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Oro del mar de Sulú

Perlas únicas de los mares del sur, deslumbran a compradores del mundo entero

Es una tarde de primavera en Hong Kong. En la bulliciosa feria anual de joyería, los visitantes rodean el stand brillantemente iluminado de la compañía franco-filipina Jewelmer. En una vitrina, sobre un almohadón de terciopelo negro, hay una joya con un brillo dorado, de una belleza, simetría y tamaño deslum-brantes. ¡Una perla de oro completamente redonda!

El raro espécimen, algo inferior a 20 milímetros, producido por una ostra gigante Pinctada maxima en las aguas tropicales del suroeste de Filipinas, consiguió un número récord de visitantes en el stand de Jewelmer, deseosos de conocer datos adicionales sobre la joya. 

Estas sorprendentes perlas doradas cultivadas han estado disponibles desde hace aproximadamente una década, y están ganando renombre en el mercado internacional de piedras preciosas, al tiempo que generan un nuevo nicho en la industria y en el mercado de la joyería.

La primera vez que oí hablar de perlas que crecían de forma natural con el color del oro de 24 quilates, fue durante un viaje de trabajo a Manila. “Te aseguro que nunca has visto nada igual”, me dijo una colega filipina.

Lleno de curiosidad, investigué un poco y descubrí que en el mercado mundial de perlas cultivadas, con ventas anuales de unos 3,000 millones de dólares, la variedad de perla dorada cultivada se vende a los precios más altos, pero supone menos de uno por ciento de la producción, lo que ayuda a seguir alimentando la demanda de los especímenes de calidad.

Jewelmer es el primer proveedor mundial de perlas doradas naturales de los mares del sur, con granjas en Filipinas que producen varios miles de ejemplares al año. La empresa se queda con el 20 por ciento de la producción de perlas de oro para su propia fabricación de joyas, y envía el resto a todos los rincones del mundo gracias a un negocio de exportación muy lucrativo.

Mi interés siguió creciendo, y por eso me encuentro esta bochornosa mañana a bordo de una lancha motora en la costa de la provincia de Palawan.  Jewelmer posee su isla propia, donde ha instalado una de sus granjas de perlas.

Me han dicho que las aguas impolutas de esta parte del archipiélago de Filipinas son ideales para cultivar ostras. Y es aquí donde un grupo de especialistas marinos ha decidido enseñarme cómo crecen, cómo se recogen y por qué son doradas las perlas. A cambio, he prometido mantener en secreto la localización exacta.

En el horizonte aparece un grupo de edificios, mientras la lancha sigue su camino entre una fila de boyas. Están unidas por cables, de los que, a intervalos regulares, cuelgan las ostras, mismas que crecen en cestas de alambre. “Aquí crecen casi un millón de ostras al mismo tiempo”, aunque no todas ellas producen perlas doradas, afirma Mia Macapagal, una joven gerente de mercadotecnia que me acompaña en el viaje.

Al atracar, me llevan a una oficina donde la sonriente bióloga marina Doris Daniela está lista para darme una lección sobre biología de perlas.

Las perlas son las únicas piedras preciosas producidas por una criatura viva. Antes de que el hombre aprendiera a cultivarlas se contaban entre las gemas más extraordinarias de la tierra, pues la creación en su hábitat natural es uno de los acontecimientos más fortuitos que se conocen.

Cuando algún agente irritante como un grano de arena queda atrapado dentro del manto (tejido blando) de una ostra, la criatura se protege recubriendo el objeto de nácar (carbonato cálcico). Año tras año, el animal añade capas de nácar al objeto intruso hasta que se forma la perla. En la mayoría de los casos, este proceso tiene como resultado la creación de una piedra asimétrica o imperfecta. Por eso es extremadamente raro hallar un ejemplar perfectamente redondo de una perla criada en su hábitat natural.

