Categorías: Humor

Así es la vida: Ríe un poco con nuestra perra Zelda

Zelda, nuestra perra, suele vagar libremente por el vecindario. Cuando queremos que vuelva a casa, papá y yo nos subimos a la camioneta y no tardamos en encontrarla. Sin embargo, cierta vez pasamos más de una hora buscándola sin éxito. Temiendo que algún auto la hubiera atropellado, le preguntamos a un vecino si la había visto.

—¿No es ésa la perra? —respondió, señalando detrás de nosotros.

En efecto, allí estaba Zelda, en la parte trasera de la camioneta, donde había estado todo el tiempo.

J. Bartlett, Estados Unidos

Cierto día mi esposo decidió comprarle un televisor nuevo a nuestra pequeña hija, así que fuimos con ella a una tienda de aparatos electrónicos en Estados Unidos (nosotros vivimos en una ciudad fronteriza).

Tras revisar juntos varias opciones, la niña se paró frente a una pantalla plana bastante bonita y estuvo por lo menos 10 minutos mirándola detenidamente. Después dijo:

—Quiero ésta. Pero me preocupa una cosa: todos los programas están en inglés, ¡y no los entiendo!

Martha Ruiz, México

Mis padres se divorciaron cuando yo tenía unos dos años de edad, pero siguieron llevando una relación bastante cordial. Tanto, que el día de mi boda papá levantó su copa para hacer un brindis en honor mío y de mi esposo, me miró y dijo:

—Espero que ustedes dos sean tan felices juntos como tu madre y yo lo somos separados.

Melanie Franklin, Estados Unidos

En una feria, mi familia y yo veíamos con curiosidad cómo trabajaba un caricaturista. De pronto se acercó una mujer de unos 50 años y se puso a mirar también. Al darse cuenta de que el artista cobraba 15 dólares por una caricatura a color, dijo:

—¿Quince dólares sólo por que alguien dibuje mis arrugas?

El caricaturista se volvió hacia ella, observó su rostro por unos momentos y entonces comentó:

—Pues yo no veo ninguna arruga.

Muy sonriente, la mujer se sentó para que le hiciera una caricatura.

Margaret Wells, Estados Unidos

Había yo quedado en llevar a mi suegra al médico, pero cuando llegué a su apartamento, la encontré conversando con una vecina a través de la ventana. En tono apremiante le recordé la hora de la cita y, tras insistir un poco, ella me siguió hasta el auto. Al acomodarse dentro, dijo:

—Lo siento. ¡Es que esa mujer no dejaba de escucharme!

Christine Chapman, Reino Unido

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