Perdonar decisivamente es la voluntad sincera de cambiar tu manera de comportarte con la persona que te ha hecho un agravio, aunque es posible que sigas sintiendo rechazo hacia ella.
Por otro lado, el perdón emocional es un cambio genuino en tus sentimientos hacia la persona que te ofendió: el resentimiento cede su lugar a emociones positivas como la empatía, la simpatía, la compasión e incluso el afecto.
En un estudio, los niños de 7 y 8 años de edad, a diferencia de los de 10 y 11, no necesitaban oír disculpas para perdonar; tendían a considerar igualmente valiosos a los ofensores que se disculpaban que a los que no lo hacían.
En un estudio de la Universidad Erasmo, en Holanda, los autores pidieron a los participantes que escribieran sobre alguna ocasión en que hubieran perdonado o negado el perdón, y luego los hicieron saltar cinco veces lo más alto que pudieran sin doblar las rodillas.
Los indulgentes saltaron más alto (30 centímetros en promedio), mientras que los rencorosos promediaron 22 centímetros, una diferencia enorme y una demostración asombrosa de que perdonar aligera el ánimo.
Al decir de algunos investigadores, sin embargo, en la actualidad un mayor número de personajes públicos pide perdón porque nos hemos vuelto más conscientes de la importancia de la reconciliación.
Entre algunos primates como los bonobos, los chimpancés y los gorilas de montaña, las peleas suelen ir seguidas de expresiones de cariño como abrazos y besos.
Se han observado comportamientos parecidos en animales que no son primates, como cabras y hienas; la única especie que hasta ahora no ha dado señales externas de reconciliación es el gato doméstico.
“No sé de ninguna injusticia en el mundo que al menos una de las personas agraviadas no les haya perdonado a quienes la cometieron”, dice Robert Enright, psicólogo precursor del estudio del perdón.
Según un estudio realizado en 2010, la ofensa que es más difícil de perdonar es la traición; es más fácil olvidarse de la infidelidad, las mentiras, las promesas incumplidas y los secretos no guardados.
Las personas sociables y comunicativas tienden más a pedir perdón y a perdonar. En cambio, para los introvertidos que agravian a otra persona al principio es más importante perdonarse a sí mismos que ofrecer disculpas.
Cuando una persona se acuerda de un resentimiento, tiende a subirle la presión arterial y a acelerársele el ritmo cardiaco.
Al perdón se atribuye, en cambio, una mejoría de la salud cardiaca. Además, olvidar las ofensas nos hace dormir mejor.
Pero conviene ser sinceros: los investigadores creen que los beneficios de salud asociados al perdón se aplican sólo al emocional, no al decisorio (vuelve a leer el apartado número 1).
En un estudio de parejas, quienes se consideraban más indulgentes con su cónyuge dijeron haber sufrido por su parte más maltrato psicológico y físico en los cuatro primeros años de matrimonio.
Se cree que, en ciertos casos, el perdón impide al ofensor corregir su mala conducta.
El economista conductual Dan Ariely ha observado que, a fuerza de pedir perdón repetidas veces, se logra que la persona ofendida acabe por pedir perdón también (aunque no sea en serio y ella lo sepa).
Casi todas las religiones predican el perdón, explica Everett Worthington, psicólogo de la Universidad de la Mancomunidad de Virginia.
Lo interesante es que, según reveló un estudio de 2013 del que él fue coautor, quienes cultivan la espiritualidad tienden más a practicar el autoperdón que quienes dicen ser religiosos.
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