¿Podrían un científico y un cirujano hacer que el paciente paralítico volviera a caminar? 

Cuando el neurocientífico británico Geoff Raisman entró a un soleado cuarto del Centro de Rehabilitación de Lesiones Espinales de Breslavia, Polonia, y vio a un hombre en silla de ruedas cerca de la ventana, no pudo evitar sentirse nervioso; junto con el neurocirujano polaco Pawel Tabakow, se disponía a intentar algo que jamás se había hecho, algo que podría fallar e incluso causar daño, pero a la vez estaba ansioso por empezar. Aquel día de primavera de 2012, tras décadas de ardua investigación, iba a tener la oportunidad de hacer que un paciente paralítico volviera a caminar.

Darek Fidyka, el ocupante de la silla de ruedas, alzó la cabeza para mirar a los dos médicos. Hombre delgado y apuesto de treinta y tantos años, bien podría haber estado en el mejor momento de su vida. Le encantaba bailar, cazar y jugar futbol, pero todo eso se lo habían arrebatado dos años antes, cuando el ex esposo de su pareja lo atacó con un cuchillo y le causó una lesión en la médula espinal que lo paralizó de la cintura a los pies. 

Tabakow le explicó a Darek que el tratamiento pionero que le proponían consistía en dos operaciones. En la primera, le extirparían uno de los dos lóbulos olfatorios del cerebro, situados justo arriba de las fosas nasales, los cuales procesan los mensajes provenientes de la nariz y nos permiten oler; además, contienen unas células especiales llamadas células olfativas envainadas (COE), que permiten que las fibras nerviosas dañadas por la contaminación o por una infección se renueven. El sentido del olfato es la única parte del sistema nervioso que se regenera todo el tiempo.

Las COE de Darek se cultivarían para producir muchas más células, que se le implantarían en la médula espinal en la segunda operación, a fin de estimular la regeneración de las fibras nerviosas dañadas. 

Ambas intervenciones eran muy delicadas y no ofrecían garantía de que el paciente recuperara ningún movimiento de las piernas. Darek, constructor y bombero voluntario, vivía en un pueblo situado a unos 160 kilómetros de Breslavia. Tras escuchar con atención a Raisman, el científico que había descubierto cómo se regeneran las células del sistema olfativo, le dijo que confiaba en él. 

Raisman, hoy día de 76 años, había llegado a ese momento por un trabajo que empezó a finales de los años 50, cuando estudiaba medicina en la Universidad de Oxford. Allí tuvo acceso a un nuevo aparato revolucionario, el microscopio electrónico, que ofrecía aumentos nunca antes vistos. Con él comenzó a estudiar el cerebro, y en el transcurso de los 20 años siguientes hizo dos hallazgos asombrosos. 

El primero fue la neuroplasticidad. Por décadas se creyó que cada neurona tenía un número fijo de conexiones, determinado por las fibras nerviosas que conectan los distintos grupos de células, y que si esas conexiones se dañaban, no se formaban otras nuevas. No obstante, usando el microscopio electrónico, Raisman observó que en los sitios donde las fibras nerviosas se habían dañado irreparablemente, las fibras de las células vecinas reemplazaban con precisión las conexiones perdidas. 

Pasarían 10 años antes de que los colegas de Raisman aceptaran su hallazgo, pero él siguió adelante con su investigación. Descubrió que, aun si se cortaban las fibras nerviosas, se formaban conexiones. Sin embargo, las nuevas no le sirvieron para realizar una reparación exitosa porque, si bien constituían una vía para las nuevas fibras nerviosas, creaban también tejido cicatricial que impedía que las fibras llegaran a su destino. Raisman llamó a su segundo hallazgo la Hipótesis de la Vía. 

Se preguntó cómo podrían las fibras nerviosas penetrar esa barrera de tejido cicatricial; si pudieran hacerlo, las personas parapléjicas podrían volver a caminar. Las fibras nerviosas son como autos en una carretera que se topan con un puente derribado; buscan otros caminos y consiguen llegar a su destino, si bien no con la misma rapidez y eficacia. ¿Podrían las COE servir como puente en la médula espinal a fin de reparar la carretera y restablecer su función? 

En 1985 Raisman recurrió otra vez al microscopio electrónico para averiguar más sobre las COE. Se quedó impactado con lo que vio: las COE proporcionaban una vía a las fibras nerviosas olfativas mientras se regeneraban y, a medida que éstas se extendían hacia el cerebro, de las COE surgían unos “brazos” diminutos. A su vez, las células de la vía en el tejido cicatricial extendían brazos propios y abrían paso a las nuevas fibras.

