Los niños ven padres distraídos y tensos que tratan de hacer varias cosas a la vez, así que suponen que esa es la única manera de vivir.
En una postura muy forzada, paso la aspiradora por el baño con una mano y sostengo un alaciador de pelo con la otra.
No capto lo absurdo de la situación hasta que me miro en el espejo. ¿Debería acercar tanto a mi cara unas tenazas que están a 200º C cuando no tengo toda mi atención puesta en ellas? Como quiera que sea, sigo limpiando y acicalándome, convencida de que estoy aprovechando al máximo los primeros minutos del día.
Es el mundo de la multifuncionalidad, donde se valora a las personas por el número de tareas que pueden realizar al mismo tiempo. En la última década, cuando el término “multitareas” trascendió del ámbito informático y se generalizó en el mundo del quehacer humano, se volvió el sistema operativo favorito de muchos.
Ahora se evalúa a los aspirantes a un empleo según su capacidad para compaginar funciones, y en la vida privada intentamos robarle tiempo al día acometiendo tres o más actividades simultáneamente.
Por eso trato de hacer la cama y cepillarme los dientes a la vez (no es fácil), y conversar con un compañero de trabajo mientras reviso el correo electrónico, y planchar la ropa hablando con mis amigas por teléfono con altavoz y viendo las noticias.
Pero, ¿se puede comer y cantar a la vez? No. Antes bien, si hemos de creer a los expertos, la multifuncionalidad es una pésima idea.
Uno de los opositores más abiertos de la multifuncionalidad humana es el doctor Clifford Nass, profesor de comunicación en la Universidad Stanford.
“Diversos estudios que hemos llevado a cabo demuestran que quienes realizan varias tareas a la vez presentan a menudo deficiencias cognitivas”, explica. “Son menos hábiles para descartar la información irrelevante, poner atención y administrar su memoria”.
La psicóloga Sherry Turkle, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts y autora del libro Alone Together: Why We Expect More From Technology and Less From Each Other (“Solos juntos: por qué esperamos más de la tecnología y menos unos de otros”), respalda esta opinión.
“En ocasiones, hacer varias cosas al mismo tiempo conlleva pérdidas irrelevantes que forman parte del trabajo cotidiano en el mundo digital”, observa.
“Sin embargo, así no se puede realizar un trabajo serio. Con cada tarea que agregas a tu conjunto de funciones simultáneas, se reduce tu eficiencia. Tratándose, pues, de trabajos serios —escribir, pensar, resolver problemas importantes—, la multifuncionalidad nos perjudica. Tu desempeño empeora aunque pienses que resulta mejor”.
Lo anterior es parte esencial del problema: nos engañamos al creer que somos más eficientes si alternamos tareas a una velocidad vertiginosa. Mientras tanto, las investigaciones señalan una realidad simple: el cerebro no es capaz de eso.
“La gente cree que es más importante hacer mucho que hacer una cosa bien”
Desde luego, podemos hacer simultáneamente algunas cosas: hablar y caminar, o cenar y ver televisión. Esto se debe a que cada tarea exige un tipo distinto de actividad cerebral.
Por eso se puede leer escuchando música instrumental, pero la capacidad para concentrarse en la palabra escrita disminuye mucho si lo que se escucha es música cantada, porque ambas acciones dependen de la parte del cerebro que interpreta el lenguaje.
Lo que muchos consideran multifuncionalidad, como interrumpir la redacción de un informe para leer un e-mail, no implica la ejecución de dos tareas a la vez, sino la alternancia de ellas en rápida sucesión.
Al cambiar de tema, se obliga al cerebro a detenerse y reorganizarse. Cada intervalo equivale a presionar el botón de pausa del reproductor de video: hace que lleve más tiempo ver la película y afecta la cohesión.
Como dice el neurocientífico René Marois, director del Laboratorio de Procesamiento de Información Humana de la Universidad Vanderbilt, en Nashville, Tennessee: “A pesar de tener un cerebro increíblemente complejo y refinado, donde 100,000 millones de neuronas procesan la información a un ritmo de hasta 1,000 veces por segundo, el ser humano adolece de una grave incapacidad para hacer dos tareas [incompatibles] al mismo tiempo”.
Para el doctor Nass, la multifuncionalidad plantea problemas que van más allá del cerebro; en su opinión, acabará por producir la atrofia emocional de la humanidad.
“Las emociones humanas se expresan, entre otras cosas, mediante el semblante y la voz”, dice. “Si la gente no pone atención a ellos [porque está enfrascada en tareas simultáneas], no percibirá los matices emocionales de los mensajes. Los jóvenes que suelen hacer varias cosas a la vez no son tan sanos social y emocionalmente como los que no. Es preocupante”.
Entonces, ¿por qué llevamos tantos años convencidos de que la multifuncionalidad es la solución a nuestra falta de tiempo?
Como miembros oficiales del mundo digital, muchos somos adictos a la emoción de vivir conectados. Según un estudio publicado en 2012 por la doctora Zheng Wang, profesora de comunicación en la Universidad Estatal de Ohio, a las personas les gusta la sensación que experimentan al emprender múltiples tareas a la vez.
Sin embargo, Wang coincide con Sherry Turkle. “No por ello son más productivas; solo sienten una mayor satisfacción emocional”, afirma.
Wang evaluó a estudiantes universitarios que utilizaban múltiples medios de información (correo electrónico, mensajes de texto, videos de YouTube, datos y cifras consultados en Google), y observó que aunque obtenían un estímulo emocional, no mostraban un mejor desempeño.
Aun así, la sensación es tan placentera que volvemos a desearla. “Los estudiantes sienten que necesitan tener la televisión encendida o revisar constantemente los mensajes de texto o la computadora mientras hacen la tarea”, dice Wang. “Esto no los ayuda, pero les da una recompensa emocional que refuerza la conducta”.
Con cada tarea que agregas a tu conjunto de funciones simultáneas, se reduce tu eficiencia.
Se parece mucho a lo que siento yo al comprar un billete de lotería: la ilusión de que podría ganar cancela las enormes probabilidades de que no sea así.
Otro problema es que nuestra afición a la tecnología, más el afán de ser multifuncionales, nos han convertido en adictos a la adrenalina, comenta el periodista Todd Oppenheimer, autor del libro The Flickering Mind (“La mente fluctuante”).
Según él, tenemos un grado de inquietud que es incompatible con la realización de actividades que exigen reflexión y paciencia.
“La gente cree que es más importante hacer mucho que hacer una cosa bien”, advierte. “No premiamos a las personas por dedicar mucho tiempo a algo. Nos hemos vuelto una sociedad muy cortoplacista”.
Oppenheimer teme que acabemos perdiendo a la nueva generación de grandes pensadores. “Es lamentable porque los retos de largo plazo de nuestro mundo (problemas ambientales, financieros, etc.) exigen que la gente piense sabiamente en las consecuencias de sus actos a la larga.
No es coincidencia que quienes sí piensan a largo plazo no hacen varias cosas a la vez: budistas, filósofos y otros”.
¿Haces varias cosas a la vez, o lo intentas? ¿Tus hijos están al pendiente de diferentes temas en un mismo momento?
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