Antes, los hábitos reproductivos de la zarigüeya de Virginia, un marsupial de América del Norte, parecían no tener sentido. Aunque una hembra puede parir 56 crías al mismo tiempo, la mayoría muere porque ella sólo tiene 13 pezones, algunos de los cuales no producen leche.
Al igual que otros marsupiales, la zarigüeya recién nacida debe, si quiere sobrevivir, adherirse a un pezón materno durante los dos primeros meses de vida.
Una zarigüeya bebé, que nace del tamaño de una abeja, tiene que arrastrarse hasta la bolsa de la madre para hallar el pezón. Durante su viaje es muy vulnerable y, si todos los pezones están ocupados, muere.
Pero si sólo un bebé llega al pezón es muy probable que también muera, ya que su sola succión no sería lo suficientemente fuerte para estimular la producción de la leche materna.
La supervivencia del más fuerte
Esta superproducción de crías y la muerte de los embriones solitarios es lo que hace que la reproducción de la zarigüeya sea exitosa. El parto representa sólo un pequeño gasto de energía para la madre, pero cuando éstas empiezan a mamar, la demanda de energía es mucho mayor.
La competencia por alcanzar el pezón asegura la supervivencia del más fuerte. Y si sólo se produce una cría y ésta muere, la hembra puede tener más hijos.
A medida que crecen, las zarigüeyas se cuelgan de los pezones de la madre. La succión los estira hasta un punto que permite a las crías pasear un poco mientras están adheridas a ellos cual ventosas. Antes del destete, las crías pasan un tiempo en la espalda de la madre.
“Creced y multiplicaos”, a veces por millones
En un año una ostra americana pone 500 millones de huevos, mientras que un orangután hembra, en promedio, tiene un hijo cada seis años. Entre estos extremos hay una amplia variedad de tamaños de familias debido a que cada especie se enfrenta al reto de reproducirse en la cantidad que le asegure su perpetuación.
El pez damisela, por ejemplo, desova en grupos de varios cientos, en nidos bien construidos entre los corales y las algas de la Gran Barrera de Coral, de Australia. Los padres defienden sus nidos y cuidan los huevecillos, lo que aumenta las probabilidades de supervivencia de sus crías.
Las liebres de mar, por otro lado, dejan sus larvas a la deriva en el océano. Por ello, la liebre de mar pone millones de huevitos en un año, y los que sobrevivan se encargarán de perpetuar la especie.