Tristemente, este no es un caso aislado. El síndrome del abuelo explotado es cada vez más frecuente. De esto se habla en programas de radio, en eventos públicos donde en más de una ocasión se me han acercado señoras con lágrimas en los ojos para decirme que su hijo le pega, le quita el dinero o que sus “niños”, siendo unos cuarentones, no trabajan y viven a expensas de sus padres.
Este fenómeno es muy frecuente y lo demuestra el dicho: “somos la generación más obediente: obedecimos a nuestros padres y ahora obedecemos a nuestros hijos”. Somos resultado de la añoranza de los ideales hippies y del melodrama mexicano al estilo Marga López o Libertad Lamarque, quienes forjaron en el ideario colectivo, de una u otra manera, una forma de vida que, en más de una ocasión, lejos de formar lazos de amor, creó lazos de chicle: pegajosos y dañinos para muchas generaciones de hijos… Se nos olvida que gran parte de la crianza y sus efectos positivos se dan a través de ser ejemplo.
Es muy importante que te detengas y te preguntes: ¿cómo te sientes actualmente? ¿Qué predomina más en ti: “bien-estar” o sensaciones de “mal-estar”? Recuerda que nuestra forma de reaccionar para generar bien-estar o mal-estar depende, entre otras cosas, de qué tan contento estoy con mi vida y la forma en que la cuido.
El malestar incrementa cuando no somos capaces de atender nuestras necesidades, cuando perdemos contacto con nosotros mismos y dejamos de diferenciar entre lo que queremos y lo que nos hace falta: “Quiero cambiar mi coche, pero necesito ir al dentista”, ¿qué voy a decidir? Los papás y las mamás que son capaces de atender sus necesidades con base en un sistema de jerarquías y de manera integral son aquellos cuyas vidas tienen más equilibrio, salud, energía y mayor generación de bien-estar.
Existen cuatro tipos de necesidades básicas que todos debemos atender:
Todos nos debemos preguntar: ¿Qué originó este entorno adverso en el que vivo? Tendemos a buscar culpables y no nos damos cuenta que somos cómplices al permitir que otros –medios de comunicación, internet, redes sociales, televisión o malas influencias fuera de casa– sean los que realmente están educando a nuestros hijos. Permitimos que se desarrollen en ellos valores que se alejan del “bien-estar”, del “buen trato” y las “buenas costumbres”.
Si los papás y las mamás no recuperamos el control y no nos convertimos en los mejores educadores de nuestros hijos, integrándonos al desarrollo, pero con supervisión puntual, ni identificamos lo que realmente incrementa la madurez y el desarrollo de nuestros hijos, descartando lo que es perjudicial, no nos sorprenda que, sin estas bases, nuestros hijos se extravíen o estén fuera de control.
Educar, sabiduría. Si los papás y mamás regresan a ellos mismos, recuperan su “valor y valía”, pero también la alegría y el bien-estar en sus vidas, podrán enfrentar cualquier reto y seguro sacarán adelante a sus hijos, sin importar sus circunstancias.
Los papás y las mamás que mejor se cuidan y atienden sus necesidades son más sanos y fuertes, los que se cuidan con cariño son más felices. Los padres necesitan tanto atención, cariño y buen trato como sus hijos.
Meg Meeker, en su libro Los 10 hábitos de las madres felices, propone que ser mamá es un compuesto equilibrado entre ser mujer, pareja, vivir plenamente en un nuevo estado de vida, sin intentar tener la vida que en este momento no te toca. El aquí y el ahora es la regla que prevalece, tratando de guardar siempre el buen humor y estar cerca de los hijos tanto emocional como físicamente.
¿Generación perdida? Tal vez. Pero lo que hoy nos incumbe es saber que en la medida en que nuestros hijos vean y vivan el hecho de que nos respetamos, serán niños más sanos, libres, interdependientes, independientes y seguros.
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