Convencido de que era algo extraordinario, Raisman y su equipo idearon una técnica ultraprecisa para injertar COE en la médula espinal de ratas de laboratorio. Al principio no pasó nada, pero luego, una noche de diciembre de 1996 en que Raisman no lograba dormir, se sentó frente a la jaula de las ratas en su laboratorio, en Londres, y a la más pequeña de ellas le ofreció un pedacito de fideo seco. El roedor trató de tomar el trozo con la pata dañada y, como no pudo, lo volvió a hacer. Sí, pensó Raisman, podemos reparar el sistema nervioso. En unos cuantos días, todas las ratas estaban usando la pata que tenían dañada. 

Al doctor Tabakow le había fascinado la investigación de Raisman desde sus días de estudiante, y quería colaborar con él. En 2005 asistió con su equipo a una conferencia de Raisman en Hong Kong. Tabakow esperó para poder hablar con él, pero el británico no se mostró muy cordial. Conocía a muchos neurólogos que, haciendo caso omiso de las lagunas de su investigación, habían empezado a implantar células a pacientes desesperados que tenían lesiones espinales, y casi todos cobraban unos honorarios enormes. 

Tabakow insistió, y Raisman finalmente fue a visitarlo a Polonia. El joven médico estaba supervisando la construcción de una nueva unidad de neurocirugía en el Hospital de la Universidad de Breslavia, y Raisman quedó impresionado por su determinación y enfoque lógico. Aunque su trabajo era financiado por la Fundación de Células Madre del Reino Unido, Raisman necesitaba más fondos para continuar con su investigación, esta vez en el Instituto de Neurología del University College de Londres. Los benefactores, sobre todo los que eran empresarios, deseaban resultados rápidos. 

Un día de 2006 Raisman recibió una llamada telefónica de David Nicholls, director de alimentos y bebidas de los hoteles Mandarin Oriental, cuyo hijo, Daniel, había quedado paralítico a raíz de un accidente sufrido en una piscina en 2003, en Australia, cuando tenía 18 años. Nicholls había leído estudios que mostraban pocos avances hacia la cura de las parálisis, pero el nombre de Geoff Raisman se citaba mucho. Tiempo atrás había establecido la Fundación Nicholls de Lesiones Espinales (NSIF, por sus siglas en inglés), y ahora quería conocer a Raisman y financiar estudios en ese campo. “Él era el único científico al que había oído decir que la parálisis era curable”, dice Nicholls. 

 

Hasta la fecha, la NSIF les ha dado a Raisman y Tabakow más de 1.5 millones de dólares. Tan convencido está Nicholls de la importancia de su trabajo, que su fundación no financia ningún otro proyecto, a pesar de que no hay garantías de que el tratamiento llegue a beneficiar a su hijo. “Aunque no pueda ayudar a Daniel”, le dijo Nicholls a Raisman en una reunión, “nos haría muy felices que ninguna otra familia tuviera que pasar por lo que nosotros hemos pasado”. 

En gran parte, el tratamiento revolucionario de Darek Fidyka fue posible gracias a la inversión de Nicholls. Tabakow conoció a Darek en la clínica donde trabajaba al final de un largo día, pero cuando supo que ese paciente tenía una sinusitis crónica que requería cirugía, su cansancio se disipó. La operación que Darek necesitaba expondría un lóbulo olfatorio, y eso lo hacía el candidato ideal para el primer trasplante de COE. Además, Darek parecía tener el coraje interior para soportar los ocho meses de fisioterapia intensiva que necesitaría antes de la operación para descartar toda posibilidad de que mejorara de forma espontánea, y después del tratamiento se sometería también a una rehabilitación física rigurosa. 

Darek nunca dudó de su decisión de seguir adelante. “Era la única terapia que los médicos me ofrecían para poder caminar otra vez”, cuenta. “No importaba si era yo el primero en recibirla. Sabía que las cosas no podrían ser peores de lo que ya eran”. 

Dos semanas después de la operación para tratar la sinusitis y extirpar el lóbulo olfatorio de Darek, Tabakow y su equipo le implantaron en la médula espinal las COE cultivadas. El ambiente en el quirófano era tenso. Había menos células de las previstas, y eso anulaba el margen de error. Pero antes de que pudieran implantarlas con 100 microinjertos, debían exponer la delicada médula espinal y el “surco” de la lesión, de siete milímetros de profundidad. 

Tabakow y sus colegas injertaron algunas de las COE en una tira delgada de tejido cicatricial en el lado derecho de la médula, y todas las demás por encima y por debajo del surco. Luego Tabakow tomó cuatro tiras pequeñas de fibra nerviosa de un tobillo del paciente y las extendió sobre el surco en el lado izquierdo de la médula; esperaba que eso estimulara a las células regeneradoras a penetrar en el tejido espinal. Era una esperanza leve.

