero al cruzar la línea de meta recibió una ovación de pie por parte de cientos de espectadores.
¿La razón? Cubierta de la cabeza con un velo o hiyab, Sarah acababa de convertirse en la primera mujer en competir en una prueba olímpica de atletismo representando a su país, Arabia Saudí. Su determinación fue vista como una importarte victoria para los derechos de las mujeres en esa patriarcal nación del Oriente Medio. “Es un gran honor y una experiencia increíble, por el solo hecho de representar a las mujeres”, dijo. “Sé que esto propiciará enormes cambios”.
Una leyenda en la piscina
Eric Moussambani, nadador de Guinea Ecuatorial, llegó a los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 gracias a una invitación especial para deportistas de países en vías de desarrollo. Ocho meses antes apenas sabía nadar, pero aprendió la técnica de crol (sin ayuda de un entrenador) en la piscina de un hotel en su ciudad natal.
Eric llegó a Sydney sin haber visto nunca una piscina olímpica, y la distancia máxima para la que se había entrenado eran 50 metros. En el heat eliminatorio de los 100 metros estilo libre varonil se enfrentó a otros dos nadadores solamente, pero ambos fueron descalificados por salir en falso. Fue así como Eric tuvo que competir solo contra el reloj, ante la mirada de 17,000 espectadores.
Parecía haber empezado bien, nadando con confianza y rapidez en los primeros 10 o 15 segundos, pero pronto perdió el ritmo; su avance se volvió dificultoso, casi cómico de tan lento. Algunos se preguntaron si lograría terminar la prueba.
Jadeante, pero ovacionado por la multitud, finalmente llegó a la meta. Tardó un minuto y 53 segundos. Fue su mejor marca personal, pero también el recorrido más lento de 100 metros en una piscina en la historia de los Juegos Olímpicos. De hecho, el tiempo de Eric superó en unos siete segundos al que el nadador australiano Ian Thorpe tardó en recorrer 200 metros en la misma piscina el día anterior. Sin embargo, Eric se convirtió en leyenda por su tenacidad y esfuerzo heroico, que le valieron el cariñoso apodo de Eric la anguila. “De eso se tratan los Juegos Olímpicos precisamente”, señaló Thorpe.
Un mensaje al mundo
Es una imagen icónica: los velocistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos subidos en el podio en los Juegos Olímpicos de México 1968, con la cabeza inclinada y un puño enguantado en alto mientras suena el himno nacional de su país. Su desafiante señal de protesta contra la desigualdad racial —a seis meses del asesinato del líder de los derechos civiles Martin Luther King— les valió ser expulsados del equipo olímpico de Estados Unidos por violar la norma de no hacer política durante los Juegos.
Su acción llenó los titulares de los diarios en todo el orbe, lo que les costó denigración y hasta amenazas de muerte cuando volvieron a su país. Sin embargo, la historia los ha juzgado como héroes por haber enviado un mensaje oportuno al mundo entero. “Somos sólo unos seres humanos que vimos la necesidad de llamar la atención sobre la desigualad que existe en nuestro país”, dijo Tommie Smith más adelante. Y en 2012 John Carlos hizo esta reflexión: “Tenía yo la obligación de luchar. La moral era una fuerza mucho más potente que las normas y los reglamentos”.
Ayuda desinteresada
El velerista canadiense Lawrence Lemieux regresó a casa de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 con una medalla… pero no la que él buscaba. Cuando llegó la hora de su heat eliminatorio de la clase Finn de regata individual, en la ciudad portuaria de Busan el viento soplaba a una velocidad de hasta 35 nudos y estaba levantando unas olas gigantescas. Pese a ello, Lemieux se había puesto a la cabeza, pero de pronto vio un velero volcado que estaba compitiendo por Singapur en otra regata. Sus dos tripulantes estaban heridos; uno flotaba a la deriva entre el oleaje, y el otro se aferraba al casco de su bote.
“Tenía que tomar una decisión, y cuando comprendí la seriedad del problema, supe lo que debía hacer”, contó Lemieux después. Se apartó de su curso para sacar a los hombres del agua y subirlos a su velero. Tras dejarlos a bordo de una lancha de rescate, reanudó la regata y terminó en el puesto 22 entre 32 competidores.
Esta acción le valió la medalla Pierre de Coubertin, que el Comité Olímpico Internacional otorga por un acto de deportividad excepcional. “Hice lo que cualquier persona habría hecho. Sólo cumplí mi deber”, expresó Lemieux posteriormente. “No fue diferente de ver a alguien con un auto varado a la orilla de un camino, con evidente necesidad de ayuda”.
Cambio de identidad
Luego de lesionarse en la competencia de salto de longitud en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, la puertorriqueña Madeline de Jesús se vio ante un problema: aún debía competir en la carrera de relevos de 4 × 400 metros.
La solución que encontró fue pedirle a Margaret, su idéntica hermana gemela, que también era atleta y estaba en los Juegos como espectadora, que la sustituyera en el heat eliminatorio. El plan funcionó, pero al final de la carrera el entrenador de Puerto Rico, Freddie Vargas, descubrió el engaño y retiró al equipo de la competencia.
¿Qué otras hazañas deportivas que conoces pueden entrar en esta lista?