Conoce cómo afecta la osteoartritis y cuáles las causas de esta enfermedad que afecta al 7.3% de la población mundial.
Al principio Agnieszka Ozieblo, oficinista de Varsovia, hoy día de 56 años, no permitió que el dolor que tenía en la rodilla derecha interfiriera en sus actividades favoritas. Siguió caminando a paso veloz cerca de su casa y practicando el senderismo cuando podía.
Pero hace unos 15 años le sobrevino un dolor muy intenso al caminar por la ciudad. Acudió a un médico tras otro. Las radiografías revelaron que padecía osteoartritis, también llamada artrosis, la enfermedad articular más común.
El tejido correoso e incomestible que recubre los extremos de los huesos en las piezas de pollo es cartílago muy parecido al humano. Es la parte que se deteriora en la osteoartritis, por lo general tras décadas de desgaste o a causa de una lesión. La osteoartritis casi siempre comienza en el cartílago y de allí se extiende a otros tejidos.
“Una vez que el cartílago se daña, empieza el deterioro del hueso subyacente”, explica Philip Conaghan, profesor de medicina musculoesquelética en la Universidad de Leeds, en el Reino Unido, y consultor médico de la fundación Arthritis Research UK.
Como el cartílago se regenera muy lentamente, el vacío que deja tiende a ser llenado por hueso, y esta “reparación” empeora la enfermedad. Para colmo, “éste no es el único mecanismo causal de la osteoartritis”, dice el doctor Eric J. Strauss, del Hospital de Enfermedades Articulares de la Universidad de Nueva York. “A él se añade la producción de enzimas inflamatorias en la articulación”. Las enzimas fluyen al lugar de la lesión, y allí descomponen más cartílago. Es un círculo vicioso que va incapacitando cada vez más a la persona.
Aunque la osteoartritis puede afectar casi a cualquier articulación, lo más común es que se localice en rodillas, caderas, manos y columna vertebral. Es más frecuente en personas mayores de 50 años, y casi la mitad de los mayores de 65 la padece en algún grado.
Aun así, puede aquejar a personas más jóvenes, sobre todo las que tienen sobrepeso, lo que impone un esfuerzo excesivo a las articulaciones. Bajar de peso, aunque no cura la osteoartritis, con frecuencia reduce el dolor de las articulaciones afectadas.
La propensión a la osteoartritis a veces se debe a la herencia; el sexo también influye: las mujeres corren más riesgo de contraerla, y las lesiones articulares sufridas al practicar deportes pueden predisponer a la osteoartritis años más tarde.
Aunque el ejercicio parecería lo menos deseable cuando duelen las articulaciones, puede reducir las molestias de las rodillas aquejadas de osteoartritis y facilitar el movimiento. Contra lo que suele creerse, también es antiinflamatorio.
Desde luego, si se padece dolor articular, todo programa de ejercicio que se inicie debe ser supervisado por un fisioterapeuta. Y aunque suele decirse que la caminata es un ejercicio excelente, cuando se tiene osteoartritis quizá no sea la mejor opción, advierte Conaghan, porque “no es tan eficaz para formar músculo”.
En cambio, el profesor aconseja “recorrer andando una piscina poco profunda”, porque, a diferencia de los modos comunes de caminar, eso sí forma músculo. Entre otros ejercicios útiles se cuentan la bicicleta, fija o no, y aparatos de gimnasio como caminadoras elípticas y esquiadoras.
Un análisis de estudios anteriores realizado en 2011 reveló que la fisioterapia puede aliviar los síntomas de la osteoartritis, pero no pudo confirmar que detenga su avance. Aun así, según Stefan Lohmander, profesor de cirugía ortopédica en la Universidad de Lund, en Suecia, puede servir para retrasar la necesidad de tratamientos más invasivos.
Al principio la fisioterapia fue eficaz para mitigar el dolor de rodilla de Agnieszka Ozieblo, pero con el tiempo el avance de la osteoartritis superó los beneficios del ejercicio. Hace unos cinco años también la rodilla izquierda empezó a dolerle. “Temía quedarme inmovilizada de por vida”, cuenta.
Por suerte para ella, los nuevos tratamientos prometían mejores resultados. Su médico la sometió a una operación artroscópica de la rodilla derecha con la esperanza de reparar el cartílago deteriorado, pero no le brindó “ningún alivio”. De hecho, la cirugía no estaba entre los tratamientos recomendados por ninguno de los expertos que Reader’s Digest consultó para este artículo.
En 2012 Agnieszka supo de un tratamiento prometedor para la osteoartritis: la infiltración con plasma rico en plaquetas (PRP). El cartílago es poco dado a sanar solo, sobre todo porque no tiene irrigación sanguínea.
