Tener caliente el cuerpo todo el año es un lujo que puede hacernos subir de peso y restarnos salud.
Durante la racha ganadora de medallas de oro en natación de Michael Phelps en los Juegos Olím-picos de 2008, Ray Cronise, un ex científico de materiales de la NASA, oyó el rumor de que Phelps ingería 12,000 calorías diariamente, mucho más de lo que requerían otros deportistas de alto rendimiento. Al correr un maratón uno quema unas 2,500 calorías. Phelps tendría que haber nadado vigorosamente todas sus horas de vigilia para no subir de peso. Así que Cronise llegó a una conclusión: Phelps debía de quemar las calorías extras por el solo hecho de estar sumergido en agua fría.
Cronise decidió iniciar un régimen de duchas frías y caminatas sin camisa en el invierno. Cuando empezó a medir su metabolismo durante y después de la exposición al frío, descubrió que su cuerpo quemaba muchísima energía. Bajó unos 12 kilos de peso en seis semanas.
Sus hallazgos han ayudado a impulsar una idea que está ganando el apoyo de muchos científicos: que las personas podrían valerse de la termodinámica ambiental para bajar de peso. Como el cuerpo humano usa energía para mantenerse a temperatura normal, la exposición al frío lo hace quemar calorías.
Los experimentos de Cronise lo llevaron a construir lo que hoy es un laboratorio de alta tecnología en su natal Huntsville, Alabama, donde realiza pequeños estudios científicos, casi todos en sí mismo, lo que le ha atraído publicidad y críticas. Sus detractores han expresado que les preocupa la exposición frecuente de la piel al frío (Cronise comparte esa preocupación); algunos incluso lo han acusado de apartar a la gente del camino correcto del control del peso y llevarla por atajos discutibles.
Cronise opina que su historia de pérdida de peso se ha malinterpretado y que no quiere distraer a nadie del importante tema de la nutrición. “No puedes congelarte para adelgazar”, comentó. Sin embargo, ahora es mucho mayor su interés por alterar el metabolismo mediante la exposición a un frío leve, que él sitúa entre 12 y 18 °C. Estas temperaturas están muy por debajo del rango considerado aceptable, de manera que las personas confinadas a una oficina que estuviera tan fría no pararían de quejarse, a no ser que creyeran que esa exposición las beneficia.
Sobrealimentación y sobrecalentamiento: un doble impacto
La idea de que los entornos térmicos influyen en el metabolismo humano se remonta a los estudios hechos a finales del siglo XVIII por el químico francés Antoine Lavoisier, pero apenas en el siglo XX se volvió un tema relevante para la vida diaria. Cronise cree que nuestra concepción de la obesidad y las enfermedades metabólicas como la diabetes excluye el hecho de que, hoy día, la mayoría de las personas rara vez sienten frío. Muchos de nosotros estamos constantemente en sitios cuya temperatura rebasa los 21 °C. Cuando nos encontramos en un lugar más frío, casi todos nos ponemos un suéter o encendemos la calefacción.
Es cierto que ya no experimentamos las variaciones de temperatura estacionales como lo hacían nuestros ancestros. Hasta los habitantes de los trópicos solían pasar frío en las noches lluviosas, señala Cronise, en respuesta a mi observación de que no todas las regiones del mundo tienen cuatro estaciones. Casi todas las otras especies animales presentan reacciones biológicas claramente estacionales. ¿Por qué los humanos tendrían que ser diferentes?
Un artículo reciente escrito por Cronise y dos colegas suyos, Andrew Bremer y David Sinclair, plantea lo que ellos llaman “la hipótesis del invierno metabólico”: la obesidad se debe en una parte mínima a la falta de ejercicio, y en su mayor parte a la combinación del hábito crónico de comer en exceso y el calor constante. Siete millones de años de evolución humana estuvieron marcados por dos retos: la escasez de comida y el frío. “En los últimos dos centímetros de nuestro kilómetro evolutivo hemos resuelto ambos”, escribieron, aludiendo a los cambios profundos que la refrigeración y el transporte moderno han producido en nuestra vida. Otras especies no presentan tanta obesidad ni se enferman tanto como nosotros, los sobrealimentados y sobrecalentados seres humanos y nuestras mascotas.
Un estudio publicado en 2014 por el investigador estadounidense Francesco Celi mostró que cuando las personas enfrían sus dormitorios de 24 a 19 °C producen grasa parda, que quema calorías para generar calor (esa grasa se considera benéfica; la blanca, en cambio, almacena calorías). Otro estudio reveló que, aun después de controlar la dieta, el estilo de vida y otros factores, los habitantes de las zonas calurosas de España tienden más a engordar que los de las regiones frías.
Aprovechar el frío
Cronise ahora quiere saber si con una dieta baja en calorías y un entorno frío puede mantener un peso saludable y una proporción baja de grasa corporal sin tener que ir al gimnasio. No enciende la calefacción en su casa hasta que llegan los días más fríos del invierno, de modo que a veces soporta temperaturas de menos de 10 °C. Y se ha entrenado para dormir sin cobijas.
Aun en las noches más calurosas yo necesito sentir el peso de una manta o el de una sábana para poder dormir. Cronise prescindió de las cobijas paulatinamente; primero aprendió a dormir con las mantas dobladas a la mitad; luego, un poco más abajo, y al final hasta los pies.Pero él es más razonable de lo que su estrategia anticobijas parece sugerir. La exposición a un frío leve puede ser tan sencilla como no ponerte chaqueta cuando dudas de si la necesitas, no usar un suéter encima de una camisa de franela, o apagar el calefactor portátil.
Además, existen recursos como el Cold Shoulder, un chaleco de hielo inventado por Wayne Hayes, profesor de la Universidad de California en Irvine, quien se inspiró en la investigación de Cronise. Hayes afirma que usar el chaleco unas horas hace quemar hasta 250 calorías, aunque sus datos son preliminares. En 2014 empezó a vender el chaleco desde su apartamento, en Pasadena.
“A decir verdad, la primera vez que te lo pones es un poco impactante”, me advirtió Hayes, “pero luego de usarlo algunas veces la mayoría de las personas apenas lo nota” (eso me ocurrió a mí). Hayes sugiere usar el chaleco dos veces al día hasta que el hielo se derrita —lo que puede llevar una hora o más—, aunque él lo ha usado tres o cuatro veces en un solo día. “Si compras más de uno”, dice como buen vendedor y medio en broma, “puedes alternarlos y usarlos a lo largo del día”.
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