Al cultivar las perlas ese garantiza la obtención de algunas gemas simétricas, las más apreciadas por la mayoría de la gente. Las perlas de los mares del sur que crecen en Palawan son la variedad más grande de gemas procedentes de ostras Pinctada maxima, y sólo se encuentran en los fondos marinos de Australia, Indonesia y Filipinas, explica la bióloga.

Para garantizar un suministro sustentable de la ostra Pinctada maxima, Jewelmer ha desarrollado sus propios viveros. En las granjas de Palawan, una vez que tienen ocho semanas de vida, las “ostras” bebés se trasladan a sus cestas en mar abierto. Allí crecerán sin que las molesten durante tres años, hasta que estén listas para implantarles el núcleo alrededor del cual se formará la perla.

Pero, ¿por qué estas ostras producen perlas doradas? “Espera y verás”, dice Doris mientras vamos a otro edificio. 

Dentro, hay una decena de personas sentadas en mesas de trabajo bajo la luz de unas lámparas. En una de ellas está la técnica Tess Alongo, junto a un montón de ostras apiladas en bandejas como los platos de un lavavajillas. Es una visión inquietante, ya que abren sus conchas intermitentemente unos centímetros y después se cierran con un golpe audible.

El trabajo de Tess consiste en eliminar el tejido de estas ostras expiatorias. Mientras la observo, Tess hace palanca para mantener abierta una ostra y con un escalpelo corta un trozo, parecido a una angula, del tejido epitelial del manto carnoso de la ostra. Luego lo corta en siete pedazos pequeños y los deja sobre un poco de papel secante.

Por motivos que los científicos aún no comprenden del todo, una perla no crece en su ostra anfitriona a menos que esos fragmentos de tejido se inserten en las gónadas de la ostra al mismo tiempo que el núcleo. Entonces, el animal envuelve el núcleo y hace que crezca la perla en un saco.

En otra mesa, el experimentado técnico Kano Ishiguro siembra otro estante de moluscos. Toma una concha que está abierta debido a un cambio de temperatura del agua, la coloca horizontalmente en una abrazadera a la altura de los ojos y la mantiene abierta un par de centímetros con una pinza polimérica. “Ésta es la parte más complicada”, comenta Doris. “Si daña los trozos incorrectos dentro de ella, la matará”.

Ishiguro inserta un escalpelo en la concha abierta y, luego, rápidamente hace una incisión en la gónada de la ostra: un trozo de tejido pálido. La carne de la criatura se encoge y se contrae como respuesta a la intrusión.

Después, de una serie de cajoncitos de su mesa, el técnico elige un núcleo blanco hecho de mejillones de agua dulce de unos pocos milímetros de diámetro. Éste formará el núcleo de la perla.

Ishiguro inserta el trozo de manto, junto con el núcleo, en la incisión de la gónada y vuelve a colocar la ostra en su bandeja. Una Pinctada maxima puede formar un núcleo tres veces hasta que cumpla 15 años, cuando llega al tamaño de un plato extendido.

Cuando las 370 ostras que el técnico manipulará hoy estén recién implantadas, estarán listas para ser transferidas a sus cestas en el mar, donde permanecerán tres años.

¿Y el color? “¿Ves el color bronce, casi dorado, de esta concha?”, pregunta Doris. “La ostra se reproduce así, y cuanto más bronce es la concha más probabilidades hay de que produzca una perla dorada; y cuanto más dorada sea, mayor es su valor”.

A continuación viene la parte más fascinante: ver cómo se cosecha una perla dorada. El biólogo Dexter Daniela (esposo de Doris) calza la concha abierta de una ostra y hace una incisión en la gónada esponjosa con el escalpelo. Después, con unas pinzas especiales extrae rápidamente un objeto reluciente.

Una nueva gema, del tamaño de la uña de un meñique, brilla bajo la luz cuando Dexter la coloca en un platito. Me acerco para inspeccionar la pieza. No es perfectamente redonda, está ligeramente achatada por uno de los lados, pero tiene un color dorado uniforme. ¡Es increíble pensar que pueda surgir de un molusco tan feo!

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