Las plaquetas de la sangre son necesarias para la curación. El tratamiento con PRP es autólogo; es decir, el plasma se obtiene de la misma persona que lo recibe. Los médicos separan plasma y plaquetas por centrifugación e infiltran este PRP en la articulación enferma.
Agnieszka recibió infiltraciones de PRP en enero de 2012. Aunque el tratamiento no da buen resultado en algunos casos, ella por fin obtuvo alivio. Durante más de seis meses no sintió “ningún dolor”. Los síntomas regresaron poco a poco, pero Agnieszka no se desanima. Está pensando en recibir más infiltraciones.
Marja-Liisa Tapaninen, residente de Suonenjoki, Finlandia, hoy día de 64 años, había llevado una vida muy activa: le encantaba caminar, esquiar y bailar. Aun al final de su jornada como cuidadora a domicilio, siempre tenía tiempo para ir al gimnasio.
Cuando empezó a dolerle la rodilla derecha, no modificó sus hábitos, pero poco después la osteoartritis le atacó también la rodilla izquierda. En 2007 el dolor de ambas rodillas era tal, que tuvo que abandonar sus paseos nocturnos.
La fisioterapia no la alivió gran cosa. “Me infiltraron ácido hialurónico en las dos rodillas, pero de nada me sirvió”, cuenta Marja-Liisa. Los médicos a menudo prescriben infiltraciones de esta sustancia, componente natural del líquido sinovial, o de corticosteroides.
Aunque el efecto varía de una persona a otra, las infiltraciones de esteroides suelen aminorar los síntomas de uno a dos meses, y las de ácido hialurónico un poco más.
En 2011 el dolor de Marja-Liisa llegó a ser insoportable. “Tenía que usar muletas”, dice. Comenzó a informarse sobre opciones más radicales. En noviembre de ese año le implantaron prótesis en ambas rodillas.
“Empecé a caminar con un soporte al día siguiente de la operación, y la rodilla izquierda mejoró pronto”. La derecha siguió débil y requirió otra operación, pero al cabo de un año Marja-Liisa estaba más activa que antes.
Actualmente jubilada, esta mujer da largos paseos, esquía, va a bailar con su esposo y hasta toma clases de zumba. Ha vuelto a recibir fisioterapia para mantener la fuerza muscular, y dice que es muy feliz. “Me divierto en grande, y puedo hacer todo el ejercicio que quiero”, afirma.
Las nuevas técnicas permiten a los pacientes usar las prótesis en relativamente poco tiempo tras la operación, pero éstas no son eternas, y los médicos suelen retrasar su implante, sobre todo en pacientes jóvenes, hasta que no queda otra opción.
“Hemos podido reducir la edad a la que se considera seguro implantar prótesis”, dice Shearwood McClelland, director de Cirugía Ortopédica en el Hospital de Harlem, en Nueva York. En ciertos casos la prótesis puede durar “entre 20 y 30 años”.
Las prótesis de cadera suelen durar más que las de rodilla. Sin embargo, McClelland advierte que éste debe ser el último recurso.
Como sucede con el PRP, las células se obtienen de la misma persona que va a recibirlas, por lo común de la médula ósea o el tejido adiposo. En los estudios —el tratamiento aún no está perfeccionado ni autorizado— parece que las células madre “frenan la reacción inflamatoria del organismo”, dice el doctor Strauss.
“También tienen la virtud de impedir que el daño avance y de regenerar el cartílago”. Aun así, Lohmander advierte que algunos médicos sin escrúpulos ya anuncian tratamientos con células madre aún no probados. “No hay pruebas de la eficacia de esos tratamientos”, dice, y su práctica en clínicas no reguladas supone un grave riesgo de infección y otras complicaciones.
“Espero el día en que no haya que sustituir toda la articulación”, dice McClelland, y se imagina un futuro no muy lejano en el que los cirujanos trasplanten cartílago cultivado en un laboratorio con células del propio paciente.
Aunque no se ha perfeccionado todavía la técnica para fabricar un cartílago que se adhiera al hueso natural y soporte la presión que se impone a las articulaciones, varias instituciones de investigación están estudiando cómo hacerlo.
La investigación de Strauss en este campo se centra en impedir que se produzca osteoartritis a raíz de una lesión de ligamentos, los haces de tejido resistente que mantienen unidas las articulaciones.
Aunque se trate con éxito el ligamento, “de 10 a 20 años después, entre 60 y 70 por ciento de las personas contraen osteoartritis”, dice Strauss. Cualquier desequilibrio en la combinación de enzimas que el cuerpo envía al lugar de la lesión puede dañar el cartílago. El desequilibrio quizá difiera en cada persona, pero una vez identificado, añade, los médicos deberán poder corregirlo y prevenir el inicio de la osteoartritis.
El riesgo de contraer osteoartritis aumenta con la edad, pero hoy día los enfermos disponen de un buen número de opciones terapéuticas, y es posible que dentro de poco se generalicen otras aún mejores.
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