El tejido adiposo es un componente del cuerpo humano formado por un grupo de células que almacenan lípido –o grasa- en su citoplasma. Estas células llamadas adipocitos sirven principalmente como amortiguador de golpes, como aislante de los órganos internos para protegerlos tanto del frío como del calor y como almacén de reservas energéticas para nuestro organismo en forma de grasa que se acumula en el tejido subcutáneo, es decir la capa más profunda de la piel.
Debido a esas, y otras, vitales funciones, el tejido adiposo es un increíble invento evolutivo para el ser humano, así que es muy difícil deshacerse de él. En otras palabras: cuando intentamos adelgazar estamos combatiendo contra mecanismos bioquímicos, fisiológicos y conductuales que la naturaleza ha seleccionado durante millones de años como método de supervivencia.
En el cuerpo humano el tejido adiposo representa entre el 15-20 por ciento del peso total en el caso del hombre y el 20-25 por ciento en el de la mujer. Cuando ese porcentaje sobrepasa el estándar se considera que la persona padece de sobrepeso; si supera el 50 por ciento se cataloga como obesidad, según datos de la Clínica Diego de León.
El denominador común a toda forma de vida es el instinto de supervivencia. Esto se resume en los instintos de reproducción (supervivencia de la especie) y de mantenimiento de las constantes vitales (homeostasis) y alimentación (para la supervivencia del individuo).
Los alimentos ofrecen estos aportes:
Toda esa energía se genera, básicamente, oxidando carbohidratos, lípidos (grasas) y proteínas. De esa oxidación surge el adenosín trifosfato o ATP, la moneda energética biológica por antonomasia.
Cuando el balance energético se altera, es decir, cuando la energía necesaria para la vida es sobrepasada por un exceso de alimentos ingeridos, la energía sobrante es almacenada y se acumulan los kilos. Pero la quema de grasa es importante para mantenerte saludable y evitar enfermedades.
El almacenaje de ATP como tal es inviable fisiológicamente. Debe acumularse la energía en forma de potencial redox de biomoléculas que permitan, cuando sea el momento, la obtención del ATP de ellas oxidándolas, es decir, quemándolas.
De las tres candidatas que tenemos (carbohidratos, lípidos y prótidos), la forma de almacenamiento de energía más eficaz es la grasa, ya que su oxidación genera 9.56 Kcal/g, casi el doble de lo que rinde un gramo de carbohidratos o proteínas.
A ello hay que sumar el hecho de que las proteínas contienen nitrógeno, el elemento más limitante en el crecimiento y la reproducción, así que sería un derroche imperdonable emplearlo como simple reserva energética.
En cuanto a los carbohidratos hay que decir que sí podrían emplearse como sustrato de almacenaje. De hecho, el glucógeno (un polisacárido parecido al almidón) se almacena en el hígado y en las fibras musculares.
Pero aquí hay una complicación: se almacena de forma hidratada, así que genera dos lastres: volumen y peso. La grasa, por el contrario, se almacena de forma anhidra (sin agua) así que ocupa menos espacio.
Consecuentemente, la grasa es la forma ideal para almacenar los excedentes: requiere poco espacio y rinde mucho energéticamente. Conoce cuáles son las opciones que podrían ayudarte a quemar grasa por la noche.
Este asunto biológico no es nuevo, al contrario, es un mecanismo conservativo en la filogenia presente hasta en los organismos unicelulares. Pero mientras que bacterias y protozoos almacenan la grasa en orgánulos intracelulares conocidos como cuerpos lipídicos, los animales multicelulares desarrollaron células especializadas para albergarla.
No obstante, el desarrollo de un tejido adiposo, especializado en contener la grasa (en forma de triglicéridos) en células diferenciadas (los adipocitos), aparece solo en vertebrados, y no en todos, pues los tiburones, por ejemplo, no tienen.
El tejido adiposo de los vertebrados ha aportado una novedad evolutiva que reúne posibilidades tan interesantes como las funciones inmuno-endocrinas, por lo tanto, se han seleccionado mecanismos que favorecen su desarrollo (engordar) en detrimento de los que harían más fácil su merma (adelgazar).
Cuando luchamos contra los kilos todas las armas son pocas: enfrentamos mecanismos bioquímicos, fisiológicos y conductuales seleccionados por la naturaleza a lo largo de millones de años para asegurarnos la supervivencia.
La obesidad en México ha alcanzado proporciones alarmantes, pues nuestro país ocupa el segundo lugar en obesidad en adultos y el primer lugar en obesidad infantil.
Múltiples estudios muestran que un incremento en la cantidad de grasa visceral es la responsable de enfermedades como la diabetes, la hipertensión arterial, el infarto agudo al miocardio y enfermedades cerebrovasculares. Por lo que se ha replanteado el papel del tejido adiposo en el organismo y su relación con la génesis de esas enfermedades.
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