Max Boon perdió las piernas en un atentado suicida. Hoy intenta convencer a potenciales extremistas jóvenes de que se resistan al llamado de la violencia.
En un aula de escuela en la regencia de Klaten, Indonesia, hace un calor infernal, pero los alumnos reunidos aquí —la mañana del 19 de octubre de 2013— están acostumbrados, tal como lo están a la pobreza, la corrupción y la falta de oportunidades. El sentimiento de injusticia los convierte en objetivos fáciles para los reclutadores de las organizaciones extremistas violentas.
Guardan silencio cuando entra al salón un hombre con prótesis en ambas piernas. Es holandés y tiene 38 años. “Perdí las piernas hace cuatro años”, dice Max Boon con serenidad. “Un terrorista hizo explotar una bomba que llevaba atada al cuerpo en la sala de conferencias del hotel de Yakarta donde me encontraba. El suicida tenía 18 años de edad. Era muy joven… como ustedes”.
Max ha vuelto a Indonesia para tratar de evitar que a otras personas les ocurra lo mismo que a él. Los estudiantes lo escuchan atentos.
Max Boon nació y se crió en la comuna de Venray, Holanda, a 160 kilómetros al sureste de Amsterdam. De niño jugaba futbol con los refugiados indonesios que vivían en su vecindario, y pronto se interesó en su cultura y su historia. Además, un amigo de su familia había vivido un tiempo en Indonesia cuando el país se independizó de Holanda, y sus recuerdos avivaron su interés.
Max cursó una licenciatura en administración y estudios indonesios en la Universidad de Leiden, lo que lo acercó a su sueño de volverse hombre de negocios en Indonesia. Viajó allí por primera vez en 1997, antes de terminar la carrera.
En julio de 2009 Max, quien entonces tenía 33 años y trabajaba como asesor de empresarios extranjeros en Yakarta, se disponía a empezar su sesión informativa semanal en el Hotel Marriott cuando un joven entró en la sala para “entregar algo” a su jefe, según dijo al personal del hotel. Pero lo que hizo fue activar la bomba que llevaba atada al cuerpo, lo que causó su muerte y la de otras cuatro personas e hirió a 16, entre ellas Max.
Cuando Max recuperó el conocimiento, tres semanas después, en un hospital de Singapur, su madre se encontraba allí, y le dijo: “Tuvieron que amputarte las piernas”. Con el apoyo de ella, Max decidió vivir lo mejor que pudiera.
Cuando volvió a Holanda, le llevó años recuperarse, y todavía sigue en rehabilitación. Sufrió quemaduras en el 70 por ciento del cuerpo; los cirujanos tuvieron que hacerle muchas operaciones para salvarle el destrozado brazo derecho y extraerle la metralla del cuerpo. Muy cerca del corazón tiene incrustado un tornillo que los médicos no se atreven a extraer por el peligro que entraña. Un año después del atentado, a Max le salió de una oreja un trocito de una taza de porcelana del Hotel Marriot. Hoy camina gracias a unas piernas artificiales de alta tecnología.
Mientras yacía en cama en el hospital de Singapur, Max leyó un artículo sobre Dani Dwi Perana, el joven suicida que había cometido el atentado. Dani acababa de terminar el bachi-llerato. Era servicial y amable, y le encantaba el basquetbol. Como procedía de un hogar roto y era muy impresionable, había caído en manos de un clérigo musulmán radical que lo convenció para que sacrificara su vida en la yihad, o guerra santa. Los familiares de Dani aborrecían lo que había hecho.
Max vio el video de un mensaje que Dani había grabado antes de hacer estallar la bomba. “Esto no es un suicidio”, decía frente a la cámara. “Espero irme al cielo. Ésta es nuestra manera de aterrorizar al enemigo”.
Ese joven amable y sonriente ya no estaba entre los vivos. “Una ban-da de criminales le lavó el cerebro”, dice Max. Su atacante no sabía nada de él, y él igualmente desconocía todo sobre el terrorista. De pronto le vino a la cabeza una idea: si Dani hubiera podido ver cuánto dolor había causado con el bombazo, ¿lo habría pensado dos veces?
Esa idea hizo que Max se trazara un nuevo objetivo en la vida.
Se dedicó a estudiar en Internet el fenómeno del terrorismo, y descubrió que no había víctimas sobrevivientes que lucharan contra él. Tras acudir a expertos del Centro Internacional de Lucha contra el Terrorismo (ICCT, por sus siglas en inglés), en La Haya, volvió a Indonesia y puso en marcha el Proyecto Voces de las Víctimas. En la actualidad trabaja allí con víctimas de atentados terroristas, y juntos visitan escuelas en zonas donde se sabe que hay alumnos vulnerables a los reclutadores extremistas.
En 2013 un nuevo miembro, Alí Fauzi, de 42 años, se unió a Max en su primera visita a las escuelas de Klaten. Alí es un antiguo terrorista. “Yo enseñaba a personas a fabricar bombas”, refiere. “Uno de mis alumnos fue quien construyó la bomba que mutiló a Max”.
Al principio fue difícil para el holandés, pero luego perdonó a Alí por su responsabilidad indirecta en el atentado de Yakarta. “El hecho de que haya sido yo víctima de una gran injusticia no significa que tenga que odiar a este hombre, quien ha decidido cambiar de vida”, dice Max.
La primera persona que tomó la palabra en la primera escuela que visitaron fue una madre joven que sufrió quemaduras graves en uno de los atentados de Bali, en 2002. A Max le complació que la historia de la joven conmoviera a los alumnos, algunos de los cuales lo habían sorprendido antes de la conferencia al decirle que admiraban a los terroristas.
Alí Fauzi se sintió apabullado por la emoción y abandonó el aula. De la labor de Max dice que es impresionante. “Me da fuerzas para trabajar por la paz”, afirma.
Voces de las Víctimas hoy forma parte de una organización mayor llamada Aliansi Indonesia Damai (AIDA), que significa “Alianza para una Indonesia en paz”. AIDA enseña a sobrevivientes del terrorismo a dar información en las escuelas, y les brinda ayuda psicológica y económica. Pero la prioridad de Max sigue siendo evitar que los jóvenes se vuelvan radicales. Este año planea visitar al menos 20 escuelas.
El experto en terrorismo Peter Knoope, ex director del ICCT y ex colaborador de Max, sigue apoyando con entusiasmo los esfuerzos del holandés. “¿Una gota en el océano? No, Max es capaz de convertir esto en un gran torrente”, dice. “Tiene energía suficiente para triunfar”.
“Indonesia tiene el potencial de ganar la batalla contra el terrorismo con el apoyo de activistas decididos como Max Boon”, señala Hasibullah Satrawi, director de AIDA. “Podemos ayudar a hacer de Indonesia un lugar más pacífico”.
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