¡Vaya pregunta!
Hace algunos años fuimos al aeropuerto a recibir a una persona conocida de mi mamá, y al transitar por las calles vimos varios letreros que decían “Hotel” y “Motel”. Llena de curiosidad, le pregunté a mi mamá:
—¿Cuál es la diferencia entre un motel y un hotel?
Mi hermano, entonces de cinco años, se apresuró a responder: —¡Pues la “eme”!
Linda Wiley, Ciudad de México
Un día, al llegar a casa de la escuela, mi hijo Nicholas, de seis años, empezó a hablar sobre el matrimonio.
—¿Piensas casarte algún día? —le pregunté.
—Sí, mamá —respondió—, y tal vez mi esposa tenga hijos.
—¿Quieres tener niños que se parezcan a ti y sean como tú?
Nicholas se quedó pensando unos momentos, y entonces dijo:
—Creo que mejor voy a comprar un perro.
Melissa Batt, Canadá
Como regalo de cumpleaños, decidimos llevar a nuestra pequeña nieta a un centro de vida silvestre. Cada vez que pasábamos por una jaula o un recinto abierto, la niña señalaba al animal y decía:
—¡Pajarito!
La escena se repitió varias veces, hasta que llegamos al recinto de los avestruces. Al encontrarse cara a cara con una de las aves, la pequeña se mostró sorprendida, pero no dijo nada. Sin embargo, al cabo de unos segundos, muy segura de sí misma exclamó:
—¡Caballito!
Brian Thake, Canadá
Cierta vez mi hijo de cuatro años atendió el teléfono, pues yo estaba en el baño. Quien llamaba era el párroco de la iglesia a la que asistimos, para confirmar la fecha de un bautizo.
—Mi mamá no puede contestar porque está en el baño haciendo del número dos —oí decir al pequeño con toda franqueza.
Hasta la fecha ¡no puedo mirar al párroco a los ojos cuando voy a la iglesia!
Hannah Bryan, Reino Unido
Hace unos años me tocó participar como voluntario en un evento en la escuela de mi hija. De pronto un niño se acercó a mí corriendo, con lágrimas en los ojos. Resultó que se había raspado la rodilla, así que le lavé la herida con cuidado y le puse una bandita adhesiva, pero él seguía llorando desconsoladamente.
—Vas a estar bien —le dije para tranquilizarlo—. Tu papá es médico. Estoy seguro de que cuando llegues a casa, él te va a curar.
—¡No, no me va a curar! —replicó el niño, sollozando.
—¿Por qué no? —le pregunté.
—¡Porque hoy es su día libre y no trabaja!
Andrew Berry, Reino Unido
En una ocasión llevé a la iglesia a mi hija Ellen, de cuatro años, a mi hijo Cai, de tres, y a un amigo del niño. Como los chicos no dejaban de parlotear y moverse, Ellen les llamó la atención, diciéndoles:
—Oigan, no pueden hablar en voz alta en la iglesia.
—¿En serio? —repuso el amigo de Cai—. ¿Y quién lo va a impedir?
La niña señaló a dos hombres adultos que se encontraban casi en la entrada de la iglesia, junto a las puertas, y luego exclamó:
—¡Ellos! Son los calladores.
Seren Roberts, Canadá
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