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Nuevas esperanzas para los alcohólicos

Aunque no existe una píldora mágica para tratar esta enfermedad devastadora, los fármacos de desarrollo reciente prometen resultar más eficaces.

Olivier Ameisen sufría ansiedad desde que era niño. Le preocupaban hasta las cosas más simples, como guardar el boleto de tren en el bolsillo y cerciorarse de llevarlo consigo hasta que el conductor se lo pedía. La ansiedad siguió siendo parte de su vida en la adolescencia; luego, cuando empezó a estudiar medicina, y también a los 30 años de edad, cuando emigró de su natal Francia a la Ciudad de Nueva York, en 1983. Aunque se convirtió en un cardiólogo exitoso, a menudo se sentía un manojo de nervios, sobre todo en situaciones de contacto social. Esto fue así hasta que descubrió que beber unos cuantos tragos de whisky lo tranquilizaban, le soltaban la lengua y lo hacían sentirse lúcido y relajado.

Al cambiar de trabajo, a los 40 años, su ansiedad empeoró. Su manera de beber pronto se convirtió en un alcoholismo declarado, lo cual dañó las relaciones con sus familiares y sus amigos y causó numerosos traslados de urgencia al hospital. Intentó recuperarse en Alcohólicos Anónimos, ingresó en cinco centros de rehabilitación distintos y probó con medicamentos, pero sin éxito. 

Su adicción continuó cuando volvió a Francia, en 1999. Dos años después, a los 48 de edad, leyó un artículo sobre el baclofeno, un fármaco que había ayudado a un cocainómano con síndrome de abstinencia a evitar los espasmos en las piernas, síntoma que Ameisen llevaba años padeciendo. 

Empezó a tomar baclofeno, al principio con la esperanza de calmar los espasmos, pero el medicamento suprimió también sus ganas de beber y su ansiedad. En 2008 escribió un libro sobre su alcoholismo y su asombrosa recuperación. Posteriormente, trabajó para ayudar a otros a poner fin a su adicción, hasta el 18 de julio pasado, cuando murió a los 60 años de edad a causa de un infarto fulminante, según informaron sus familiares.

En una entrevista realizada poco antes de su fallecimiento, Olivier Ameisen declaró a Reader’s Digest: “Desde que tomo baclofeno he tenido momentos terribles, pero ahora mis días son soportables y —lo mejor—puedo controlar mi vida”.

Tener días soportables sin beber alcohol es algo que muchas personas desean (hasta 11 millones tan sólo en Europa, según un informe) pero no pueden lograr. “Se calcula que, en la Unión Europea, cerca de 5.4 por ciento de los hombres y 1.4 por ciento de las mujeres son dependientes del alcohol”, señala el doctor Lars Møller, experto en abuso de sustancias de la Oficina Regional Europea de la Organización Mundial de la Salud. (En América Latina las cifras son mayores aún, sobre todo entre los hombres.) 

Sin embargo, es probable que ese cálculo sea modesto. Se cree que hasta 92 por ciento de las personas dependientes del alcohol no buscan ayuda especializada para vencer el hábito, y muchas de las que tratan de poner fin a su adicción no lo consiguen la primera vez que lo intentan, ni la segunda, tercera o cuarta. 

Los estudios muestran una amplia variedad de índices de éxito en los tratamientos para el alcoholismo, dependiendo de la terapia utilizada y de si a los participantes se les hace o no un seguimiento durante varios meses o varios años. Entre 20 y 50 por ciento de ellos se mantienen sobrios por un tiempo después del tratamiento, pero la mayoría recae al menos una vez. Infortunadamente, el tratamiento de la dependencia del alcohol ha tenido avances lentos. 

Los tratamientos más utilizados siguen siendo los más antiguos: Alcohólicos Anónimos, que se fundó en 1938; los principios del “Modelo Minnesota”, los cuales se establecieron en el Centro Hazelden de Minnesota en 1949 y se usan ampliamente en programas de rehabilitación, y el disulfiram (medicamento comercializado  como Antabuse desde hace más de 60 años), que provoca dolor de cabeza, náuseas y otras reacciones adversas al beber alcohol. 

Sin embargo, ninguno de ellos ha demostrado ser lo bastante eficaz para vencer de una vez por todas las ansias de beber y las sensaciones de recompensa que forman parte de la adicción.  

El alcohol y otras sustancias adictivas provocan que la persona alcance un estado de euforia, o que sienta alivio ante un trastorno psicológico como la ansiedad. Con el uso frecuente el cerebro se acostumbra a la sustancia, y el adicto ya no puede funcionar ni sentirse bien sin ella. En las últimas décadas esta conclusión ha llevado al reconocimiento de la dependencia del alcohol como una enfermedad, y ha acelerado la búsqueda de una cura eficaz. 

En los últimos 20 años muchos de los tratamientos para el alcoholismo han tenido algo en común: una receta médica. Entre los más usados se cuentan los medicamentos que limitan el efecto del alcohol en el cerebro. La naltrexona (a la venta desde 1995) se toma diariamente en forma de píldora (o de una inyección al mes en Rusia y Estados Unidos) para bloquear el efecto eufórico del alcohol. Otro fármaco, el acamprosato, ha estado disponible en Europa desde hace más de 30 años, y reduce las ansias de beber alcohol.  

Sin embargo, la cura es evasiva. La adicción reside en el cerebro, y como cada persona tiene un cerebro distinto, el alcoholismo afecta a cada una de forma diferente. “Lo cierto es que no a todo el mundo le hace efecto el mismo tratamiento”, señala Raye Z. Litten, subdirector de la División de Estudios sobre Tratamiento y Recuperación del Instituto Nacional contra el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo de Estados Unidos. 

Quienes no han tenido suerte con los medicamentos disponibles están cifrando sus esperanzas en los nuevos fármacos, o en algunos antiguos con un potencial redescubierto. El baclofeno, que aún no se aprueba ni receta ampliamente para tratar la dependencia del alcohol, se volvió muy popular entre las personas no pertenecientes al círculo de investigadores de las adicciones, particularmente en Francia, tras el lanzamiento del libro de Olivier Ameisen en 2008.

Desde entonces otras personas se han unido a la causa, muchas de ellas al encontrar un alivio similar cuando empezaron a tomar ese medicamento luego de décadas de problemas con el alcohol. En junio de 2012, la dependencia encargada de la regulación de medicinas en Francia (ANSM, por sus siglas en francés) aprobó el baclofeno para el tratamiento del alcoholismo en casos específicos. 

En Alemania y Estados Unidos se están realizando actualmente pruebas clínicas del baclofeno, y en Francia el doctor Philippe Jaury, de la Universidad Descartes de París, está llevando a cabo un estudio sobre su eficacia, cuyos resultados preliminares se espera que estén listos en 2014. “Cuando el fármaco funciona, las personas dejan de pensar en el alcohol. Pueden beber una copa y no terminársela”, comenta Jaury. “Se muestran indiferentes ante el alcohol. Como no están pensando siempre en beber, tienen tiempo para reflexionar en su vida, y eso es un gran avance”. 

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