Aunque Darek, hoy día de 41 años, empezó a tomar cinco agotadoras horas diarias de fisioterapia, cinco días a la semana, después de la operación, no mostraba mejoría. “Había invertido mucho dolor y determinación en esto”, dice. “Temía que todo hubiera sido en vano”. Pero siguió adelante, alentado por su familia (su madre estuvo todo el tiempo a su lado en el centro de rehabilitación de Breslavia) y un enorme deseo de recuperar su independencia. Entonces, cuatro meses después, notó las primeras señales: más músculo en la pierna izquierda, hormigueo, sensaciones de calor y frío. Los ejercicios también le resultaban más fáciles; logró mover los pedales de la bicicleta fija, una proeza imposible antes de la operación. 

—¿Qué es lo que estoy viendo? —le dijo Nicholls a Raisman por teléfono, quien le había enviado una serie de imágenes de resonancia magnética—. Primero veo a un paciente con una lesión en la médula espinal, y luego, una médula espinal completa.  

—Es la médula de Darek —respondió Raisman. 

—No puede ser. Está reparada.

—Créame, es su médula.

Nicholls guardó silencio. La promesa que esas imágenes guardaban para tantas personas sentenciadas a pasar toda la vida en una silla de ruedas lo llenó de emoción. 

Raisman también estaba eufórico. En diciembre de 2013 volvió a Breslavia, y observó a Darek dar pasos con ayuda de unos soportes ortopédicos y unas barras paralelas. Su andar era trabajoso e inestable, pero estaba caminando. Era evidente que había ganado músculo y fuerza en la pierna izquierda (un efecto de la reparación del puente de células que Tabakow le había hecho en el lado izquierdo de la médula espinal), y aunque la otra pierna seguía débil, había recuperado la sensibilidad en ella hasta el pie. Las fibras nerviosas que intervienen en la sensación, incluidas las del lado derecho del cuerpo, se entrecruzan y ascienden por el lado izquierdo de la médula espinal hasta el cerebro. 

Ésa era la prueba que Raisman necesitaba. ¡Lo logramos!, pensó. Ahora, Tabakow tiene planes de realizar la operación en otros pacientes con lesiones similares para probar si en realidad es eficaz. Nicholls se ha comprometido a ayudar a financiar la costosa etapa siguiente. Su objetivo es recaudar 15 millones de dólares para probar la técnica en Polonia y el Reino Unido. Su fundación ya ha comprado equipo esencial para el centro de rehabilitación de Breslavia. 

Ya sea que sus esfuerzos lleguen a beneficiar o no a su hijo algún día, Nicholls quiere contribuir al desarrollo de una cura. “Nadie debería ver el efecto dominó que produce la parálisis: el dolor, la desesperación”, dice. “Si conseguimos evitar que más personas pasen por eso, lo que hayamos hecho valdrá la pena”. 

Hoy día Darek camina con ayuda de una andadera y conduce un auto adaptado especialmente para él. Su vida sexual ha mejorado, y también siente ya la vejiga y los intestinos. “He empezado a sentirme humano en el sentido más amplio”, expresa. Espera poder ayudar algún día a otras personas aquejadas de lesiones espinales a hacerse autosuficientes, pero por el momento está concentrado en la terapia y pasa la mayor parte del tiempo en el centro de rehabilitación. 

Las cosas pequeñas que la mayoría de nosotros damos por sentadas son lo que a él le produce más alegría. “Cuando mis músculos se contraen, la sensación es indescriptible, como si estuviera yo renaciendo”, dice con una gran sonrisa. 

 

En el horizonte

Otros tres adelantos que algún día podrían ayudar a caminar a las personas paralíticas:

Células madre neurales. Estas células pueden producir cualquiera de los tres tipos principales de células que conforman el sistema nervioso central, y se podrían implantar en una médula espinal lesionada. Ya se están realizando pruebas con ellas en Estados Unidos. 

Implante “biónico”. Científicos de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, Suiza, crearon un implante electrónico flexible que emite señales eléctricas y químicas cuando se inserta en la médula espinal. Ya ha permitido caminar a ratas de laboratorio con lesiones espinales, pero su uso en humanos aún parece muy lejano. 

Un nuevo fármaco. Un compuesto llamado péptido intracelular sigma, descubierto por científicos estadounidenses, ha dado resultados alentadores en ratas. Las inyecciones de esta sustancia tienen el propósito de romper la barrera del tejido cicatricial, que impide que se formen nuevas conexiones nerviosas en la médula espinal. Los estudios en humanos aún tienen un largo camino por recorrer.

 

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