Las personas impuntuales son las mejores del mundo
¿Quién no ha escuchado los pretextos de los impuntuales? "Voy saliendo", "ya voy en camino", "estoy cerca del lugar", "llegó en 5 minutos". ¿Es malo eso?
Hace poco mi amigo Andrew me envió el enlace de un artículo de Internet titulado “Las personas optimistas tienen una cosa en común: siempre llegan tarde”.
Fascinante; no hay un encabezado más atractivo. “El que las personas sean impuntuales [un defecto que tienes tú] se debe a que en realidad son positivos [una cualidad]”. Leí el artículo, y resulta que las personas impuntuales en realidad son las mejores del mundo.
Creen que pueden ejecutar más tareas que los demás en el mismo lapso, y florecen cuando hacen varias cosas a la vez. En una palabra, son personas llenas de esperanza.
Las personas que habitualmente llegan tarde no se preocupan por nimiedades; adoptan perspectivas amplias y ven el futuro lleno de posibilidades infinitas.
A quienes tienden a retrasarse les gusta detenerse y oler las rosas. La finalidad de la vida no es tenerlo todo planificado hasta el último detalle. Eso implica una incapacidad para disfrutar el ahora.
Al terminar de leer el artículo me sentí más orgulloso que nunca de ser un impuntual crónico.
Pero, un momento. Los impuntuales somos las peores personas. Es el defecto que más me molesta de mí mismo. Y no soy impuntual porque me guste oler las rosas, ni porque tenga una perspectiva amplia, ni tampoco porque vea un futuro lleno de posibilidades infinitas.
Soy impuntual porque estoy loco. La cuestión es que hay dos tipos de impuntualidad:
Es cuando el retraso del impuntual no afecta a nadie más, como ocurre en una fiesta u otra actividad en grupo. El acto puede empezar a tiempo y realizarse normalmente con o sin la persona que se retrasa.
Es cuando el retraso perjudica a alguien más, como ocurre en una cena o reunión de dos personas, o en cualquier otra actividad que no pueda iniciarse hasta que llegue el impuntual.
Creo que a los impuntuales incorrectos crónicos se les puede dividir en dos grupos:
Los que no lo lamentan. Estas personas son @#$%^&s.
Los que lo lamentan mucho y se detestan por ello. Estas personas tienen problemas.
Aunque todos los impuntuales incorrectos repetidamente acaban por hacer sentir frustrados a los demás, las personas puntuales tienden a malentender a los del grupo 2, a quienes llamaré ICL (impuntuales crónicos locos).
Un rasgo característico de los ICL es la extraña compulsión de sabotearse, el profundo e inexplicable impulso interior de perderse el principio de las películas, sufrir un estrés casi psicótico al correr para tomar el transporte, arruinar su reputación en el trabajo, etc. Aunque hagan sufrir a los demás, se hacen sufrir todavía más a sí mismos.
Yo provengo de un largo linaje de impuntuales crónicos locos. Pasé algo así como el 15 por ciento de mi infancia parado solo en la acera, pateando piedras furioso porque una vez más habían recogido a todos los demás niños y yo seguía esperando a mi mamá. Cuando ella por fin llegaba, siempre lo lamentaba muchísimo. Tiene problemas.
Mi hermana una vez perdió un avión, así que le cambiaron el vuelo para el día siguiente. Se las arregló para perder ese también, de manera que se lo reprogramaron para cinco horas después. A fin de matar el tiempo durante la espera, se distrajo con una larga llamada telefónica y perdió el tercer avión. Ella también tiene problemas.
Yo he sido un impuntual crónico loco toda mi vida. He enfurecido a un montón de amigos míos con mis retrasos, y pasado una vergüenza tras otra en mi actividad profesional. Estoy seguro de que cada ICL tiene su locura peculiar. En mi caso se trata de una mezcla de los tres siguientes rasgos:
Aunque el ICL haya realizado una actividad mil veces, lo que recuerda es la única ocasión en que las cosas ocurrieron rápidamente, y ese tiempo es el que se le queda grabado en la memoria como el que le lleva hacer esa tarea.
Creo que a mí nada me hará entender que hacer la maleta para un viaje de una semana lleva 20 minutos. En mi mente es, invariablemente, un quehacer de cinco minutos. Uno no hace más que sacar la maleta, echar en ella algunas prendas y artículos de baño, cerrarla y listo. Cinco minutos.
Las pruebas empíricas de que en realidad hay muchas minucias en qué pensar cuando se hace la maleta y de que uno siempre se tarda 20 minutos no vienen al caso.
Cuando estoy en casa trabajando, aborrezco tener prevista cualquier actividad que me obligue a interrumpirlo todo para salir y hacerla. No es que deteste la actividad; una vez que llego, suele gustarme. Tengo una resistencia irracional a la transición.
Cuanto peor me siento en cuanto a mi productividad un día concreto, más probable es que me retrase.
Cuando estoy contento con mi manera de haber vivido el día hasta el momento, al tomador racional de decisiones que hay en mí le cuesta mucho menos trabajo aferrar el timón; me siento un adulto y es fácil actuar como tal. Pero los días en que no consigo hacer nada, mi cerebro hace una pequeña rabieta y me dice: “¡No! No hiciste lo que debías, y ahora te vas a quedar aquí sentado hasta que hagas eso y más, aunque llegues tarde”.
Así que por eso soy un impuntual crónico: estoy loco. No disculpes a los ICL que hay en tu vida: hacen mal y tienen que enmendarse. Pero no olvides esto: no se trata de ti. Ellos tienen problemas.